CUANDO LA COMIDA IMPORTA
Empiezo el año de un modo sobresaliente: leyendo un buen libro. Un libro que me hace reflexionar sobre mi modo de vida, sobre los pequeños gestos de cada día. Un libro que me anima a continuar dedicando mis esfuerzos al cuidado de mi cuerpo, a mejorar la salud de mi familia, a dirigir la enseñanza de las ciencias naturales hacia actividades que ayuden a mis alumnos a reflexionar sobre su modo de vida y, finalmente, a que todo esto ayude en la medida de lo posible a mejorar la calidad del medioambiente.
UN FAROL EN LA OSCURIDAD
El otro día contemplábamos por primera vez, con nuestro telescopio, las cuatro lunas de Júpiter. Fue Galileo quien descubrió, hace unos cuatrocientos años, este espectacular sistema de lunas y se suele considerar este evento, históricamente hablando, como un hito importantísimo de la revolución científica que acabaría desplazándonos del centro del universo. La luna es como un farol que nos ilumina, como nos iluminan las velas en la fiesta del farol.
Por desgracia, demasiado a menudo da la impresión que desde entonces estamos cada día más descentrados y que en lugar de comprender mejor quiénes somos y cuál es nuestro lugar en el universo nos sentimos cada vez más perdidos y desorientados. A cada uno de nosotros nos corresponde volver a interpretar el universo entero desde nosotros mismos para establecer, así, nuestro propio sistema planetario. Pero la mayoría de nosotros quedamos perdidos en medio del universo, como un cometa que vaga sin saber donde o como un simple asteroide atrapado entre las innumerables y indiscernibles rocas que conforman aquella sociedad rocosa llamada cinturón de asteroides.
Según se cuenta, en una ocasión, Diógenes el cínico apareció en la ciudad de noche, con un farol, diciendo: «Busco un hombre honesto». La frase era una denuncia dirigida a sus vecinos, al considerarlos a todos deshonestos -deshonestos consigo mismos, sobre todo-, pero quizás también era una confesión. Es bien difícil reconocer cómo se está perdido en la vida.
Por eso nos gusta tanto la fiesta del farol que se celebra en las escuelas Waldorf en esta época del año. Durante un par de semanas los niños y niñas fabrican parsimoniosamente, con sus propias manos, un farol de papel, al tiempo que el día va haciéndose paulatinamente más corto y la oscuridad invernal va invadiendo nuestras vidas. Quien no se siente abrumado, en ocasiones, por la intensa oscuridad que nos rodea?
Todo parece indicar que nuestras criaturas también viven -quizás más intensamente y todo- esta angustia existencial, esta soledad profunda del ser humano. Aunque sea de una forma totalmente inconsciente -pero no por ello menos intensa-, los niños tienden a sufrir -sobre todo en nuestra sociedad actual- un sentimiento profundo de abandono.
Sin nosotros, los niños y niñas son incapaces de orientarse emocionalmente a la vida. De ahí la importancia de ayudar a nuestros hijos e hijas a buscarse a sí mismos y a encontrarse. ¿Cómo encenderán y mantendrán encendido el farolillo que debe deslumbrarse los interiormente? ¿Quién debe guiarlos a sus primeros pasos en medio las tinieblas de la vida?
Por eso es tan importante cantar juntos: «Yo con mi farol y mi farol viene conmigo, arriba brillan las estrellas y aquí abajo brillamos nosotros.» O también: «Yo llevo, yo llevo, por la oscuridad, una luz que el Sol me dio». Canciones sencillas, pero llenas de significado, para todos los que sabemos cuán tenue y oscilante es la llama interior de nuestras emociones, de la que depende nuestro camino en la vida y nuestra felicidad.
Por lo tanto, cantamos … cantamos y vamos en procesión, como los astros, siguiendo nuestras órbitas. Porque a pesar de su apariencia caótica, la vida, como el universo, constituye un verdadero cosmos, una realidad ordenada y profundamente armónica. Es tarea nuestra, en cualquier caso, encender la luz que nos debe ayudar a descubrir el orden que rige el universo – la luz de la inteligencia, como en el caso de Galileo -, así como el farol que nos ha guiar en medio del marasmo emocional que hunde nuestro mundo en las tinieblas -como reclamaba Diógenes. Y una vez encendido, mantener nuestro farol encendido en medio de la oscuridad, para que la luz no se apague. Incluso más allá de la fiesta del farol.
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