San Cristóbal de las Casas es una ciudad de abolengo: sus calles empedradas, sus casas señoriales y sus iglesias de colores del s. XVIII testimonian su historia. A las afueras de la ciudad, entre bosques y casas despedigadas, se encuentra la Escuela Waldorf San Cristóbal.
Pero, además, la ciudad conserva vivo el espíritu de la comunidad indígena cuyas raíces se hunden en los tiempos inmemoriales de Chiapas. Paseando por sus calles es normal cruzarse con miembros de dicha comunidad, fáciles de distinguir por su vestir o por su lengua.
Nada más llegar a la ciudad, tuvimos la oportunidad de visitar el centro cultural Na-Bolom, una asociación surgida de la iniciativa de un antropólogo danés y una fotógrafa suiza en favor de la conservación de la selva y del legado indígena. Sus actividades abarcan desde la conservación a la divulgación y cuenta con importantes reconocimientos. Últimamente la entidad incluso se ha hecho cargo de recuperar la historia y de rehabilitar el primer centro de enseñanza formal en la ciudad.
También tuvimos ocasión de visitar, algunos días más tarde, el Museo de los textiles o Centro de Textiles del Mundo Maya, un centro de divulgación de la cultura indígena. El colorido y los diseños variopintos de la artesanía textil tradicional nos fascinaron, así como el primor de los bordados con los que los decoran.
La nota negativa, sin embargo, fue el percatarnos de la miseria y la pobreza que aún lastra a estos pueblos. Para nuestros hijos resultó duro comprobar la situación de desescolarización y de explotación laboral que sufren bastantes niños -algunos más pequeños que ellos- obligados a dedicarse a la venta ambulante por el centro de San Cristóbal.
Resulta paradójico que en un viaje con el que tratamos de escrutar el estado de salud de iniciativas pedagógicas que aspiran a enriquecer la mera escolarización formal nos encontremos que, para algunos niños, la educación básica formal no sea aún un derecho inalienable.
En Ciudad de México tuvimos la oportunidad de entrevistar a Laura M. Ramírez, una de las coordinadoras de Mexicanos primero, una iniciativa civil en defensa del derecho a la educación, como motor de la transformación social. Ella ya nos advirtió que el sistema educativo mexicano, público en su mayoría, adolece de falta de medios y de una adecuada formación de los docentes, sobre todo en las zonas rurales, hecho que explica el bajo nivel educativo y sociocultural del país.
Esta circunstancia explica que últimamente haya un número creciente de familias que buscan un modelo educativo alternativo, como la pedagogía Waldorf, para sus hijos e hijas en iniciativas privadas.
Esta es la experiencia, por ejemplo, de Licha Matita, una artista de Veracruz, quien vivió, siendo niña, cómo la escuela cercenaba y vetaba sus impulsos creativos y su necesidad de expresarse libremente mediante el dibujo y el garabato. Su frustración se tornó en arte, con los años.
La escuela Waldorf San Cristóbal surgió hace apenas cinco años de este modo: como respuesta a una necesidad latente.
D. Antonio Méndez, uno de sus jóvenes y comprometidos maestros nos explica su experiencia personal. Tras pasar cuatro años con sus hijos en una escuela pública que desarrollaba una metodología alternativa en Barcelona -hecho por el que nos pide reiteradamente que platiquemos en catalán-, sintió, junto a Elisena, su esposa, la necesidad de encontrar un espacio educativo apropiado para sus hijos al volver a México. Fue así como contactó con otras familias con similares inquietudes y decidieron poner en marcha un proyecto Waldorf en San Cristóbal. Este es ya su quinto curso como maestro, que ha completado al mismo tiempo que se iba formando, verano tras verano, en Cuernavaca, donde están los dos centros más importantes para la formación de maestros Waldorf.
La escuela, ubicada en un caserío histórico situado a las afueras de San Cristóbal, ofrece un marco educativo idílico para sus poco más de cincuenta alumnos, repartidos entre las etapas de Infantil y Primaria. La planta baja del caserío alberga a los más pequeños, en una aula amplia y preciosa. Los diferentes grados de la Primaria, de 1º a 5º, se distribuyen en diferentes espacios, más pequeños, modestos o incluso precarios, pues las familias han tenido que habilitar nuevas aulas, levantándolas ellas mismas, con sus propias manos, en su tiempo libre, con mucho empeño y cariño.
En nuestro paseo por las aulas, admiramos los trabajos escolares y los cuadernos de los pequeños, elaborados con mimo y esfuerzo. Nos llama la atención la bella ejecución de los dibujos y la madurez de la caligrafía. Todo ello testimonia la atención y el rigor pedagógico del equipo docente y la devoción con la que niños y niñas atienden a sus labores.
Dña. Inés Vizcaíno, una de las maestras, encargada del ámbito administrativo de la escuela, nos explica la historia de la pedagogía en la comarca. Ella misma fue alumna de una escuela Waldorf en San Cristóbal, El pequeño sol, que contaba con muchos medios, por la provisión de fondos procedentes de otras iniciativas Waldorf hermanas en Alemania. Por desgracia, aquella inversión se perdió, ya que el proyecto dejó a un lado la pedagogía Waldorf y, hoy en día, aunque la escuela sigue abierta, ya no conserva nada del impulso antroposófico que le dió origen. Por suerte, la semilla plantada antaño ha dado lugar al nacimiento de una nueva escuela que ya da con firmeza sus primeros pasos, completando la etapa de Primaria.
Según Dña. Inés, tras cinco años de andadura, el proyecto afronta un reto de maduración al vislumbrar la necesidad de una profundización en la formación antroposófica de la comunidad, tanto para el equipo docente como para las familias. Pero este reto supone una inversión económica fuerte, ya que implica gastos considerables, que la comunidad apenas puede afrontar. Es por ello que acogen con mucho interés nuestra experiencia de financiación de la formación docente en Alicante por medio donaciones procedentes de entidades amigas en centroeuropa.
En el aspecto jurídico, aún sin contar con la debida autorización como escuela, el alumnado de la Waldorf San Cristóbal opta a la homologación de sus estudios mediante un seguimiento de la Secretaría de Educación Pública y de un examen de acreditación a realizar entre los 10 y los 14 años.
Por último, nos llama la atención que, al igual que en otras escuelas Waldorf de México, es habitual que los proyectos bequen a familias con rentas bajas, en ocasiones con la gratuidad de la plaza, como expresión de espíritu fraterno y con el ánimo de difundir la pedagogía en una comunidad en la que tampoco es demasiado conocida.
Al fin y al cabo, la propia cultura popular mexicana pregona la necesidad de este ejercicio fraterno de compartir lo que uno tiene, como lo testimonia el dicho según el cual no es bueno cerrar la puerta de la casa cuando llega la hora de servir el alimento, de lo contrario cuando llegue la hora de morirse habrá poca gente que vele al muerto.
El proyecto de San Cristóbal, pues, aunque incipiente, muestra vitalidad, ilusión y entusiasmo, como lo prueba el hecho de que ya casi empiezan un proyecto de secundaria. Lo bello y lo delicado de esta iniciativa nos desvela, sin duda, que cuenta con un ángel protector. Quizás sea el arcángel que, desde el cielo, custodia, con su espada radiante de luz, el paraíso y la inocencia de la humanidad atesorada en la niñez.
En el silencio de la naturaleza disfruto de caminar, observar y escuchar. De ello me nace el pensar, y la necesidad de escribir o dibujar. Mis otras pasiones son la lectura y la enseñanza como destreza comunicativa, al estilo socrático. Viajo en familia: el descubrimiento, la convivencia y el aprendizaje son los ejes de esta experiencia irrenunciable.
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