Visitar Portbou es una oportunidad para descubrir un rincón de la Costa Brava muy especial, no solo por su ubicación, sino por lo que ha supuesto este lugar a lo largo de la historia para miles de personas.
Una frontera es un límite. Traspasarla supone ir más allá. Para los que participamos de este fenómeno posmoderno del turismo de masas, las fronteras son un mero trámite burocrático, gracias a este hecho consumado que es hoy la globalización. Por supuesto, como se ha señalado a menudo, la supuesta transversalidad de esta globalización en realidad dista aún mucho de haber permeado todas las capas de la estratificación social y, como siempre ocurrió, los hay que tienen derecho a cruzar fronteras y los hay que no, por lo que eso que llamamos “derecho” aún sigue asemejándose demasiado a un privilegio y demasiado poco a un verdadero derecho. Como dice la filósofa Marina Garcés, la verdad de las fronteras es la de todas aquellas personas que no pueden cruzarlas.
Por eso no debiéramos pasar una frontera sin acordarnos de los que no pueden pasarla o de los que no pudieron pasarla en otros momentos. O de aquellos que son forzados o se vieron forzados a pasarlas, empujados por circunstancias trágicas que nada tienen que ver con ese ocioso y consumista deambular posmoderno que llamamos turismo.
Sin ir más lejos, Europa acaba de aprobar una restrictiva política común de fronteras, que contempla la deportación forzosa de migrantes y demandantes de asilo y que supone, de hecho, una severa degradación de los derechos humanos en el espacio europeo hacia personas que se encuentran en situaciones de extrema vulnerabilidad y que afrontan riesgos extremos para llegar a Europa huyendo de su propia desesperación.
Visitar Portbou nos ha permitido tomar conciencia del papel de la historia, en relación con el futuro del mundo en el que vivimos. Hoy Portbou es una localidad costera tranquila y de aspecto decadente que duerme apartada del mundo encajonada dentro de un estrecho barranco entre los montes pelados de las últimas estribaciones orientales de los Pirineos. Su inmensa estación de ferrocarril, hoy escasamente activa, se yergue sobre el casco urbano como testimonio mudo de una época de esplendor. Otros edificios, más modestos, nos recuerdan que Portbou fue, hasta no hace demasiado, un lugar de mucho ajetreo y mudanza.
Nuestra visita, aunque efímera, tiene por objeto homenajear a uno de los muchos hombres y mujeres que por aquí pasaron. Un filósofo judío que en 1940 huía de la barbarie nazi: Walter Benjamin. Huido de Alemania en 1933, residió en Francia hasta la invasión nazi. Fue entonces cuando inició un periplo que debía llevarle hasta Estados Unidos pasando por España y Portugal. Sin embargo, la aventura no resultó como esperaba. Al llegar a Portbou la policia franquista lo detuvo. A la espera de ser enviado de vuelta a Alemania al día siguiente, como prisionero, fue alojado en una pensión para pasar noche, junto con las personas que lo acompañaban. Aquella misma noche Walter Benjamin se suicidó en la habitación de aquella pensión.
Hoy en día una placa recuerda el edificio donde murió, y su cuerpo yace en una fosa común del cementerio de Portbou. Junto al cementerio, un monumento del artista israelí Dani Karavan homenajea su memoria y su legado filosófico en torno a la memoria histórica y el destino de los que viven en la desesperación, abocados a un callejón sin salida en el que sienten que su existencia se ahoga en un mar de sinsentido para ascender, quizás, al vaporoso recuerdo de quienes les sigan.
Walter Benjamin, en su obra, insistió que los oprimidos nunca han sido una excepción en la historia de la humanidad y que lamentarse de que aún sucedan ciertas cosas obedece a una visión insostenible de la historia, basada en una idea equivocada sobre el progreso. Benjamin resumía su visión de la historia en una imagen creada por el pintor suizo Paul Klee, titulada Novus Angelus y que Benjamin compró y llevó consigo hasta el momento de su muerte. En la pintura, Benjamin veía la imagen de un ángel aterrorizado que huye de algo que le acecha de forma amenazadora. Según él, ese era el Ángel de la Historia que mira de frente al pasado, el cual se le presenta como una catástrofe que avanza acumulando ruinas y muertes movida por una tempestad que la empuja en su avance imparable hacia el futuro. Una tempestad llamada “progreso”.
Al igual que Hegel y Marx, Walter Benjamin concibió la historia como la experiencia de los oprimidos. Pero a diferencia de aquellos, Benjamin no interpretaba la historia como un proceso de liberación. En ese caso, la historia sería, a su juicio, la historia de los vencedores, nunca la de los oprimidos. Puesto que la historia de los oprimidos-liberados, ya sea desde un horizonte mesiánico o revolucionario, no es la historia de los oprimidos, sino la de los oprimidos-que-se-liberaron.
Este enfoque entiende la opresión como algo anómalo, en la medida que sitúa la liberación como el horizonte que dota de sentido al devenir histórico. Desde la perspectiva de Benjamin, sin embargo, la historia de los oprimidos no cobra su sentido gracias a la esperanza de la liberación -con la consiguiente superación y olvido de la opresión-, sino mediante el cultivo de la memoria de los oprimidos -con la consiguiente reparación histórica-, para que los males de la opresión nunca caigan en el olvido.
Este giro interpretativo y filosófico de la historia es el que se haya detrás del movimiento por el que la izquierda política europea ha dejado progresivamente de encaminar sus acciones hacia un horizonte histórico utópico y revolucionario de liberación de los oprimidos, para adoptar un enfoque y un proyecto político más reformista, orientado a la reparación del daño causado por la opresión, empezando por la necesaria conservación de la memoria histórica y democrática.
Que el propio Bejamin acabara siendo un ejemplo de esta cruenta historia de los oprimidos, debido a la persecución que sufrió y a su agónica muerte en Portbou sumido en la desesperación, más que como una ironía del destino, se nos presenta como una confirmación trágica de su visión profética sobre la necesidad de guardar la memoria de las víctimas -como él- de la opresión.
En este sentido, el monumento que le dedicó Karavan en Portbou hace justicia a Benjamin de un modo poético y ciertamente soberbio, dado el carácter sobrio y agonístico de la instalación que expresa el trágico destino de un hombre que, como otros muchos, se vio abocado a la desesperación y a la muerte.
Nuestra visita a Portbou finalizó con la ascensión al cerro en el que se levanta el Memorial del Exilio Republicano, una sencilla secuencia de paneles en el paso fronterizo que muestran las fotografías de los que huían de la guerra y la opresión fascista desencadenada en España a partir de 1936.
Por aquí pasaron muchas personas desconocidas, y otras, como María Zambrano pasó por aquí el 28 de enero de 1939. Iba en coche con su madre y su hermana. En su camino, se encontraron con Antonio Machado que huia a pie. Le invitaron a subir a su automóvil, pero ante la negativa del poeta, dicen que María se bajó y siguió a pie junto al maestro Ella salbaría la vida en un largo exilio, él moriría pocos meses después en Colliure.
Miles de historias como estas, hacen de Portbou un lugar único que merece la pena conocer.
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En el silencio de la naturaleza disfruto de caminar, observar y escuchar. De ello me nace el pensar, y la necesidad de escribir o dibujar. Mis otras pasiones son la lectura y la enseñanza como destreza comunicativa, al estilo socrático. Viajo en familia: el descubrimiento, la convivencia y el aprendizaje son los ejes de esta experiencia irrenunciable.
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