El 20 de agosto de 1919, en la inauguración del curso que dió origen al surgimiento de la primera Escuela Waldorf, Rudolf Steiner empezó su discurso con estas palabras: “La Escuela Waldorf debe ser un verdadero acto cultural implantado para llegar a una renovación de la vida espiritual de nuestro presente.”

Niños aprendiendo en la 3a clase de Primaria de la Escuela Caracol de Guatemala

Hace cien años, Steiner creía que la sociedad contemporánea, desconectada de la raíz espiritual que constituye la matriz fundamental del ser humano, había caído en el burdo materialismo y el mero egoísmo individualista. Cien años después, su apuesta pedagógica sigue siendo muy necesaria, más aún, si cabe.

Durante nuestro periplo de tres meses por seis escuelas Waldorf en Estados Unidos, México, Guatemala y Brasil hemos constatado que la pedagogía Waldorf sigue siendo una apuesta social vigorosa ante los males de nuestro tiempo. Ya hablaremos en un artículo posterior sobre cómo esta pedagogía ha sabido atender demandas sociales que no son adecuadamente atendidas en determinados contextos.

Estas líneas, sin embargo, nos gustaría dedicarlas a nuestro aprendizaje principal sobre lo que es una escuela Waldorf.

En la actividad de inicio de la mañana en la Escuela Caracol de Guatemala

A menudo, en este mundo de las escuelas Waldorf, se proyecta la imagen de un ideal pedagógico y educativo que se asocia a una escuela puramente ideal que adquiere un carácter normativo, en el sentido de que permite juzgar si las escuelas que existen realmente se ajustan o no, o en qué medida, a aquel ideal inalcanzable. Esto genera expectativas infundadas y frustraciones terribles cuando la realidad se impone y el ideal queda por los suelos. Muchos familias, como también muchos maestros y maestras jóvenes, se alejan de la pedagogía o la abandonan de forma airada o dolida tras sentirse defraudados por experiencias negativas. Muchas exigencias, tensiones y conflictos en las escuelas Waldorf se acabarían si renunciáramos a aquel ideal trascendente e irrealizable.

Alumnado y maestras del Jardim do Cajueiro en Brasil (Fuente: Escola Jardim do Cajueiro)

Si hay algo verdaderamente importante que hayamos aprendido en este viaje sobre lo que es una escuela Waldorf es precisamente que no existe una escuela Waldorf ideal que defina lo que debe ser cualquier escuela Waldorf.

La apuesta de Steiner cuando creó la primera escuela Waldorf fue la de generar un organismo social que posibilitara el surgimiento del ser humano pleno, en un sentido físico, anímico y espiritual.

Exposición pedagógica en la fiesta de Navidad de la escuela Jardim do Cajueiro

No existen, pues, aspectos formales ni estéticos que definan la esencia de lo que es una escuela Waldorf. Ni el uso de determinados materiales, ni la recitación de determinados poemas, ni la observación de cierto calendario de fiestas… Todo esto no define realmente la esencia de esta pedagogía, aunque todos estos elementos formales permitan identificar y reconocer a las escuelas Waldorf al otorgar a estas un aire de familiaridad que permite pasar de una a otra sintiéndose como en casa, por la presencia de estos elementos recurrentes, como las ceras, los cuadernos, la mesilla de estación o las figurillas de lana cardada. Tampoco las instrucciones propiamente metodológicas y didácticas de la pedagogía, como las narraciones, los teatros o las pautas establecidas respecto al aprendizaje.

Detalle del aula de 1ª clase de la Escuela Waldorf de San Cristóbal de las Casas

Lo fundamental es, en esencia, la existencia de un grupo de personas -normalmente el Claustro de una escuela- que se hayan comprometido vitalmente con la empresa de acoger y acompañar en su desarrollo integral al ser humano desde la primera infancia hasta la vida adulta.

Esta orientación antroposófica de la pedagogía es lo que convierte a las escuelas Waldorf en un proyecto educativo único, que cuando envuelve, además, una orientación social, mediante la triformación, es decir, mediante la consideración de la vida social como el desarrollo orgánico de la vida jurídica, económica y cultural, convierte a las escuelas Waldorf en un elemento genuinamente regenerador de la vida social.

Esto no significa que en las escuelas Waldorf no haya problemas.

Llegando a la escuela Waldorf San Cristóbal

Como en cualquier otra institución, los individuos que forman parte de ellas pueden tener intereses o deseos contrapuestos. En ocasiones estos originan tensiones y conflictos que pueden manifestarse de forma ruda o incluso de forma convulsiva. Sea por motivos económicos, por asegurarse un estatus laboral o, sencillamente, por necesidad de reconocimiento social o afán de poder de alguno de los miembros de la comunidad educativa, la vida social en las escuelas Waldorf puede verse sacudida -y así ocurre, a veces- por conflictos internos. También pueden darse escándalos graves que dañen la imagen de la pedagogía, con conductas impropias o abusivas por parte de alguno de sus miembros, como pudiera ser el caso de comportamientos dañinos o lesivos hacia otros miembros de la comunidad educativa, incluidos los niños y las niñas cuya custodia y cuidado ha sido confiado a estas escuelas.

Nada humano -ni siquiera el mal- no es ajeno a las escuelas Waldorf. En este sentido, no son una comunidad celestial de ángeles y arcángeles. En ellas pueden darse los problemas propios de cualquier comunidad.

Niños de infantil jugando bajo un enorme mango en la escuela Proyecto Papalotes

Sin embargo, si una comunidad educativa quiere hacerse realmente merecedora del nombre Waldorf debe asumir, como un compromiso ético irrenunciable, la tarea social de desarrollarse orgánicamente, más allá de los intereses personales y los vanos deseos de cada uno, permitiendo a cada individuo el desarrollo de su individualidad dentro de un marco que garantice, desde la fraternidad, el mutuo reconocimiento como seres iguales.

Una vida social saludable solo se consigue cuando en el espejo de cada alma,

la comunidad entera encuentra su reflejo. Y cuando la virtud de cada uno, vive en toda la comunidad.

Comunidad de familias y maestras de la escuela Papalotes en Puerto Escondido (Fuente: Papalotes)

Esta idea de Rudolf Steiner plasma esta simbiosis orgánica entre el individuo y la comunidad, esta integración saludable del individuo en lo social, por la que el individuo se nutre de lo social mediante su contribución virtuosa a la comunidad. Es en este contexto donde la individualidad se desarrolla armónicamente en el seno de la comunidad, ajena a las tensiones y conflictos de un organismo social malsano en el que todo son conflictos de intereses y enfrentamientos irreconciliables propiciados por individualidades henchidas de egoísmo y vanidad.

Paseando por la Comunidad Fellowship junto a la Green Meadow Waldorf School (New York, USA)

A lo largo de nuestro viaje por escuelas Waldorf de Estados Unidos, México, Guatemala y Brasil nos encontramos con ejemplos claros de esta sana integración de la individualidad en el seno de la comunidad. Personas íntegras y generosas que entendieron en algún momento de sus vidas que lo mejor que podían hacer era poner su vida al servicio de la escuela, dejando a un lado intereses y aspiraciones personales. Personas movidas únicamente por la necesidad de formar parte de un proyecto social en el que poder realizarse plenamente como individuos y como miembros de una comunidad. Maestros y maestras que no se preguntaron nunca qué era lo que les podía ofrecer la escuela, sino que, más bien, se preguntaron a sí mismos qué era lo que ellos podían ofrecerle. Padres y madres que, ante la tarea de sus educar a sus hijos, se preguntaron si había algo que pudieran hacer, más allá de llevar a sus hijos a una escuela.

Personas, en fin, dispuestas a comprometerse desde la generosidad, con el convencimiento que cuando uno da, sin esperar a cambio, siempre se recibe mucho más de lo que se ha dado. Cuando esto ocurre, en la persona solo hay espacio para un gesto: el agradecimiento.

En este sentido, nos resultó especialmente reveladora la experiencia que vivimos en el final de curso de la Escuela Caracol, en San Marcos La Laguna (Guatemala). Los maestros y las maestras, los alumnos y las alumnas, junto con sus familias, convirtieron la ceremonia de clausura del curso 2019 en un solemne acto de agradecimiento de los unos a los otros. Por el regalo de la enseñanza de los primeros, por el esfuerzo y la constancia en el aprendizaje de los segundos y por el apoyo y la confianza de las últimas. En realidad fue un acto sencillo y sobrio, acorde a los medios y recursos de una escuela modesta y una comunidad educativa de extracción humilde, pero fue, a la vez, una celebración alegre, emotiva y sincera de gratitud, especialmente por parte de aquellos que formaban parte o habían acompañado a la promoción que en ese final de curso finalizaba la Primaria y se graduaba en la escuela.

Ceremonia de clausura del curso en la Escuela Caracol

Y es así que en una sociedad en la que todo parece tener un precio – donde todo es comprado y pagado con dinero, donde también nuestro tiempo tiene un precio y “solo trabajamos por lo que nos pagan” – resulta revelador participar de experiencias comunitarias en las que las personas se asocian al servicio de fines que van más allá de intereses particulares o económicos.  

Como individuos, cuando nos comprometemos vitalmente con un proyecto motivador que trasciende intereses económicos, es cuando crecemos y nos enriquecemos. Como profesores, en nuestro trabajo como docentes; como viajeros, visitando y haciendo voluntariado en diversos proyectos educativos; y como padres, colaborando en el proyecto de la Escuela Waldorf de Alicante. Todo esto nos define como seres humanos y nos ayuda a contribuir vital y conscientemente en proyectos sociales que nos enriquecen.

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