Tras la erupción del volcán Calbuco el pasado 22 de abril he estado pensando en los volcanes que he visitado en mi vida viajera. Haciendo este repaso me he dado cuenta de que los volcanes han sido una de las excusas para visitar muchos lugares. Nunca me había parado a pensarlo pero realmente he pisoteado unos cuantos y he de reconocer que siento una cierta atracción por ellos. El volcán más grande del Sistema Solar está en Marte y se llama Monte Olimpo en recuerdo al Olimpo de nuestros dioses griegos. Es un volcán inalcanzable, por supuesto, que sólo podemos observar gracias a bellas fotografías de nuestros telescopios espaciales. Es tan grande que solo al compararlo con nuestras grandes montañas podemos imaginar cómo debe ser de enorme.
Los volcanes generan magnetismo en los seres humanos. Nos cautivan con su simetría y belleza majestuosas. Cubiertos de nieve o de cenizas dejan ver su forma cónica a través de las nubes que muchas veces se arremolinan en sus laderas. Guardo un recuerdo especial de los últimos volcanes que vimos en nuestro viaje De Tierra del Fuego a las Galápagos. Quizá por ser todos ellos volcanes «jóvenes» y activos, quizá por los lindos recuerdos que conservo en mi mente.
Pero hay algunos otros que me vienen a la mente. Aquí os dejo «mis recuerdos más cenizos».
La mayor parte de los humanos vivimos vidas sencillas llenas de las emociones típicas de cualquier ser humano. Son vidas llenas de trabajo, de la compañía de nuestros seres queridos, de amor, de dolor, de alegrías y tristezas, vidas normales que un día se terminan. Sin embargo, a lo largo de la historia de la humanidad, encontramos biografías de personas únicas por haber tenido ideas únicas.
Muchas veces no podemos saber cómo fueron en su contacto con las personas que compartieron la vida con ellos -algo para mí importante y trascendental- pero sí podemos conocerles ahora por haber hecho algo único que dejaron para siempre al disfrute de aquellos que les precedieron.
Navegando por el Canal de Midi en primavera
Alguien así debió ser Pierre-Paul Riquet, cobrador de impuestos nacido en Besiers que, en el siglo XVII, fue capaz de resolver los problemas que planteaba el proyecto de construir un canal que comunicase el Atlántico con el Mediterraneo. Esta increible obra de ingeniería incluye diversos canales que recorren el sur de Francia y preciosas esclusas para poder superar las variaciones de altitud que se producen en el trayecto.
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