Pongamos que os hablo de Henry. H.D.Thoreau. Imagino que no sabréis quién es. Os diré, de entrada, que es un tipo un poco raro: una especie de filósofo. La excusa para traerlo a colación es que este año se conmemora el bicentenario de su nacimiento.
Si les preguntaseis a mis hijos, os dirían que fue un hombre que vivió en una cabaña, junto a un lago, en Estados Unidos. Ellos lo conocen porque estuvieron en el lugar exacto en el que Henry plantó su cabaña y se bañaron en aquel lago durante sus vacaciones veraniegas el año 2015. Posiblemente recuerden que visitaron una réplica de la cabaña, situada cerca del lago. Tal vez recuerden, también, la visita que hicimos al Sleepy Hollow Cementery, en donde descansan los restos de Henry. Pero no creo que su memoria les asista para recordar la visita que hicimos al museo en el que se conservan la cama, la mesa y la silla que usó Henry durante el tiempo que vivió junto al lago, en medio de los bosques.
En cualquier caso, para ellos es un personaje familiar porque Henry parece ser un amigo íntimo de su padre, alguien con quien trata asiduamente, puesto que siempre lleva entre manos su libro, aquel que escribió cuando estaba en el lago y al que puso por título el nombre del lago. Henry cuenta en su libro que el origen del nombre parece estar asociado a una joven india que sobrevivió a la tragedia que aniquiló su tribu en aquel preciso lugar en donde hoy está el lago. Su nombre era Walden. De ahí que el lago adoptase su nombre.
Walden es un lago pequeño, rodeado por colinas cubiertas, aún hoy, por un bosque tupido. Eso otorga al paraje un ambiente de quietud y recogimiento que lo hace particularmente agradable. Darle la vuelta no supone más que un paseo. Uno podría pasar horas embelesado con los reflejos de sus aguas, cómodamente sentado en la orilla. No es extraño que Henry quedase prendado del lugar desde niño, cuando visitó la laguna por primera vez con su abuela. Hay parajes que adquieren, a los ojos de un niño, una belleza inefable. Y el recuerdo de dichos lugares los acompaña, después, a lo largo de toda una vida. Parece ser que Walden ejerció este singular encanto sobre la inocente y sensible mente del pequeño Henry.
Todos deberíamos tener un Walden, es decir, un lugar al cual volver para reencontarnos con nosotros mismos, con aquel niño que fuimos tiempo atrás. Quien no cuenta con semejante santuario, puede, incluso, que se halle, de algún modo, incapacitado para amar profundamente la naturaleza. Porque quien no ha llegado a amar un lugar especial como uno se ama a si mismo difícilmente podrá llegar a apreciar la belleza y la singularidad de ningún otro lugar, ni sentirá la necesidad ni la urgencia de conservar la naturaleza para los que han de vivir en un futuro.
Así como el amor a una madre –eso que hoy los psicólogos infantiles llaman apego- es la base para el desarrollo afectivo sano y para el establecimiento de lazos afectivos fuertes en un futuro, el amor a un rinconcito de este mundo es el fundamento de la futura consciencia respecto a la necesidad de cuidar de cada rincón de este pedacito de tierra que es nuestro planeta en medio de la negra inmensidad del universo.
NOTA: H.D.Thoreau nació en Concord (muy cerca de Boston, Massachussets, USA) el 12 de julio de 1817. Celebramos pues el 200 aniversario de su nacimiento. Padre de la Desobediencia Civil, seguimos sus pasos y reflexionamos con él gracias a sus libros, poemas y su propio diario: Una excursión a Canadá, Caminar, Un Vida sin Principios, Cape Cod y muchos otros. Muchas películas se han inspirado en sus libros como «El Club de los Portas Muertos» y «Hacia rutas salvajes».
Tengo un ilusionante sentido de la vida. Estoy convencida de que las personas podemos cambiar el mundo trabajando personal y localmente a través de proyecto colaborativos. Me gusta compartir con mi familia experiencias motivadoras y enriquecedoras. Y difundir algunas de ellas en este blog sobre «nuestro viaje por la vida».
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