Los elefantes han formado parte de la vida rural en Tailandia desde hace siglos y muchos de ellos fueron domesticados. Como en todas las sociedades rurales, la necesidad de animales como fuerza de trabajo para la agricultura, el transporte y otras labores era habitual. Bueyes, burros, caballos y también elefantes eran elementos fundamentales. Además, representaban un bien económico que elevaban en la jerarquía social a sus dueños.
Sin embargo, con la aparición de la fuerza mecánica, estos animales dejaron de tener un valor como elementos de trabajo y se convirtieron en una carga. El caso de los burros es muy llamativo: muchas razas han desaparecido o están en peligro de extinción y esto ha llevado incluso a la aparición de asociaciones que se preocupan por su protección y salvaguarda del acervo genético. Visita El Refugio del Burrito.
Con los elefantes hay un problema similar acrecentado por las necesidades alimenticias y vitales de estos paquidermos así como por su longevidad. La expansión de las ciudades y el abandono de la vida rural agrícola ha convertido a los elefantes en un problema. Sin embargo, el turismo ha abierto la puerta a una alternativa: su utilización como reclamo turístico que les mantiene en una situación de explotación y sufrimiento.
En los últimos años, la sensibilidad de las personas hacia el cuidado de los animales ha cambiado sustancialmente. Ahora no llevaríamos a nuestros hijos a un circo con animales. Hemos aprendido que las condiciones de vida para ellos no pueden ser adecuadas en ningún caso y, sin embargo, de niños nuestras familias nos llevaban si había la oportunidad.
¿Qué ha cambiado en la vida de los elefantes?
Cómo explica Jane Goodall en sus conferencias, los animales son seres sensibles, con emociones, capaces de sentir dolor y bienestar. Es por ello que los seres humanos tenemos una responsabilidad con los animales que conviven con nosotros.
En nuestro viaje por Tailandia vimos, por ejemplo en Phuket, muchos elefantes en entornos urbanos como reclamo turístico. Sus dueños los ofrecían para acompañarlos al baño a cambio de unas monedas. En Ayutthaya, vimos a turistas paseandose por la ciudad a los lomos de elefantes bellamente engalanados. De esta manera, para la mayoría de los elefantes que trabajaban en el campo su vida se ha transformado en trabajar en las ciudades. Lo que probablemente es mucho peor.
¿Se planteaban estas personas cómo vivían esos elefantes cuando no estaban trabajando?
Nos preguntamos si las personas que acuden a espectáculos con elefantes – y otros animales – se plantean cómo viven y cómo han sido domesticados. No había que mirar muy lejos para descubrirlo: vivían en pequeños cubículos con una de sus patas encadenada a un poste. Toda su vida así. Nosotros lo vimos sin buscarlo.
¿Qué alternativas hay para los elefantes que fueron domesticados en el pasado?
Habíamos leído bastante sobre el asunto antes de viajar a Asia y descubrimos que hay un movimiento importante de personas que intentan plantear alternativas que aseguren una vida digna a los elefantes. Sin embargo, muchos mensajes son contradictorios y no sabíamos con seguridad cuándo podíamos apoyar iniciativas realmente serias y cuándo podía ocultarse un manejo no tan digno de la cotidianidad de estos animales.
Antes de tomar ninguna decisión os aconsejamos leer los artículos de FAADA:
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- Descubre qué implica hacer un paseo sobre un elefante
Inicialmente descartamos visitar incluso a las asociaciones que parecían asegurar una condiciones ideales para los elefantes. No acabábamos de sentirnos cómodos. Sin embargo, cuando llegamos a Chiang Mai, tras conversar con algunas personas, nos animamos a visitar Elephant at Home.
¿Qué aprendimos en Elephant at Home?
Nos decidimos por esta iniciativa porque están alejados de la ciudad, ubicados en las montañas en el Parque Nacional Khun Khan. Cuando decimos lejos, es muy lejos. El viaje fue larguísimo. Vinieron a recogernos y nos llevaron hasta allí recorriendo las montañas al oeste de Chiang Mai.
Los grupos de visitantes son muy reducidos y las personas que allí acuden se limitan a acompañar a los elefantes en su rutina diaria. En nuestra visita solo estuvimos nosotros 4 y los cuidadores con los 3 elefantes durante unas 5-6 horas.
No podemos olvidar que la mayoría de los elefantes en el sudeste asiático son animales amaestrados que han vivido con su familia humana durante décadas. Para estas familias son una carga y, por eso, muchas los utilizan como un recurso económico. Sin embargo, mientras que muchas personas les obligan a vivir en condiciones inadecuadas y sufrientes, algunos como la familia de Onedee decidieron buscar un lugar en las montañas donde sus animales pudieran vivir en semilibertad.
Cuidar de estos animales no es tarea fácil. Cuando pasas todo un día con ellos te das cuenta de sus necesidades. Lo que más nos gustó fue descubrir su personalidad: cada elefante tiene un carácter muy marcado y transmiten sus emociones claramente. Son animales que fueron amaestrados y tienen afinidad por alguno de sus cuidadores.
Es increíble todo lo que comen. Estos elefantes pasan la tarde paseando por el bosque alimentandose. Meamo, Shankar y Booenmee bajan por la mañana al punto de encuentro con sus cuidadores y devoran una cantidad ingente de de caña de azúcar.
Nosotros ayudamos a traer las brazadas de caña y aprovechamos para observarles. Su rugosa piel, su vello negro de pelos rígidos que en la cola se convierten en aparentes cordones rígidos. Sus bonitas orejas y su enorme lengua. Nos observan con sus grandes ojos pero, lo que realmente les importa, es comer y comer.
Preparamos unas albóndigas para los elefantes a base de plátano, semillas, sal, pulpa de tamarindo… Trituramos todo en un mortero enorme y preparamos las bolas dulces y pringosas para los elefantes.
Después nos vamos de paseo. Meamo, la hembra mayor y madre de Shankar y Booenmee, lidera el grupo a paso ligero. Cuando llegamos al río se meten rápidamente en el agua y retozan allí mientras sus cuidadores les frotan la piel. Nos animan a acompañarles y yo tomo algunas fotos durante el proceso.
Seguimos nuestra excursión subiendo por un sendero estrecho. Es increíble como estos enormes animales caminan con agilidad por un paso tan estrecho. Van a paso ligero pero se detienen cada dos por tres para arrancar unas ramas con sus ágiles trompas y seguir comiendo.
Les seguimos observando su caminar y la sensación es que se encuentran realmente bien aquí. Finalmente llegamos a otro arroyo y descubrimos que más arriba hay una cascada. Los elefantes se dispersan entre el bosque y nosotros nos refugiamos en una cabaña elevada donde nos han preparado una deliciosa comida que se dispone sobre unas hojas de plátano: pollo frito, arroz, frutas diversas y delicioso plátano frito. Además hay 4 botellas de agua mineral.
Nos explican que cuidar a los elefantes suspone una responsabilidad de décadas y que ellos tuvieron claro que no podían ofrecerles una vida digna en la ciudad. Aquí, en cambio estaban satisfechos. Con los ingresos de los turistas que les visitan ellos podían tener una vida digna y sus elefantes vivir adecuadamente.
Lo más complicado era cuidar de Booenmee, el elefante macho hijo de Meamo que ya estaba haciéndose mayor. Los elefantes macho, al llegar a la edad adulta, tienen cada año durante la época de celo, unas semanas de mayor agresividad y se hacen poco amigables. En ese momento hay que tener precaución al relacionarse con ellos. Las dos hembras, sin embargo, son más fáciles para la convivencia.
Tras el descanso los elefantes suben a la cascada y nos ofrecen bañarnos con ellos y tomarnos algunas fotos. Nos sentimos algo forzados porque no nos apetece y, sinceramente, creo que a los elefantes tampoco. Ernest y Pau se meten en el agua un rato pero no necesitamos las fotos para el recuerdo de esta jornada. Realmente no son necesarias.
La vuelta por el sendero nos parece deliciosa. Empieza a llover suavemente y los elefantes parecen alegrarse. Corren por la selva y barritaban con fuerza. Cuando les ves moverse con tanta rapidez y agilidad también te asustan: tienen una fuerza vital increíble. En un momento determinado Shankar se puso a correr y no hay quien la pare. Verla moverse en libertad por estos parajes y pensar en los animales encadenados que hemos visto en otros lugares del país nos hace pensar en que esta puede ser la mejor opción para las decenas de elefantes domesticados que hay en el sudeste asiático.
¿Merece la pena visitar Elephants at Home o iniciativas similares?
Visitar uno de estos lugares con elefantes en semilibertad es realmente costoso. Fue el gasto más importante del viaje para nosotros. Además la jornada fue agotadora. Pero, sin duda, si viajáis a Tailandia y queréis ayudar en el cuidado de estos elefantes y facilitar que tengan una vida digna, debéis buscar iniciativas como esta. Lugares donde el entorno asegure un espacio vital adecuado para estos enormes paquidermos, con buena alimentación y, aunque en contacto con seres humanos, sin una relación de sometimiento.
Evitad las fotografías que obliguen a los elefantes a adoptar posturas que no les gusten o no sean naturales. No invadáis su espacio vital más de lo que supone acompañarles en sus paseos o en sus baños. No colaboréis ni les obliguéis a seguir conductas no naturales.
Si queréis conocer más detalles de nuestro viaje a Tailandia: visita esta sección.
Para nuestros hijos fue una experiencia inolvidable, para nosotros también. Conectar con estos enormes animales es muy fácil porque son muy emotivos y emocionales. Respetarles y conocer sus necesidades ayuda aún más si cabe a valorar la necesidad de que vivan en su entorno natural. En Tailandia, es posible ver elefantes salvajes que viven en plena libertad. Están en peligro de extinción porque su entorno está muy amenazado. Si tenéis la oportunidad, podéis intentar encontrarles en el Parque Natural de Kuri Buri.
Tengo un ilusionante sentido de la vida. Estoy convencida de que las personas podemos cambiar el mundo trabajando personal y localmente a través de proyecto colaborativos. Me gusta compartir con mi familia experiencias motivadoras y enriquecedoras. Y difundir algunas de ellas en este blog sobre «nuestro viaje por la vida».
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