http://earthwrights.co.uk diseña juegos con materiales naturales |
Y en este trasiego de una escuela a otra, de un entorno al otro, de una realidad a la otra, no puedo evitar imaginarme mi escuela. Esa escuela a la que me gustaría asistir cada día como maestra o como alumna. Ese lugar para la convivencia y el crecimiento personal, para el desarrollo sereno de mi personalidad. ¿Cómo debería ser esa escuela que yo necesito?
Si buscase una escuela para mí, intentaría que estuviese en un entorno natural. Me gustaría que tuviese árboles de mi tierra: carrascas, olivos, algarrobos, almendros, moreras, pinos, palmeras y limoneros. Que tuviese arbustos y plantas aromáticas como el romero, la salvia, la lavanda o el tomillo. Que en ellos hubieran pájaros nidificando y también insectos. Buscaría que tuviese, al menos, un lindo jardín; sin hormigón en el suelo. Que tuviese troncos a los que trepar o una casita en un árbol en la que esconderme a conversar, a inventar historias o a soñar.
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La Madre Tierra estaría muy presente en la escuela: en los ritmos de cada día, en el cambio de las estaciones, en los materiales que usaríamos para aprender. La escuela impregnaría cada actividad de una conciencia ecológica que es imprescindible en nuestra sociedad.
UN PUNTO DE ENCUENTRO
Una escuela serena, sin timbres ni sirenas. En el que las maestras y maestros hablasen sosegadamente y sólo se escuchasen los gritos de los niños y niñas cuando juegan en el patio. Un lugar en el que a veces sonase un piano, una lira o una flauta. En el que se cantasen bellas canciones y se contasen, periódicamente, las mismas historias. Un espacio con rutinas que ayudan a saber qué vendrá después, a hacer previsible la mañana, con un ritmo conocido que me ayudase a escuchar mejor mi interior.
Un lugar en el que sintiese que mi hemisferio derecho es tan importante como mi hemisferio izquierdo y por ello hubiese tiempo para la sensibilidad, para la feminidad, para la belleza y la creación. Una escuela que creyese que el ser humano tiene inteligencias múltiples y que todas ellas tienen el mismo valor.
Taller de costura y afieltrado de la Escuela Waldorf de Alicante |
Como seres humanos necesitamos crear cosas con nuestras manos, diseñar proyectos y llevarlos a cabo. Ese proceso de aprendizaje ha sido llevado a cabo por nuestra especie desde hace milenios y no podemos abandonarlo porque nos ayuda a afianzar un gran número de habilidades físicas y mentales. En esta escuela habría tiempo para la creación y el trabajo manual: para jugar, pintar, esculpir, tejer, modelar… Para escuchar leyendas y cuentos de hadas, para cantar y bailar, para el teatro y las marionetas, también para hacer pan.
Sería probablemente una escuela imperfecta que necesitaría de la cooperación de toda la comunidad. Maestros, padres y alumnos tendrían que aportar su inteligencia y su fuerza para que pudiese mejorar. Gestionar una escuela no es nada fácil y menos aún si se intenta que sea de manera asamblearia pero ahí está la clave para valorar los éxitos y aprender de los fracasos. Una escuela con pocos recursos económicos necesitaría de muchos recursos humanos, de personas optimistas e incluso utópicas. Pero ya lo decía Galeano: es la utopía la que nos hace avanzar. En esta escuela todos nos sentiríamos necesarios y nuestras aportaciones se valorarían pues gracias a ellas sería cada día una mejor escuela.
Solsticio de verano en Alicante |
Ya lo decía H.D.Thoreau: «Todo hombre construye un templo, su propio cuerpo, para el Dios al que adora, con un estilo propio, y no puede dejar de hacerlo para martillear el mármol. Somos escultores y pintores y nuestra materia es nuestra carne y sangre y huesos. La nobleza empieza en seguida a refinar los rasgos del hombre; la mezquindad o la sensualidad los embrutece».
QUE CULTIVASE LA SABIDURÍA
Y, por último, una escuela que estimulara mi curiosidad y mi deseo de aprender, haciendo del conocimiento no un mero instrumento ni un ornamento o una distinción de la que envanecerse, sino una sabiduría humilde con la que afrontar la vida de forma sencilla, ecuánime y juiciosa, en paz y armonía con el mundo, apreciando el valor de la humanidad, sintiendo el calor de las emociones, cultivando el sentido del asombro, degustando el placer del trabajo hecho a conciencia y con un sentido profundo de la trascendencia. Una sabduría que me permitiese vivir desde la inmensidad de la vida, ahondando en sus misterios y disfrutando, a cada instante, de todo su encanto.
Tengo un ilusionante sentido de la vida. Estoy convencida de que las personas podemos cambiar el mundo trabajando personal y localmente a través de proyecto colaborativos. Me gusta compartir con mi familia experiencias motivadoras y enriquecedoras. Y difundir algunas de ellas en este blog sobre «nuestro viaje por la vida».
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