Hace días venía pensando en que hoy quería escribir una historia de mujeres y, finalmente, he acabado en Jodhpur (जोधपुर): la ciudad azul. Jodhpur es una preciosa ciudad situada en la India, en el desierto del Thar que se extiende desde el noroeste del país hasta Pakistán. Es una ciudad llena de vida, abarrotada, agitada y caótica, como todas las ciudades de aquel gran país.
Para llegar hasta allí hay que recorrer centenares de kilómetros por las secas llanuras del Rajasthan. Campos que con la época de lluvias reverdecen para cultivar trigo y algodón. Durante el recorrido, siempre, tu visión se ve salpicada por la imagen de las mujeres rajasthanies que trabajan incesantemente. Ataviadas con sus bellos saris de colores cargan con cántaros de agua, con enormes atillos de madera, con kilos de paja aún verde, con excrementos secos de las vacas, con sus niños y con todo lo que su alma es capaz de soportar. Trabajan y trabajan, paren, crían a sus hijos, canta, ríen, lloran y se acompañan en su vida agotadora.

Jodhpur es para mi la Granada del Rajasthan. Con su albaicín azul porque los brahamanes pintaban sus casas de este color, según nos contaron, o porque usan un pigmento que auyenta a los mosquitos. El caso es que sus barrios son bellamente azules. Y su «Alhambra», el Fuerte de Mehrangarh, coronándola esbelto y amenazador, conservado en su delicadeza y robustez.

Pasear por el mercado situado junto a la Torre del Reloj es un deleite para los sentidos. Las mejores verduras y hortalizas, jabones artesanales, especias y tes, artesanía y tejidos, granos y frutas. Nuevamente allí, las mujeres que van y vienen, que compran y venden, siempre atareadas. Ellos también están allí pero no se afanan, no tienen prisa, su tiempo transcurre de otra manera…

Y ya ocurría así en tiempos del marajá Man Singh quien construyó una de las fortalezas más majestuosas de la India: Mehrangarh. Todavía pertenece a su familia, la dinastía Rathore quien dice llevar en estas tierras más de siete siglos. Me sorprendió el lugar por su maravillosa conservación, la perfecta organización, adecuada gestión privada y una amplia información sobre el lugar. Sin embargo, como siempre ocurre en estos palacios, el contraste entre la vida del interior y la del exterior, es tan grande, que siempre te impacta.

Situada sobre una montaña de colores rojizos y anaranajados como la fortaleza, el acceso se realiza por unas altísimas puertas en cuyos frentes destacan los enormes clavos metálicos que servían para impedir la embestida de los elefantes en caso de un virtual ataque. Todo el edificio te ayuda a entender cómo vivía allí el marajá y su familia, su extensa família y su corte de concubinas. Las colecciones de arte son delicadas y todo estaba dispuesto para una vida agradable, para un agradable encierro… Las vistas de la ciudad azul, allí abajo, inalcanzable para ellas, son sobrecogedoras.

Recorrer el lugar sin prisas bien vale la pena. Llegar hasta allí y escuchar las voces que guardan esos muros. Imaginarlas allí y pensar en las mujeres de hoy, que pasean por las calles de Jodhpur y del mundo. Al salir de regreso a la ciudad tuvimos una última visión sobrecogedora: unos paneles de arcilla en la pared con varios moldes de las manos que recuerdan a las palmas que dejaron marcadas con pimentón las mujeres que acompañaron al marajá en su último viaje. Fue en 1843, cuando su marido murió, sus viudas debieron acompañarle a sus respectivas piras funerarias. Allí dejaron testimonio de su último transitar por aquellas inmensas puertas…

Así fue. ¿Qué debieron pensar mientras sus sirvientes las miraban desde las ventanas del palacio? ¿Qué debieron sentir mientras eran empujadas por su destino hacia la muerte? En este día en que celebramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, debemos recordar aquello que en 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas definió como «violencia contra la mujer»:

Todo acto de violencia basado en el género que tiene como resultado 
posible o real un daño físico, sexual o psicológico, incluidas las amenazas, 
la coerción o la prohibición arbitraria de la libertad, 
ya sea que ocurra en la vida pública o en la vida privada. 

Esta no es sólo una declaración, es una realidad. Hechos que cada día se repiten y hieren para siempre y de manera permanente a cientos de mujeres en el mundo. Situaciones que todavía hoy son invisibles para la mayor parte de nuestras sociedades.

Para serguir viajando por la India:

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