Cuando llegamos de visita a una nueva ciudad la primera pregunta es: ¿por dónde empezamos? Queremos conocer los principales lugares de interés, queremos aprovechar nuestro tiempo, queremos pasarlo bien y disfrutar con nuestros hijos. A veces nos planificamos previamente, otras veces nos dejamos llevar…
Roma es una ciudad, a veces, difícil de querer. Al menos al principio, en un primer contacto, suele parecer desastrosas, caótica, amontonada… Pero es lógico, en Roma se acumulan siglos de historia. Nuestra vida, nuestra historia, nuestra propia biografía se descubre en cada rincón, en cada calle, en cada edificio de esta ciudad milenaria. Roma nos cuenta quienes somos si sabemos leer sus mensajes. Nuestra cultura, nuestras costumbres, nuestro pasado… han sido registrados por el hilo invisible que nos une con otras personas que pasearon por sus calles y sus plazas antes que nosotros.
Una buena manera de empezar a enamorarse de Roma es dar un primer paseo nocturno. Cuando la mayor parte de los turistas se han retirado a sus hoteles y los romanos se han ido a sus casas a descansar, el centro de la ciudad aparece ante nosotros iluminado con ténues luces amarillentas. Los edificios de la ciudad de colores ocres, rojizos y anaranajados crean un entorno muy acogedor.
La ciudad es tranquila y se puede pasear cómodamente. En algún rincón un músico suena, en los bares y terrazas grupos de amigos toman una copa, en los restaurantes las parejas terminan su cena… Nosotros les observamos mientras Ernest y Ferran corretean por las calles. Algún motorino pasa ruidoso, ya casi no hay coches.
Nos dejamos llevar. La plaza del Pantheon está casi vacía -hace un par de horas estaba abarrotada- y ahora se escucha la fontana. Piazza Navona se abre ante nosotros majestuosa con sus preciosas fuentes y esculturas que representan a los ríos y extraños seres marinos. En Campo di Fiori, Giordano Bruno nos observa solemnemente mientras nosotros nos tomamos un helado que acabamos de comprar en Blue Ice. Llegamos al río Tevere (Tíber) y cruzamos hasta Castel Sant’Angelo para poder ver el Vaticano, majestuoso, allá a lo lejos de la Via Conciliazione.
No tenemos prisa. Nos detenemos a observar las estatuas del puente Sant’Angelo mientras regresamos hacia el centro y vamos hacia la Piazza di Spagna por la selecta Via Condotti. De pronto, nuevamente el bullicio, hemos llegado a la Fontana di Trevi. Tanta gente que llega por las “tres vías”, las tres calles que dan nombre a la famosa fuente, diseñada por Nicola Salvi hace casi tres siglos. Cumplimos el ritual. Tras lanzar la moneda, admiramos las esculturas de Neptuno y sus caballos platónicos: la cólera y el sosiego, la ira y la tranquilidad… Nuestros miedos y pasiones están representados en esta fontana.
Si aún quedan fuerzas, hay que llegar hasta el Coliseo por la Via de los Foros Imperiales. Si no, otra noche iremos. Hay que ver el magnífico edificio iluminado, merece mucho la pena. Regresamos a nuestro apartamento agotados pero seguros de que tendremos unos sueños magníficos. Ahora tenemos a Roma impresa en nuestros recuerdos con una imagen dulce y romántica.
Por la mañana, habrá regresado el tráfico, el ruido, el caos. Los vendedores ambulantes, las terrazas que invaden las calles y plazas. Los tranvías y autobuses. La gente pidiendo limosna. Los trabajadores y los turistas saldremos de nuevo a la calle. Ese será otro momento, otra Roma.
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Tengo un ilusionante sentido de la vida. Estoy convencida de que las personas podemos cambiar el mundo trabajando personal y localmente a través de proyecto colaborativos. Me gusta compartir con mi familia experiencias motivadoras y enriquecedoras. Y difundir algunas de ellas en este blog sobre «nuestro viaje por la vida».
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