Probablemente es difícil comprender el alcance del empeño que puso Rudolf Steiner en la fundación, hace 100 años, de la primera escuela Waldorf, como una semilla que debía germinar, después, en otras iniciativas similares, sin considerar seriamente el fin social que latía en el fondo de aquella empresa pionera.

Imagen de la primera escuela Waldorf fundada en Alemania

Por aquella época, después de la I Guerra Mundial y con la cuestión social en el epicentro de la controversia, ante el auge del socialismo, Steiner estaba seriamente comprometido con la idea de despertar y suscitar una voluntad social consciente, algo que, a su juicio, no podría llevarse a cabo de un modo socialmente saludable sin una adecuada comprensión de lo que él denominaba la estructura ternaria del organismo social.

Un magnífico compendio de sus ideas sobre este asunto se encuentra recogido en el librito Los puntos esenciales de la cuestión social en la vida del presente y del futuro (descargable en castellano en .pdf). Su propuesta, situada más allá de la confrontación ideológica entre izquierdas y derechas, emana de una visión radicalmente innovadora y profundamente enriquecedora del ser humano y de la forma como éste puede organizar la vida social en torno a los tres rasgos que definen su naturaleza: el pensar, el sentir y la voluntad.

Según Steiner, la sociedad, como organismo social, emerge y se desarrolla a partir de estas tres capacidades humanas, articulando tres campos o esferas: la vida cultural-espiritual, la vida social-jurídica y la vida productiva-económica. La adecuada comprensión del organismo social y su estructura ternaria conducirá, según Steiner, a la sanación de los males que aquejan a la vida social, al lograr establecer una relación más armónica entre estas tres dimensiones o esferas de la vida en común de los seres humanos.

Exposición pedagógica en la fiesta de Navidad

Una escuela Waldorf, pues, es o aspira a ser, en cierto sentido, una célula sanadora del organismo social, al tratar de vivenciar, desde una voluntad social consciente, esta estructura ternaria del organismo social.

Esto significa que una escuela Waldorf, aunque desarrolle una actividad económica, no será una empresa ni se regirá por los criterios que imperan habitualmente en el intercambio de servicios y mercancías. Una escuela es, por definición, una institución cultural o espiritual. Por consiguiente, su actividad será la propia de la libertad espiritual, es decir, algo que emerge del desarrollo de las capacidades individuales.

Hablando con Doña Fabiana sobre el proyecto de la escuela Jardim do Cajueiro

Rudolf Steiner tenía la convicción de que la vida espiritual autónoma es capaz de suscitar una sensibilidad y despertar una conciencia social sobre el valor inherente de la actividad cultural y que ésta engendrará incentivos muy diferentes a los de la perspectiva del mero beneficio económico. De esto concluía que todo lo necesario para la vida cultural-espiritual provendrá, necesariamente, de las aportaciones libres de las personas activas y conscientes en el cuerpo social. Confiaba, por ejemplo, que los maestros y los artistas podrán suscitar un interés económico por lo que hacen, si se les reconoce el derecho al tiempo libre que les permita despertar y cultivar el interés y la comprensión de los valores espirituales.

Mural del proyecto Waldorf 100

Esto, por supuesto, chocaba con las consideraciones que imperaban en su época -y quizás aún en la nuestra- respecto a las condiciones laborales y las exigencias de productividad que deben regir el trabajo en la esfera económica. Según él, sin embargo, en la esfera espiritual-cultural, corresponde regular el trabajo con la finalidad de estimular y potenciar las capacidades individuales, asegurando, para ello, las condiciones de una existencia digna de un ser humano.

En palabras del propio Steiner: “En el organismo social sano, el beneficio obtenido mediante el capital y las capacidades humanas individuales, al igual que toda la producción espiritual, debe ser el resultado de la libre iniciativa del productor y de la libre apreciación de aquel que está interesado en el producto.”

Almuerzo-reunión semanal de maestros: creando lazos en la Escuela Caracol

Es por ello que el apoyo económico a una institución Waldorf no cabe bajo el paradigma de la contraprestación mercantil que se da en un simple acuerdo de compra-venta: es una inversión económica en una actividad cultural de alto valor social, algo que la mera actividad económica es totalmente incapaz de producir por sí sola.

Éste ha sido, sin duda, uno de los grandes aprendizajes que hemos obtenido en nuestro periplo por varias escuelas Waldorf en América. Ha sido realmente sorprendente encontrar escuelas que, como la Escuela Caracol (en Guatemala) o el Jardim do Cajueiro (en Brasil), son capaces de suscitar, desde el libre desarrollo de las capacidades individuales de sus maestros y maestras, el gesto libre de muchas personas, empresas e instituciones dispuestas a invertir económicamente en la actividad cultural que desarrollan, ante el extraordinario beneficio social que ofrecen a las comunidades en las que estos proyectos trabajan. Esto nos ha abierto los ojos, definitivamente, respecto a la maravillosa capacidad de regeneración social que late en el seno de esta centenaria iniciativa espiritual y cultural que es la Pedagogía Waldorf.

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