Uno de los aspectos que más nos gusta descubrir en nuestros viajes y escapadas son los relieves formados por la acción de los diversos agentes geológicos. Lluvia, ríos, glaciares, viento y hielo, olas y mareas, seres vivos… Todos ellos originan en nuestro planeta formas caprichosas y paisajes fantásticos modelados que a los humanos se nos pueden antojar la obra de un ser divino. En el último mes hemos podido visitar dos enclaves muy distintos, alejados geográficamente pero bellos y admirables: el Torcal de Antequera y las Médulas en el Bierzo.
EL TORCAL DE ANTEQUERA
En la serranía de Málaga se encuentra Antequera y, a pocos kilómetros de esta localidad, su famoso Torcal. Pasamos la tarde en esta ciudad disfrutando de sus calles, de su historia y de su deliciosa gastronomía. A la mañana siguiente nos fuimos por la comarcal C-3310 a recorrer el Torcal de Antequera. Ya en 1929 fue distinguido este enclave por su singularidad y es que merece la pena recorrer sus sendas y escondrijos, disfrutar las vistas de la costa malagueña mientras uno admira la deliciosa vegetación.
Antequera es una ciudad con un casco antiguo precioso
Cuando Ernest tenía apenas 18 meses y Ferran ya empezaba a crecer en mi interior, decidimos escaparnos a un paraíso cercano. Aquel invierno nos habíamos calzado las botas en muchas ocasiones para patear las montañas de nuestra provincia: el Maigmó, el Penyal d’Ifach, el Cabeço, el Menejador… Nos habíamos puesto en marcha nuevamente disfrutando de los paisajes alicantinos y nuestras piernas querían pisar otras tierras y decidimos dar el salto para ir a la Isla de La Palma en las Canarias.
Recorrimos el valle del río Satluj tras descender los 17 km de la carretera que lleva a Sarahan, mientras este pueblo se quedaba encaramado allá en lo alto. Nuevamente nos encontrábamos en la famosa vía del Indostán que une la India con el Tibet. Es una preciosa carretera, tallada en la propia montaña como si una oruga minadora hubiese ido horadando un camino con vistas al exterior.
Las paredes verticales se elevaban majestuosas y, en algunos tramos, nos parecía imposible poder pasar por allí. Nuestro experimentado chofer maniobraba cuando coincidíamos en algún tramo estrecho con un camión o un autobús. En los puentes debíamos respetar el turno para poder cruzar y nosotras aprovechábamos para pasear, tomar fotos o observar los árboles enganchados a los riscos cual equilibristas.
Un poco antes de llegar a Watlug, el valle empezó a transformarse en un gran hormiguero que bien podría haber servido de escenario al infierno de Dante. Cientos de máquinas y miles de personas trabajaban entre el polvo y las piedras contruyendo ingenios hidráulicos para obtener la electricidad que el país necesita. Entre el polvo, camiones, excavadoras, cemento y hormigón, hombres, mujeres y niños, todos menuditos, envejecidos por el sufrimiento y la resignación, trabajaban como picapedreros incapaces de imaginar una vida mejor. Bebés destinados ya a ese futuro dormían sobre las espaldas de sus madres que trituraban las piedras con simples mazas. Hombres y mujeres transportaban las piedras sobre sus espaldas. Ayudaban así en la perforación y construcción de largos túneles de hasta 7 km por donde se canalizará el agua a gran presión que llegará hasta las modernas centrales hidroeléctricas.
Habíamos llegado a Shimla (hindu शिमला, panjabi ਸ਼ਿਮਲਾ)después de un largo ydificultoso viaje en tren y bus desde Nueva Delhi. Los monzones arreciaban la cara suroeste de la cordillera del Himalaya y debimos permanecer varios días en la ciudad. La capital del estado de Himachal Pradesh es conocida por haber sido el lugar de retiro y descanso veraniego de las familias adineradas durante la época de la colonización Británica. Aquí se retiraban cuando el calor y la humedad eran sofocantes en las planicies meridionales. Nos hubiera gustado llegar hasta aquí en el legendario tren que recorre las escarpadas laderas de estas montañas, pero las avalanchas de tierra y agua habían arrastrado varios tramos.
Tomado de http://en.wikipedia.org/
Finalmente subimos a un autobús que durante 4 horas escalofriantes fue recorriendo los 90 km de carretera que separaban Chardigarh de Shimla. Íbamos con el corazón en un puño al observar por la ventana las toneladas de tierra y árboles que el conductor iba sorteando con gran habilidad. De vez en cuando mirábamos en la tele la película «bolibudiense» donde jóvenes de amplia sonrisa bailaban y reían en un mundo irreal.
El 15 de agosto se celebraba en la ciudad el 60 aniversario de la Independencia y fue toda una experiencia observar a las familias paseando con sus galas de domingo, tranquilos, tomando dulces y helados en la calle principal, conversando unos con otros. Los grupos de chicos jóvenes caminaban de la mano, las chicas iban con sus padres o su esposo. Las familias de origen tibetano, muy diferentes en sus rasgos y atuendo, disfrutaban también del momento. Nosotras mirábamos pero también nos sentíamos observadas, se reían y mostraban evidente curiosidad.
Finalmente nos decimos a contratar una excursión por los valles altos de la región. Era muy recomendable alquilar coche y conductor y así lo hicimos. Queríamos descubrir los grandes valles glaciares, las grandes montañas y las aguas salvajes de la cabecera de los ríos. Queríamos disfrutar observando el cielo, los paisajes y las gentes de aquellos lugares majestuosos.
Llegar hasta Sarahan nos hizo sentirnos nuevamente orgullosas de haber emprendido ese viaje a la India. Está situada a 2.313 m.s.n.m. y para llegar a ella hay que recorrer 172 km por carreteras espeluznantes de vistas increibles. Los bosques de cedros y otros árboles imponentes se alzaban altivos entre pequeñas plantas que florecían como con prisas, sabedoras de que el buen tiempo dura poco en aquellas tierras.
Campos y más campos cultivados, montañas aterrazadas llenas de manzanos rebosantes de sus frutos verdes y rojos. Coles por todas partes, girasoles, perales que esperaban ya la cosecha, grandes cascadas y, en el fondo del valle, allá en la profundidad, un poderoso río de aguas embravecidas. Nunca antes habíamos visto un valle fluvial tan inmenso, de paredes verticales y terrazas aluviales tan enormes. En todas partes había aldeas o casas aisladas, pequeños huertos y algún rebaño.
En Sarahan los niños corren felices por las calles. Sus habitantes son humildes y agradables, siempre con una sonrisa y de fácil trato. A pesar de nuestra dificultad para comunicarnos con ellos -pues desconocíamos su idioma- siempre nos sentimos cómodas y relajadas. Nos alojamos en las habitaciones que los monjes alquilan junto al templo de Bhimakali. Por un precio ínfimo dispusimos de una amplia habitación con baño incluido.
De vez en cuando oíamos la campana que los feligreses tocaban al acceder al patio central. Construido en «gótico hindú», su belleza radica en la manera de colocar las vigas de madera creando un entramado con los bloques de granito. Así se consigue un «efecto antisísmico». En la gran torre, algunos carpinteros se esforzaban por afianzar y arreglar los desperfectos de un reciente terremoto. Los tejados de grandes losas de pizarra gris, los artesonados y tallas de madera, junto con el cuidado y limpio jardín, hacían del lugar un espacio único. Por la mañana nos despertaban los cantos de las oraciones monótonas y repetitivas que anunciaban el nuevo día. Se respiraba tanta serenidad en aquel lugar que no nos hubiésemos ido nunca…
La sabrosa comida vegetariana que tres mujeres cocinaban en un pequeño cuartito hacía las delicias de los pocos visitantes y las gentes del lugar. Con un estilo, un ritmo y una pulcritud admirables -pues disponían de muy pocos medios- elaboraban unos deliciosos «noodles non spice» -que por supuesto sí eran spice-, una tortilla de perejil, empanadillas al vapor, pan chapati y delicioso té con ginger. Nos encantaba observar el orden en los estantes de la pared y el cuidado con el que habían colocado las hojas de viejos periódicos para albergar sus utensilios adecuadamente.
Divisábamos las enormes montañas del macizo del Kinnaur Kailash (6.050 m) y el Sirikand Mamadeu (5.227 m) y nos preparábamos para el siguiente trayecto en jeep. Antes recorrimos los alrededores de Sarahan y observamos al «prior» del templo mientras hacía sus tareas. La humedad de la mañana era muy agradable. Las nubes se iban dispersando. Un largo viaje nos esperaba y estábamos llenas de energía para seguir difrutándolo.
Antes de despedirme de este lugar del mundo, bien para viajar a otro lugar del pasado o bien para describir una experiencia presente, quiero añadir algunas imágenes de la increible flora de la Chapada. Caminar tranquilo observando la naturaleza, a un ritmo natural, a paso de niño diría yo, permite captar los detalles que los coches y otros medios de transporte no nos dejan disfrutar.
Durante nuestra escapada al interior de Bahía aprendimos mucho sobre la caatinga, la mata atlántica y otros tipos de vegetación de la zona. Plantas con infinidad de usos y propiedades que llenan de colorido el paisaje. Aquí os dejo una pequeña muestra de algo que siempre forma parte de mis viajes. (más…)
Teníamos previsto viajar hasta Alagoas desde Sergipe para disfrutar del mar pero los días pasados en la Chapada habían sido tan revitalizantes que sentíamos la necesidad de regresar. Así que decidimos tomar un bus desde Aracajú (Sergipe) para regresar al interior de Bahía. Tras casi ocho horas de trayecto tuvimos que dormir en el «Hotel» Rodoviario de Itaberaba pues no teníamos conexión hasta el día siguiente para viajar a Mucugé en la Chapada Diamantina.
Disfrutando de los paisajes de la CHapada Diamantina cerca de Mucugé
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