Estas islas no siempre han sido el baluarte del conservacionismo que son hoy en día. Es bueno recordarlo precisamente en este día que celebramos la jornada mundial por el medio ambiente. Desde que fueron descubiertas, las Galápagos estuvieron expuestas al insaciable instinto de depredación del ser humano. Piratas y balleneros esquilmaron durante años la población de tortugas. Después, el archipiélago fue objeto de interés estratégico para los norteamericanos, durante la Segunda Guerra Mundial. Y, con posterioridad, las autoridades ecuatorianas aprovecharon su remoto emplazamiento para instalar una deshumanizada penitenciaría que dió lugar al Muro de las Lágrimas.

Esta mañana hemos visitado este infausto lugar, que se encuentra a unos seis o siete kilómetros al oeste de Puerto Villamil. Con un par de bicicletas que alquilamos fuimos hasta allá. El camino es bueno y discurre a lo largo de la costa, hasta el punto en el que penetra en una zona de pozas y humedales. Aunque no hay demasiada pendiente, algunas de las rampas se hacen un poco incómodas, debido al calor asfixiante.

De camino al Muro de las Lágrimas
Muro de las Lágrimas

El antiguo presidio es conocido por su tristemente célebre «Muro de las lágrimas». Se trata de un alto murallón de piedra seca que levantaron los reclusos, a la fuerza, sin otra finalidad aparente que la de mantenerlos ocupados. Indignación, congoja, desasosiego… incluso compasión, son algunos de los sentimientos que nos ha provocado este terrible lugar. Como tantos otros lugares, nos da testimonio de la insensibilidad y la brutalidad de que es capaz el ser humano. Nuestro consuelo ha sido observar que el esfuerzo de aquellos pobres hombres no fue del todo en vano, pues aquel muro que tantos sudores y lágrimas les costó es hoy un hogar para muchas lagartijas y un sinnúmero de pajarillos. Así es, el hombre propone y la naturaleza dispone.

Ejemplar de tortuga galápago oculto entre los matorrales ¿lo ves?

Afortunadamente, la humanidad también puede aprender de sus errores y, asímismo, puede hacer algo por tratar de enmendarlos. Estas islas son una muestra de ello. Hay pocos lugares en el mundo en los que se haya producido un cambio de actitud tan radical respecto a un espacio natural. De ser la principal amenaza para las Galápagos, el ser humano ha pasado, en apenas unos decenios, a ser su principal protector. El asombro que provocaron, invariablemente, en todos los naturalistas que las pisaron -entre ellos Charles Darwin, sin duda el más destacado- y la expansión, a escala mundial, en los últimos cincuenta años, del pensamiento conservacionista, contribuyeron significativamente a hacer que las autoridades ecuatorianas decidiesen asumir la responsabilidad de proteger este lugar único en el mundo. Tanto es así, que hoy día el Ecuador es el único país del mundo que contempla la protección del medio ambiente como un valor reconocido constitucionalmente.

Los grandes cangrejos se alimentan de algas

Un ejemplo inmejorable de esta buena disposición hacia la conservación de este espacio natural es la extraordinaria labor que se lleva a cabo en los centros de crianza de tortugas que están en marcha en el archipiélago. Solo en Isabela se han criado ya unas tres mil tortugas en cautividad, más de mil quinientas de las cuales han sido reintroducidas al medio natural. Sin ir más lejos, hoy mismo, en nuestro paseo, nos hemos topado con cinco o seis de ellas, sin salirnos del camino.   Atrás han quedado los tiempos de las cacerías de tortugas. Y los esfuerzos por eliminar a todos aquellos animales introducidos por el hombre y que suponen una amenaza para su vida -como los perros salvajes- o que compiten con ellas ventajosamente por el alimento -como las cabras o las reses-, han sido ingentes y persistentes, y todavía lo son.

En el Estero, los pelícanos se alimentan mientras jugamos

Hasta hace poco, además, las Galápagos contaron con el que debe haber sido el mayor icono del conservacionismo, a nivel mundial. El solitario George fue el último individuo de su especie. Era una tortuga gigante que pertenecía a la variedad endémica de la isla Pinta, al norte del archipiélago. Fue hallada hace unos sesenta años y pronto fue identificada como el último superviviente de su especie, al no encontrarse ningún otro individuo de su mismo linaje. Los intentos por conseguir que tuviese descendencia con hembras de otras especies, genéticamente similares, resultaron infructuosos. Así, el solitario George se convirtió, inevitablemente, en un emblema de lo que nunca más debería ocurrir en estas islas o, por extensión, en cualquier otra parte del mundo. Su muerte, acaecida el 24 de junio del 2012, hace apenas un año, no ha hecho más que consumar definitivamente su trágica existencia.

Durante la última semana, Ernest y Ferran se han familiarizado con la historia de George, gracias a una narración para niños ilustrada que les compramos cuando visitamos el centro de crianza de tortugas donde vivió y murió el solitario testudo, en la Estación científica Charles Darwin. Ahora saben quién fue George y conocen su historia, una historia «t(r)iste», como dice Ferran. Y, a su manera, han comprendido que ninguna especie animal o vegetal debiera desaparecer nunca de la faz de la Tierra por la acción directa o indirecta del ser humano.

Libres en la naturaleza

Como nosotros, los niños también están disfrutando de este contacto estrecho y privilegiado con la naturaleza que brindan las islas Galápagos. Hoy, por ejemplo, han gozado adentrándose en la maraña del manglar para acabar descubriendo un paraje oculto, el Estero, en donde hemos hallado varios pelícanos chapoteando plácidamente en el agua, mientras un león marino dormía como un tronco, en la orilla, a nuestro lado. Poco después, en la Playa del Amor, se han asombrado con la gigantesca iguana que ha salido del océano venciendo a las olas para tumbarse en la roca, exhausta, y recobrar, así, las fuerzas. O, también allí, se han admirado con los enormes cangrejos que se aferraban porfiadamente a las rocas mientras eran sacudidos por el bravo oleaje y se han sonreído al ver cómo una pequeña iguana se acurrucaba afectuosamente contra el pie desnudo de su padre, aprovechando esta oportuna presencia de «calor humano».

Playa del Amor, una cría de iguana reposa en el pie templado de Pau

Esta sobreabundancia de vida salvaje es lo que deslumbra de Galápagos. Deslumbra mucho más que el sol o las playas, sin duda. Lo cual nos recuerda que «Todas las cosas buenas son libres y salvajes», como decía Thoreau. Tal vez sea esto lo que más nos aterra de la idea de volver: el saber que a donde vamos no hallaremos tanta vida libre y salvaje. No la veremos cuando miremos al cielo. Tampoco cuando oteemos el mar. Ni siquiera cuando dirijamos la mirada al suelo, hacia la tierra. Pero lo peor de todo es tener la sospecha de que posiblemente tampoco la hallaremos cuando miremos fijamente a los ojos de las personas.

En los centros de crianza las enormes tortugas se reproducen para repoblar las islas

Nuestro mayor gozo, hoy por hoy, es mirarnos a los ojos -y sobretodo mirar a los ojos de nuestros hijos- y reconocer algo de esta vida. Si consiguiéramos conservar algo de este maravilloso destello, tras este viaje, ya sería un gran éxito para nosotros y una recompensa cumplida a todos nuestros desvelos. De nosotros depende que seamos capaces de guardar en la memoria el eco sonoro de esta llamada de la naturaleza.

Pasamos un mes en las Galápagos y fueron muchas las experiencias que allí vivimos. En estos artículos puedes seguir descubriéndolas:

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