No sé a vosotros, pero a mi, me encanta soñar viajes y proyectos. Si, soy yo, Myriam, la que lleva de cabeza a los tres chicos de la familia. Ellos me siguen encantados, es cierto, pero la que vive pensando en si ir aquí o allá, soy yo… La que piensa objetivos, la que renuncia a viajes imposibles – al menos por el momento – y la que pasa felizmente mucho tiempo organizando. Os confesamos un sueño, queremos viajar a Asia con niños, con los nuestros. Queremos que sea un viaje largo, de varios meses. Aún no es el momento pero lo haremos. Recorrer la costa de norte a sur, salir de tan al norte como nos sea posible y llegar tan al sur como podamos autofinanciarnos.
Hace ya varios años que pisé Asia por primera vez. Fue en un viaje a China que planeé junto a varios amigos. Me intimidaba un poco visitar aquel país tan diferente al nuestro, con un idioma tan extraño y una cultura tan particular. Como siempre, queríamos viajar con nuestra mochila libremente pero como nos sentíamos algo vulnerables, mi amiga y yo decidimos enrolar a otros cinco compañeros en nuestra aventura. Y así fue como a finales de julio nos embarcamos en un avión rumbo al gigante asiático.
Recorriendo la Gran Muralla (China, 2006)
Nada más aterrizar en Beijing nos sentimos cómodos en aquel país, nuestros temores desaparecieron. Descubrimos que comunicarnos con sus habitantes era posible a pesar de hablar lenguas tan distintas. Cuando podíamos intercambiar algunas palabras en inglés era más sencillo, pero desarrollamos nuestra creatividad cuando el inglés no servía: dibujos y sonrisas. Realmente fue maravilloso comprobar como el lenguaje no verbal, la disposición abierta y tolerante, la alegría y la curiosidad innatas, te permiten llegar a cualquier individuo.
Cuando planeábamos nuestro viaje a China nos sentíamos algo preocupados pues era la primera vez que visitábamos el continente asiático. Viajar un mes, por libre, por un país en el que idioma y cultura son tan diferentes puede ser una limitación para muchas personas. Para otras representa el mejor estímulo. Nosotros nos encontrábamos en el término medio: nos atraía la curiosidad pero, a la vez, sentíamos cierto miedo ante lo desconocido.
Ping-Yao (China, 2005)
Empezamos a planear nuestro viaje con tiempo y tranquilidad. Únicamente sabíamos que íbamos a pasar las primeras noches en Beijing y que, un mes más tarde, nos esperaba un avión en Shanghái para regresar a casa. Cuando planeas un viaje, contar con amigos que conozcan el país en profundidad resulta una gran ventaja. En nuestro caso tuvimos la suerte de poder consultar a un amigo que ha vivido mucho tiempo allí y nos animó desde el primer momento a visitar el país por nuestra cuenta asegurándonos que, sin duda, encontraríamos amabilidad y facilidades.
Ping-Yao, Shuanglin (China, 2005)
Visitar Ping-Yao fue una de sus recomendaciones. De camino a Xi’an este pueblo aparece como testimonio de lo que fueron aquellos pueblos de las dinastías Ming y Qing, aquellos que debió conocer Marco Polo en sus viajes a Oriente. Es una ciudad antiquísima aunque su diseño actual data del siglo XIV. Su preciosa muralla cuyo perímetro recuerda a una gran tortuga, sus seis enormes puertas y sus preciosas setenta torres, son el envoltorio ideal para este lugar que en 1997 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Beijing, Estación Oeste (China, 2005)
Para llegar hasta allí tomamos un tren nocturno en la moderna y enorme Estación Oeste de la capital china. Por momentos pensamos que seríamos incapaces de encontrar nuestro andén pues los indicadores luminosos sólo mostraban en chino los destinos y tipos de tren. Los viajeros nacionales nos observaban con una mirada entre la extrañeza y la burla mientras nosotros intentábamos orientarnos ante aquellas indicaciones que nos parecían un jeroglífico indescifrable.
En tren nocturno hacia Ping-Yao (China, 2005)
Finalmente conseguimos descubrir que nuestro tren nº2519 salía del andén 6 en la puerta 9 a las 19:43 horas. Como siempre ocurre en China, había muchísima gente esperando pero por gracia de su «sistemática cultura ancestral», todos subimos organizadamente al larguísimo tren y nos ubicamos en nuestras literas. Los vagones eran amplios, las camas cómodas y limpias. Atestados de gente, el ambiente en los vagones era agradable. Familias que viajaban con sus niños, algún que otro turista, todos parloteaban sin cesar.
Ping-Yao, (China, 2005)
El viaje duró doce horas y llegamos a la estación cuando aún la humedad de la mañana refrescaba el ambiente en aquella polvorienta ciudad. Nos alojamos en el albergue Tian Yuan Kui en la calle Qin Ming. Las habitaciones mantenían el encanto de la antigua casa donde nos alojábamos, las inmensas camas algo elevadas y muebles bellamente decorados.
Ping-Yao, hostal Tian Yuan Kuin (China, 2005)
Nos sentimos fascinados por las calles adoquinadas de la ciudad. Era tan bonita y genuina, tan agradable por su arquitectura donde la arcilla y la madera de color negro propiciaban un ambiente solemne. El contraste con los faroles y otros adornos de color rojo creaban una imagen elegante y tradicional. De pronto te sentías llevado a un espacio bellísimo, pero también íntimo y asfixiante, en el que vivían las mujeres protagonistas del mundo que aparece retratado en películas como La linterna rojade Zhang Yimou (1991).
Ping-Yao, hostal Tian Yuan Kuin (China, 2005)
El mundo transcurre lentamente en Ping-Yao. En los diversos talleres se siguen desarrollando oficios al modo tradicional. Los pequeños puestos de verduras aparecen aquí y allá. Los ancianos se encuentran a charlar en las puertas de las casas o a jugar a las damas en las aceras. Los niños juegan libres y recorren las calles en sus viejas bicicletas. Por la noche, los farolillos rojos iluminan tenuemente las calles y la gente se recoge a sus casas a descansar.
Ping-Yao (China, 2005)
El negocio de los tejidos en el siglo XVIII hizo prosperar a los habitantes de esta ciudad. Aquí surgieron los primeros tongs o bancos en la antigua China. Hay gran cantidad de templos, museos y casas históricas que dan testimonio del esplendor económico de esta ciudad.
Ping-Yao, vendedor en la calle (China, 2005)
Ping-Yao, peluquería (China, 2005)
Los habitantes de esta región no hablan chino-mandarín sino otra variedad llamada jin. Es una de las cosas que más te llaman la atención en aquel inmenso país: la enorme diversidad cultural que existe y que, por desgracia, desde el poder dominante se lleva siglos queriendo eliminar. La situación más alarmante se ha producido en el Tibet pero hay ejemplos en todo el territorio chino que son realmente preocupantes. Es una de las lacras de la humanidad, la necesidad que el poder experimenta por impedir las manifestaciones culturales y lingüísticas de otros habitantes. Esto no es más que consecuencia de su ignorancia y escasa sensibilidad y, sin embargo, está provocando una gran pérdida de diversidad cultural en la humanidad.
Ping-Yao, zapatería (China, 2005)
Ping-Yao, jugando a las damas (China, 2005)
Ping-Yao, puesto de verduras (China, 2005)
A las afueras de la ciudad se encuentra el monasterio budista más antiguo del país: Shuanglin. Llegar allí fue divertido, montados en un remolque arrastrado por un cacharro que emitía gases pestilentes y cuya velocidad era menor que nuestro caminar. En aquel momento el estado de los edificios era algo deplorable pero mantenía su encanto y solemnidad. Las estatuas en terracota de los guardianes y de buda pintadas aunque decoloradas eran de una llamativa expresividad. Los detalles en la construcción y los elementos históricos otorgan a este lugar un valor incalculable. Algunas personas rezaban, colocaban barritas de incienso o limpiaban los patios y jardines. Mientras recorríamos aquellos salones y patios nos fue inundando la paz reinante en aquel lugar.
Ping-Yao, Shuanglin (China, 2005)
Ping-Yao, Shuanglin (China, 2005)
Ping-Yao, Shuanglin (China, 2005)
De regreso a nuestro hostal nos preparamos para proseguir nuestro viaje. Sentados cómodamente en la calle, esperando el momento de partir, aprovechamos para merendar aquella maravillosa manzana caramelizada que hizo las delicias de nuestro paladar. Rebozada y frita magistralmente, bañada en caramelo ardiente, degustamos cada trocito con la inseguridad del que no está habituado a comer con palillos.
Ping-Yao, recorriendo la muralla (China, 2005)
Ping-Yao, regresando de Shuanglin (China, 2005)
Repetimos el ritual de humedecer en agua fría cada pedazo con el fin de enfriar y cristalizar el caramelo. Memorizamos aquel sabor que aún hoy recuerdo y celebramos la buenaventura de nuestro viaje.
Ping-Yao, (China, 2005)
Con este recuerdo dulce os deseo un feliz año nuevo. Hace unos días así lo celebraban en China. Comienza el año del Caballo. Suerte a todos y a seguir soñando.
Como todos los años planeábamos nuestra escapada de verano. Teníamos que comprar un billete de avión de ida y vuelta y disponíamos de un mes de vacaciones para conocer un poco algún lugar del mundo. Nos atraía viajar a Oriente, nunca habíamos pisado el continente asiático y China presentaba muchos atractivos. Además aquel año había diversas ofertas en vuelos que merecía la pena aprovechar. Normalmente viajaba sola con mi amiga Alejandra pero esta vez decidimos enrolar en el proyecto a unos cuantos amigos. Acabamos siendo un numeroso grupo formado por dos gallegos y una gallega, una extremeña y tres alicantinas y después, aún se unieron dos sevillanos más.
Calle Fuzhou (Shangai, 2005)
El viaje con ellos duró casi tres semanas y resultó perfecto. Estuvo lleno de anécdotas, risas, buen rollo y cientos de experiencias. Recorrimos por libre el interior del país desde Beijing (Pekín) hasta Shangai. Disfrutamos de un territorio que nos sorprendía a cada paso que dábamos y cuyos habitantes no hicieron sentir cómodos en todo momento. Viajamos en tren nocturno, navegamos el Yang-tze y visitamos a los osos panda… Historias que compartiré en otro momento.
Shangai es una de las ciudades más pobladas del planeta y reúne, como la mayor parte de las grandes urbes asiáticas, una combinación de elementos tradicionales y de ultramodernidad que a los europeos nos sorprende. Sobretodo sorprende por la noche, cuando las luces de neón iluminan los modernos edificios con un derroche injustificado de energía. Los «escalestrix» de hasta seis o siete alturas se entrecruzan y coches de alta gama vuelan más que circulan haciéndote sentir en una ciudad del futuro. Mientras, en los barrios menos favorecidos las humildes viviendas van desapareciendo y dejando paso a los edificios de apartamentos para la «nueva clase media».
Jardín Botánico (Shangai, 2005)
En los antiguos barrios de origen europeo hoy proliferan los locales de moda, bares, discotecas y restaurantes. Allí todo está al alcance de cualquiera a un precio desorbitado. En otras zonas de la ciudad puedes viajar al pasado o conocer los entresijos de las etnias minoritarias en china que no disfrutan de los privilegios de las clases dominantes. El barrio musulmán es ideal para probar buena comida a muy buen precio y conocer otra realidad. En los jardines encuentras la calma y el sosiego, el silencio y el recogimiento. Shangai muestra las dos caras de aquel mundo, el yin y yang se manifiestan sin complejos.
En Shangai terminó nuestro viaje con aquel pequeño-gran grupo. Ellos regresaron a casa y nosotras permanecimos para seguir descubriendo el país. Con ellos compartimos allí excelentes momentos desde la azotea de nuestro hostal situado en el Bund. Las vistas de los luminosos rascacielos del Pudong acompañaban imponentes nuestras conversaciones. Y es que, por mucho que me guste viajar lejos, mi viaje preferido es el que me lleva al interior de las personas. Sobre todo es sorprendente como, incluso las personas a quien más crees conocer, pueden descubrirte cosas nuevas cada día. Creo que esto ocurre porque la gente interesante está en permanente evolución, crece, cambia, se vuelve más compleja y rica en matices. Es por ello que hay personas que siempre llenan tu vida y le aportan diversidad. Así eran aquellos amigos, lo siguen siendo.
Pudong centro financiero (Shangai, 2005)
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