Estamos en Machuca, en el desierto de Atacama, a unos 4000 m.s.n.m. Los niños pintan en su cuaderno mientras nosotros, metidos en la cama, bien abrigados, con tres mantas y un edredón, comentamos las anécdotas del día con el fin de decidir qué plasmar en la entrada de hoy. Hemos tenido suerte, la casa de huéspedes de este pueblo está abierta. La única calle está desierta, sólo viven 3 o 4 familias y no hay ningún otro huésped en el alojamiento.

En una de las ramblas del Valle Arcoiris

A nuestro alrededor dominan las cumbres y volcanes de más de 5.000 metros. Hemos llegado siguiendo un curso de agua y disfrutando de los humedales en los que una infinidad de aves se reunían para alimentarse antes del anochecer. Una manada de vicuñas bebía agua y pastaba tranquilamente antes de subir a los cerros para pernoctar.  Recorrer estos valles en coche es la mejor manera de conocerlos, sin duda. En San Pedro son decenas las agencias que ofrecen sus servicios, pero si el viajero se organiza puede disfrutar más libremente de estos parajes.

Ha sido un día intenso en el que hemos recorrido el noroeste de San Pedro para llegar al Valle Arcoiris, cerca de Matancilla. Recibe este nombre debido a las enormes montañas de yesos de diversos colores. Es espectacular y, además, la erosión ha creado formas caprichosas, paredes verticales, grandes columnas y estrechas quebradas. También había agua allí y una familia de llamas aprovechaba para comer y beber, pendientes de los escasos turistas que nos adentrábamos por allá.

Observando los petroglifos

Antes de llegar nos hemos detenido en Hierbas Buenas, un enclave en el que los afloramientos rocosos de rocas volcánicas, fueron aprovechados  por nuestros antepasados para dar rienda suelta a su imaginación. Llamas, zorros, flamencos, armadillos, soles y chamanes han quedado grabados en los petroglifos. El lugar sobrecoge y te hace sentir cerca de aquellas personas que hace tanto tiempo habitaban este lugar adaptándose al entorno. Su existencia debía ser precaria, lo cuál no era un obstáculo para que fuesen capaces de desarrollar una sensibilidad estética de gran finura hasta el extremo de conseguir expresar el movimiento y la vida de las criaturas qué les rodeaban.

Los niños disfrutaban cuando les dejábamos subir al remolque a jugar

Hemos terminado la ruta de la mañana en Río Grande donde hemos comido junto a la pequeña y rústica iglesia. Las secas montañas mostraban los pliegues fracturados sobre los que enormes cactus, llamados cardones, se alzaban imponentes como si presumieran de su capacidad para vivir y crecer en un lugar donde hay tan pocos recursos. La geología del desierto de Atacama es fascinante.

La iglesia de Río Grande

Teníamos la vana esperanza de que una pista nos hubiese permitido cruzar el valle y llegar hasta Machuca, pero no ha sido así. Por ello, después de una corta siesta a la sombra del enorme árbol de la iglesia, hemos desandado la serpenteante ruta por esta zona de Atacama y, desde San Pedro, hemos tomado la pista que asciende hasta los Géiseres del Tatio. Lugar que esperamos visitar mañana en la madrugada si no morimos antes por congelación.

Las llamas y vicuñas pastan libremente cerca de las carreteras

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