En una conferencia celebrada en Dornach el 12 de noviembre de 1921, Rudolf Steiner expresó una de las ideas fundamentales de su enfoque sobre la vida social: “El principio esencial de un organismo está precisamente en que no hace falta organizarlo y que se organiza a si mismo”. Es difícil, pues, entender cómo funciona la gestión de las escuelas Waldorf sin tener claro este principio. Entre nuestros aprendizajes del viaje, este fue uno de los puntos fuertes que quisimos analizar: cómo trabajar para mejorar la gestión de una escuela.

Juegos en la Escuela Caracol de Guatemala

La mayor parte de instituciones y proyectos sociales se rigen, hoy en día, por los principios empresariales e industriales que imperan en la sociedad actual. Las escuelas Waldorf, sin embargo, no se rigen ni por principios de eficiencia mecánica ni por estándares de rendimiento, tampoco atienden a la ley de la oferta y la demanda, ni se ciñen a los dictados de la omnipresente mercadotecnia. Su nacimiento y desarrollo depende de la trimembración social, es decir, de cómo se imbrican orgánicamente las vertientes jurídica, económica y cultural de la vida social.

Esto significa que una escuela Waldorf emerge con el propósito de generar un impulso sanador de la vida social, en la medida que crea un medio social en el que cada ser humano puede llegar a encontrar un espacio para el desarrollo de su individualidad, en armonía con el resto. Estamos ante un organismo vivo.

Niños de infantil jugando bajo un enorme mango (Proyecto Papalotes, México)

Pero, ¿cómo se gestiona un organismo vivo? Sencillamente, no hay forma alguna de hacerlo. De ahí la sensación de desgobierno que a veces puede tener uno cuando se acerca a una escuela Waldorf. 

Cualquier asociación es resultado de la unión de un grupo de personas que se unen con un propósito común, muchas veces altruista. Suelen caracterizarse por su estructura horizontal que, a veces, genera dificultad en la gestión pero que responden a la voluntad de lograr unos objetivos comunes.

Es un lugar común decir que en las escuelas Waldorf las cosas no se hacen: cada cosa lleva su proceso. Procesos que empiezan y que, en ocasiones, no acaban nunca o que no llevan a ninguna parte. No está claro quién dirige la escuela y las responsabilidades parecen difusas, cuando no resultan controvertidas.  Hay energías que surgen, se expanden, se transforman y se diluyen, a veces incluso se extinguen. En algunos casos quedan cosas por hacer y, muy a menudo, se abandonan proyectos preciosos que apenas han sido esbozados.

La Escuela Waldorf de Alicante poniendo en marcha el proyecto de Primaria hace unos años

Esto ocurre, sobre todo, en las escuelas jóvenes, las cuáles, como niños pequeños, derrochan energías en todas direcciones, sin orden ni concierto. Empiezan mil cosas y apenas si hay una que se acabe con un mínimo de empeño. Abundan las disputas pueriles. Todos quieren hablar, pero pocos escuchan. Unos hacen y otros deshacen. Y, con tanto barullo, los hay que tratan de sacar partido. Hay mucha ilusión… casi tanta como frustración. Unos se enojan y otros pleitean. ¡Cuántas vocaciones se dilapidan en medio de ese galimatías! La escuela no duerme tranquila: en sueños le rondan dragones y, solo con suerte, encuentra un ángel de la guarda que le permite dormir en paz una parte de la noche.

Ferran repasando las tablas de multiplicar en la Escuela Papalotes (México)

Las escuelas que llevan más tiempo han aprendido, con la experiencia, a guardar energías y a administrarlas de forma más eficiente. Tienen hábitos y costumbres establecidos, rutinas pautadas y una prudencia sana que les advierte sobre lo que conviene y lo que no conviene. No pierden el tiempo dando rodeos. Tampoco se enredan en discusiones estériles. Al pan lo llaman pan y al vino, vino. Están libres de ladronzuelos. Tampoco se dejan manejar por advenedizos. Los dineros los administran según la sabiduría del pobre. Se adaptan a las circunstancias, sin más. Pero los cambios llevan su tiempo: las propuestas “se duermen”, las decisiones se dilatan… Y, como en el cuento de Monterroso, cuando la escuela despertó, la decisión que estaba por tomar seguía allí.

Coniciendo las aulas de primaria de la Escuela Waldorf Ciudad de México

Más allá de las caricaturas, lo cierto es que la buena gestión de una escuela Waldorf depende del compromiso con una visión del ser humano en su dimensión individual y social: la antroposofía

Viajando por diferentes escuelas Waldorf de América nos dimos cuenta de que no tiene sentido buscar modelos en otras escuelas. Cada escuela es única y tiene su propio destino: debe recorrer su propio camino hacia su maduración como institución educativa.

El rigor y la profesionalidad son fundamentales, desde luego. También lo es la transparencia. Pero aún lo es más el compromiso ético que la institución y sus representantes son capaces de adquirir y transmitir respecto del sano desarrollo de los individuos que integran aquella comunidad educativa.

Antonio, maestro de 5ª clase, nos enseña la escuela Waldorf Chiapas

Por desgracia, muchas escuelas Waldorf empiezan de forma precaria, con mucha voluntad, pero recursos escasos. Por eso muchas de estas iniciativas adolecen de medios suficientes o profesionales debidamente formados para atender las necesidades básicas de la escuela naciente, ya sea en el ámbito docente o en el no docente. Desde la ilusión, las familias apoyan estos proyectos incipientes y los equipos de maestros ponen un gran empeño, a pesar de enfrentar una tarea tan ardua y exigente como lo es la educación hoy en día. Pero la ilusión y el empeño no son suficientes, porque son efímeros. Una escuela necesita algo más sólido y estructurado: necesita desarrollar una estructura orgánica. Porque no es solo un proyecto: es una institución.

Alumnado y maestras del Jardim do Cajueiro en Brasil (Fuente: Escola Jardim do Cajueiro)

En el seno de la escuela, Claustro, alumnado y familias necesitan encontrar un espacio seguro y sereno en el que desarrollar su propia actividad. Maestros y maestras, la actividad cultural que emerge de la pedagogía. El alumnado, la tarea de aprender a relacionarse armónicamente con el mundo y con las personas con las que conviven a diario. Y las familias, sosteniendo la institución mediante la creatividad y el rendimiento de su trabajo. Cada uno enriqueciendo la vida social, desde su ámbito.

Preparando las coronas para la fiesta de Navidad junto a las familias y maestras de la Escola Jardim do Cajueiro

Cuando visitamos el Jardim do Cajueiro, en Brasil, vimos un ejemplo muy sencillo de lo que es una buena gestión: la agenda escolar. Maestros, alumnos y familias escribían en ella, en los lugares reservados en la misma para cada uno. Los maestros, para informar a las familias de eventos, actividades o para anotaciones a los alumnos. Los alumnos, para agendarse tareas. Las familias, para firmar autorizaciones, solicitar reuniones o plantear dudas. Y la administración de la escuela, para los avisos, requerimientos o circulares. Nada de correos electrónicos ni whatsapps. Toda la comunicación interna de la escuela en la mochila del niño, junto a los lápices, los cuadernos, las canicas y el almuerzo.

Detalle de la pizarra de 1º de primaria de la Escola Jardim do Cajueiro

Pero es que, al fin y al cabo, esto es una escuela: un espacio en el que una comunidad se organiza a si misma para que cada uno haga su parte y para que, con el concurso de todos, el organismo social -y todos los que lo conforman- crezca y se desarrolle en todo su ser.

Puedes conocer más detalles sobre esta experiencia en:

Recuerda, puedes suscribirte a nuestro blog y también vernos en

Y si te gusta, comparte y así nos ayudas a difundir esta información.

Pin It on Pinterest

Share This