En palabras de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie: «Si todo lo que conociera sobre África fueran las imágenes estereotípicas, yo también creería que África es un lugar de bellos paisajes, preciosos animales y gente incomprensible luchando entre sí en guerras sin sentido, muriendo a causa de la pobreza o el SIDA e incapaz de hablar por sí misma.» Pero África es más -mucho más, de hecho- que ese retrato parcial y sesgado que va del deslumbramiento que provoca un safari a la compasión que suscita la cooperación en un proyecto humanitario.

A los que no somos africanos, África nos resulta absolutamente incomprensible si no estamos dispuestos a despojarnos de nuestra mirada prejuiciosa, paternalista y autocomplaciente mirada, ya sea como meros turistas o como solidarios cooperantes. De hecho, conocer África requiere estar dispuesto a escuchar francamente las diversas y ricas voces africanas y a empatizar con el complejo y abigarrado sentir de sus muchos pueblos y comunidades.

Acampados en Tiras Guestfarm

En un viaje de apenas cinco semanas recorriendo tres países del sur de África, éramos plenamente conscientes de que no nos sería posible llevar a cabo esta conexión profunda con las gentes y sus culturas. Una guía básica nos permitió tener un poco de información al respecto. Contábamos, también, con que tendríamos ocasión de establecer algún contacto puntual con  los lugareños. Pero sabíamos que, en cualquier caso, nuestro paso por África no dejaría de ser superficial y vano, al menos en lo que respecta a nuestra capacidad para hablar seriamente sobre África y lo que oculta este vasto territorio que contiene a millones de seres humanos con centenares de culturas ancestrales y civilizaciones milenarias.

Puesta de sol en Shark Island (Ludeirtz)

Pese a ello, decidimos afrontar el viaje con espíritu abierto y voluntad de aprendizaje, como si fuésemos niños. Por ello nos dejamos guiar por uno de los líderes más emblemáticos de África: Mandela, el padre de la moderna nación sudafricana. Este fue el motivo por el que llevamos con nosotros una antología de cuentos africanos titulada Mis cuentos africanos (La Aventura del Saber, RTVE)

En palabras de Mandela: «Esta antología reúne varios cuentos africanos muy antiguos y los devuelve a través de nuevas voces a los niños de África, después de que hayan realizado largos viajes de muchos siglos por lugares remotos. Es una colección que ofrece un ramillete de relatos entrañables, pequeñas muestras de la valerosa esencia de África, que en muchos casos son también universales por el relato que hacen de la humanidad, de los animales y de los seres míticos.»

«Mis cuentos africanos» (mira más detalles en La Casa del Libro)

Nuestro propósito fue leer estos cuentos en nuestras noches de campamento, en medio del desierto y la sabana Africana, en torno a un fuego crepitante, bajo las estrellas del inmenso cielo nocturno africano, al tiempo que escuchábamos, de fondo, los gruñidos, resoplidos y chillidos de elefantes, hipopótamos y babuinos, ocultos en las inmediaciones de nuestro campamento.

Fue así, pues, como supimos del afán de la mantis por saltar hasta la luna; o como nos enteramos del equívoco que se dio entre la garrapata y la liebre y que sembró la desesperación entre los humanos y sumió a la luna en la sempiterna tristeza melancólica que reconocemos en su rostro las noches de luna llena; o como descubrimos el origen mítico de los ríos asociado al reptar sinuoso de la serpiente en las oquedades de la tierra; o como nos enteramos de los astutos ardides de la liebre; o como comprendimos que el futuro de la tribu está siempre en manos de los niños; etc.

Disfrutando de las noches de acampada bajo el cielo namibio

Cada relato -singular, evocador y enigmático, en sí mismo- despertaba un sentido oculto de la ancestral sabiduría africana, ya fuese mediante una ingeniosa moraleja, el desvelamiento de un arraigado rasgo antropológico o la revelación de algún sugerente misterio cosmológico.

 

Escoger un cuento de entre todos resulta difícil. Quizás lo que más nos conmovió fue aquella compasión que, según el relato botswano, llevó a un niño pastor a adoptar a la bebé que encontró abandonada al pie de un motlopi. O puede que fuese, también, aquel melancólico equívoco de la liebre que, según el cuento namibio, confundió a los humanos sobre el mensaje de la Luna respecto a la naturaleza inmortal de su  ser y que les llevó a creerse sujetos a la muerte.

Los animales son los protagonistas de muchos cuentos africanos

En cualquier caso, el eco del narrador africano fue, sin duda, el protagonista de nuestras noches de campamento, como lo ha sido del despertar y el advenimiento del alma africana y de sus culturas. Al fin y al cabo, el relato oral es el vínculo ancestral que conservamos con aquella humanidad incipiente que nació en el corazón de África, junto al fuego, en las noches estrelladas, rodeada por el oscuro manto del ignoto mundo circundante.

Ser humanos fue, es y será siempre, en definitiva, la experiencia de adquirir el arte de contar cuentos.

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