Mañana es el último día de Ernest en la Escuela Waldorf de Alicante. Atrás quedan casi doce años de vivencias, aprendizajes, juegos y amistades. Como familia, este es el momento del agradecimiento por todo lo recibido, de intentar reflexionar sobre los aspectos que nos ayudaron a elegir una escuela Waldorf para nuestros hijos y a seguir en ella durante una década.

El jardín de infancia en una escuela Waldorf

En primer lugar, agradecemos la acogida que Ana le dispensó a Ernest cuando apenas tenía dos años, justo en el momento en el que Ferran estaba por nacer. Como maestra de Maternal, Ana hizo sentir a Ernest que su casa y su familia también estaban en la escuela, acompañándolo en el proceso y en la adaptación que le suponía su salida del cascarón del hogar en el que había dado sus primeros pasos y preparándolo para la llegada al mundo de su hermanito. Al calor de aquella vivencia, Ana observó la temprana pasión manipulativa de Ernest, manifestada en el juego libre, y con solo dos años nos anunció que asistíamos al despertar de lo que se auguraba como un ingeniero en ciernes. Los años y las pasiones tecnológicas de Ernest parecen confirmar aquel temprano augurio.

En segundo lugar, agradecemos a Leticia la atención y el cariño que dispensó a Ernest en su incipiente despertar social, justo cuando afrontaba la transición de Maternal a Infantil. En aquel curso Ernest forjó con sus compañeros de juegos el vínculo de amistad que después ha perdurado durante tantos años, gracias precisamente a aquellos primeros juegos en el jardín de la escuela o a la eclosión creativa de insospechadas oportunidades para la admiración y el asombro en el tiempo que la Pedagogía Waldorf reserva, en la propia aula y dentro del ritmo diario de actividades, para la exploración social y el descubrimiento de la vertiente simbólica del juego como expresión y despliegue de la curiosa y fantasiosa libertad infantil.

En tercer lugar, agradecemos a Virginia el paciente y diestro saber hacer para acompañar a Ernest en el cultivo cuidadoso de las destrezas manipulativas mediante la iniciación en el amasado de pan, el moldeado con cera de abeja, la acuarela, el trenzado de lana y el arte de tejer. Todo ello ayudó a Ernest a desarrollar, a muy temprana edad, la atención, la concentración, la paciencia y las habilidades manuales necesarias para, con posterioridad, iniciarse en las destrezas puramente escolares, durante la etapa de Primaria.

Pero, sobre todo le permitió desarrollar la confianza básica en sí mismo que todo niño y niña necesitan para empezar a situarse ante el mundo desde la confianza y la seguridad, sin los miedos, fobias o vergüenzas que en ocasiones lastran su desarrollo durante la niñez. Una muestra de dicha confianza la tuvimos durante nuestro periplo de seis meses por Latinoamérica: Ernest se mostró, en todo momento, como un niño entusiasta, enérgico, abierto, comunicativo y curioso ante todo lo que descubría a su paso, ya fuese en medio de la naturaleza salvaje o ante las gentes y culturas de los lugares que visitábamos.

Nuestro balance de la etapa maternal e infantil al amparo de la Pedagogía Waldorf no pudo ser más favorable:

  • Ernest crecía como un niño sano y feliz.
  • Ernest sentía curiosidad y interés por el mundo.
  • Ernest se sentía arraigado a la escuela y al mundo por vínculos de afecto.
  • Ernest desarrollaba destrezas estrechamente vinculadas a sus pasiones e intereses.
  • Nuestra familia había establecido vínculos estrechos de colaboración, compromiso y amistad en el seno de la comunidad Waldorf.

Por todo ello decidimos dar el paso de apoyar un proyecto incipiente de Primaria Waldorf en Alicante, confiando en dar continuidad a la vivencia de aquellos primeros años.

La escuela Waldorf en la etapa de Primaria

Nuestra decisión de seguir adelante en la escuela Waldorf y apoyar la creación de una nueva escuela para la etapa de primaria implicaba mucho más que llevar a nuestro hijo al colegio. Esta nueva etapa, estaría marcada por grandes esfuerzos y sentimientos a veces confrontados, debido a las dificultades naturales asociadas a iniciar un proyecto educativo nuevo. Pese a todo, guardamos un buen recuerdo y motivos fundados de agradecimiento.

En primer lugar, agradecemos a Doña Cristina la disposición cuidadosa por acompañar a Ernest y al resto de sus compañeros y compañeras en la iniciación al medio escolar. La delicadeza con la que envolvió este proceso, bajo la supervisión de Don Jesús y Doña Luz, ayudó enormemente a cohesionar al grupo escolar, sin desatender las necesidades de cada uno de sus miembros. A esto contribuyó en gran medida la confianza y el buen juicio de las familias, que compartíamos una visión respetuosa y paciente ante el desarrollo de la infancia, alejada de las prisas y las prematuras exigencias académicas que a menudo malogran o menoscaban la curiosidad y la confianza en sí mismos de los niños y niñas, en este inicio de la etapa propiamente escolar. Nuestro agradecimiento más sincero a las familias que nos han acompañado junto a Ernest en todo este proceso.

En segundo lugar, debemos un especial agradecimiento a Don Juan Luís. Él fue, sin duda alguna, el maestro de Ernest. Por ser el que más tiempo pasó con él. Pero, sobre todo, porque fue en quién Ernest aprendió a reconocer la autoridad amada: una figura fundamental para el desarrollo moral en la infancia. Nadie puede aprender a ser libre si primero no aprende a obedecer a otro. Pero la obediencia no está al servicio de la libertad salvo que la persona que obedece reconozca en la persona a quien obedece alguien digno de ser admirado, respetado y obedecido. Solo en ese caso la obediencia es una manifestación natural de la libre voluntad.

 

Don Juan Luís supo encarnar ante la mirada de Ernest esa persona admirada, respetada y obedecida, esa autoridad amada que le guiaba, con mano firme pero delicada, hacia el conocimiento de la verdad, a la realización de acciones buenas y a experimentar el placer ante lo bello. De esta etapa con Don Juan Luís, ya plenamente escolar, Ernest guarda como pasiones el interés por la Historia y la Geografía, el gusto por el Teatro y por las actividades físicas que exigen esfuerzo y resistencia. También le debe la disciplina, el rigor y la tenacidad intelectual, cultivadas con ahínco mediante la Geometría y las Matemáticas, así como el afán constante por mejorar y ejecutar sus tareas y trabajos con el mayor esmero y cuidado.

Aunque la pandemia y el confinamiento impidieron a Ernest y a su clase cerrar esta etapa con Don Juan Luís con normalidad, lo cierto es que aquella etapa anómala de escolarización en casa fue, al mismo tiempo, una pausa que, junto con el viaje que hicimos por diferentes escuelas en América durante cuatro meses al inicio de aquel curso, nos permitieron constatar directamente los progresos de Ernest en el aprendizaje escolar, ya que tuvimos que acompañarle durante meses en sus aprendizajes en Historia, Matemáticas, Lengua, etc, así como con el trabajo de fin de etapa, para el que Ernest escribió una breve autobiografía repleta de vívidas ilustraciones a las que dedicó mucho tiempo y en las que puso mucho cariño.

Mural del proyecto Waldorf 100

Pese a las incertidumbres que se cernían sobre nosotros en aquel tiempo, debido a la pandemia y a la irregular situación administrativa de la escuela, así como ante la necesidad de encontrar la forma de dar continuidad a la experiencia educativa de Ernest más allá de la 6ª Clase, nuestro balance por entonces seguía siendo bueno:

  • Ernest había completado su etapa escolarización satisfactoriamente, en cuanto a conocimientos y destrezas típicamente escolares.
  • Ernest había forjado una personalidad reconocible por sus gustos, pasiones e intereses.
  • Ernest había madurado socialmente en un entorno respetuoso y dialogante.
  • Ernest había aprendido el valor del esfuerzo, la disciplina y la autosuperación.
  • Ernest había desarrollado una autonomía creciente y un concepto claro de su propia individualidad.
  • Ernest apreciaba y cuidaba con mimo su relación con sus maestros y sus amigos.

 

La educación secundaria en una escuela Waldorf

La siguiente etapa supuso un reto importante. Para empezar, la irregular situación administrativa de la escuela obligó a plantear un traslado de matrícula a la escuela hermana en Benidorm. Allí, por primera vez, Ernest se incorporó a un grupo más grande y más complejo en lo social, en un contexto anómalo, debido a la pandemia. Afortunadamente, aquel año Ernest contó con una excelente maestra que supo ganarse al grupo y acompañarlo durante un curso muy difícil. Nuestro más hondo agradecimiento a Doña Neus. Esta nueva etapa Ernest la afrontó con una mirada nueva y un espíritu más crítico. Sin duda, la niñez empezaba a quedar atrás y su juicio maduraba por medio de la confrontación dialéctica.

Agradecemos a Doña Neus el temple, la paciencia y el constante refuerzo positivo hacia Ernest, en todo aquello que él hacía bien. Cuando los jóvenes empiezan a dudar del mundo que les rodea es importante que los adultos que les envuelven no les pongan a ellos mismos en cuestión. Porque ellos construyen su autoconfianza mediante el cuestionamiento de todo, pero, a su vez, son sumamente frágiles si se sienten cuestionados. Es la paradoja de esta etapa que se abre con el despertar de la pubertad, un momento que cada día se da más temprano. Sin duda alguna, la peregrinación a Santiago de Compostela, por parte del grupo, junto con Doña Neus, al final del curso, fue el broche perfecto para cerrar un curso difícil del que se desprendieron aprendizajes y vivencias extraordinariamente positivas para Ernest y los de su grupo. Este curso, seguramente, quedará grabado en la memoria de Ernest como uno de los más intensos y decisivos de su trayectoria escolar.

Poco a poco nos acercamos al desenlace de esta historia… Llegamos, ya, al último curso. Tras un verano recorriendo el Danubio en bicicleta, Ernest llegó a Alicante, de nuevo, con su grupo para afrontar el que se presumía como su último curso Waldorf: la 8ª Clase. El último curso de la Primaria Waldorf. Con un bagaje personal amplio, por sus viajes, experiencias y lecturas, Ernest planteó el curso a Doña Anaya, su nueva maestra, como un reto constante.

Siendo una maestra experimentada, Doña Anaya afrontó el reto con calma y seguridad. No es fácil embridar al potro joven y confiado en su propia fuerza. Hay que saber frenarlo y corregirlo, cuando se precisa hacerlo. Pero también es difícil hacerlo con medida y de forma justa. El alumno no siempre está conforme con las decisiones del maestro y necesita expresarlo, mas debe saber expresarlo con respeto y corrección. Estos equilibrios entre alumno y maestro a veces son precarios. Nunca satisfactorios. Siempre incompletos. Y, pese a todo, tremendamente valiosos, porque instruyen en el complejo arte de la convivencia, un arte que demanda paciencia, respeto, comprensión y tolerancia ante la frustración. Gracias, Doña Anaya, por acompañar a Ernest en el aprendizaje de este arte.

Tras doce años en la escuela, Ernest ha tenido tiempo para sentirse afortunado por estar en la mejor escuela del mundo, así como para descubrir que hay más mundo fuera de la escuela. Esta doble experiencia le está sirviendo para aprender que estar bien juntos depende de que todos y todas pongan de su parte. Con el tiempo ha ido descubriendo aspectos de la escuela que no le han gustado y ha ido tomando distancia: se ha vuelto crítico. Echa en falta otras experiencias y reclama, de diferentes maneras, la necesidad de ver mundo. El próximo curso cambiará de escuela, definitivamente. Pero antes, este verano, hará su primer viaje solo. Irá a Irlanda a hacer una estancia de tres semanas. Con el fin de que no lo extrañe mucho, hemos previsto que haga la estancia en una comunidad Waldorf. Con ello, Ernest pondrá fin a su segundo septenio, tras lo cual afrontará una nueva y decisiva etapa de su vida: la adolescencia.

Si te interesa la pedagogía Waldorf, también puedes leer:

Recuerda, puedes suscribirte a nuestro blog y también vernos en

Y si te gusta, comparte y así nos ayudas a difundir esta información.

Pin It on Pinterest

Share This