Acostumbrados a vivir la vida viendo como nuestros deseos, sueños, ilusiones o expectativas nacen, crecen, se reproducen y se consumen, año tras año, es comprensible que un año como el que ahora terminamos se nos presente como un auténtico sinvivir. Pero la frustración del 2020 quizás no es más que el testimonio íntimo de la inadaptación de nuestro vivir a esto que venimos a llamar vida.
Durante los milenios en los que la humanidad fue consciente de su condición frágil y efímera, la sabiduría humana consistió en un ejercicio constante de renuncia. Aprender a vivir significaba llegar a aceptar la condición mortal del ser humano: una consciencia que se adquiría naturalmente a lo largo del transcurso de una vida llena de sinsabores, desgracias y penalidades. Nuestra afortunada época de aparente prosperidad y bienestar nos permitió olvidarnos, por un tiempo, de esta aciaga condición. Triunfantes sobre el carro de la rutilante modernidad, confiados en la seguridad de la ciencia y la técnica y en la versatilidad de los mercados y la política, saboreábamos la gloria que antaño estaba reservada a los césares, inconscientes de nuestra vulnerabilidad.
Como los antiguos césares, nuestro poderío es real, por supuesto. La ciencia y la técnica ofrecen certezas firmes y aplicaciones óptimas ante lo desconocido. La economía y los gobiernos se rigen -aunque no tanto como debieran- por principios razonables de oportunidad y prudencia en la ordenación y modulación de nuestro vivir colectivo. Pero no somos infalibles y, por tanto, tampoco somos invulnerables. Nuestra vieja condición, frágil y efímera, sigue persistiendo, pese a todo: la frustración, el fracaso y la muerte aún existen. Y, como a los césares en sus momentos triunfo, alguien debiera recordárnoslo en nuestros momentos de gloria, como una vacuna contra la soberbia.
Quizás es esto lo que nos ha enseñado -o nos ha hecho recordar- el 2020: la necesidad de ser humildes y de saber vivir la renuncia. Acostumbrados a consumir la vida, quizás el 2020 nos haya recordado la importancia de vivir la vida.
Pau Calabuig
Este año 2020 hemos vivido de rentas con respecto a los viajes… Y también respecto a sueños, ingenuidades, inocencia e inconciencia… Los años anteriores vivimos en la cresta de la ola y, después del confinamiento, creímos voler a subirnos en ella. Nos fuimos de viaje al noroeste de España y disfrutamos felices de la escapada. Nos creímos inmunes a la enfermedad y al sufrimiento. Pero, somos simples humanos, simples seres vivos. El verano no fue fácil y, en septiembre, la COVID entró por la puerta de nuestra casa y se llevó a nuestro abuelo más viajero.
Nuestro lema era «todo irá bien», pero no fue así, nos equivocamos. Todo no fue bien. Y, sin embargo, eso es la vida y por eso, este 2020, también ha valido la pena.
Mi padre nos enseñó a viajar. Nos animó a descubrir el mundo: no solo los lugares, también las personas. Antes de fallecer en septiembre, estuvo releyendo nuestro libro «De Tierra de Fuego a las Galapagos» y nos traladó admiración por nuestras aventuras en familia. Sin embargo, creo que somos meros aprendices en el viaje de la vida. Su vitalidad era desbordante y nos dió lecciones hasta el final, cuando asumió que quiza no regresaría de aquella sedación.
Y aquí nos quedamos nosotras y nuestras familias mirando para un lado y para otro y pensando: ¿y ahora qué? Desde el minuto uno supimos que él nos quería alegres y vitalistas y así hemos vivido estos meses mientras reconstruíamos los mimbres de esta nueva etapa de nuestra vida.
Han sido semanas intensas y ya han pasado 3 meses. Semanas de estar en casa, con nuestro hijos. Mucho trabajo personal, algunos momentos con la familia y cortas excursiones cerca de casa. Regreso a lo esencial, a la vida cotidiana, a no planificar y vivir el día a día. Nada más ni nada menos.
Querido/a lector/a, sea como haya sido tu año, has llegado hasta aquí como nosotros así que te deseamos mucha salud y felicidad en el año que está por llegar y mucha fortaleza e ilusión para afrontar lo que sea que esté por venir. ¡Feliz año nuevo!
Myriam Fabregat
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2017: un año lleno de experiencias únicas
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2018: balance, bye-bye y gracias
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2019: nuestro año más viajero
En el silencio de la naturaleza disfruto de caminar, observar y escuchar. De ello me nace el pensar, y la necesidad de escribir o dibujar. Mis otras pasiones son la lectura y la enseñanza como destreza comunicativa, al estilo socrático. Viajo en familia: el descubrimiento, la convivencia y el aprendizaje son los ejes de esta experiencia irrenunciable.
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