Moverse de una isla a otra en las Galápagos no es tarea fácil porque las islas están bastante distantes. Hay buen servicio de transporte pero son lanchas pequeñas para un máximo de 24 pasajeros. Impone la necesidad de navegar el Pacífico y me venían a la mente los recuerdos de aquella travesía hasta Morro de Sao Paulo desde Salvador de Bahía en la que varios de mis amigos sufrieron los efectos del mareo.

«Splendor» nos espera para llevarnos a Isabela

Confiando en que tendríamos un buen mar nos hemos levantado esta mañana bien temprano y nos hemos presentado en el puerto. Nuestra lancha «Splendor» estaba siendo preparada. Tras una espera de media hora hemos embarcado con el resto de pasajeros.  La mayor parte eran turistas que acudían a Isabela para un tour de un día pero también nos acompañaban varios residentes del archipiélago.

Justo antes de embarcar nos hemos cruzado con un chico inglés que conocimos en Ushuaia y con el que también coincidimos en la travesía por los fiordos chilenos. El muelle estaba atestado de gente y sólo hemos podido intercambiar un «hey» y un «good luck». Ha sido como coincidir con un amigo del alma, un conocido del fin del mundo. No podemos dejar de pensar que ya son casi cinco meses cruzándonos a diario con miles de extraños, encontrar por casualidad un rostro conocido supone una gran alegría, al tiempo que nos hace conscientes de lo solos que estamos…

Embarcadero de llegada a Isabela

Con esta sensación agridulce hemos iniciado la travesía. Rápidamente nos hemos alejado de Santa Cruz y durante casi una hora hemos navegando en medio del océano. Aunque el mar estaba tranquilo, la lancha cabeceaba bastante. El intenso olor a gasolina era muy molesto. Casi todo el mundo se ha dormido. Ernest miraba feliz por la ventana imaginando ser el piloto en una carrera sobre el mar. Ferran no iba tan cómodo y, a la media hora, ha dejado evidencia que no ha sido buena idea darle un yogur de fresa para desayunar. Poco después se ha quedado dormido en mis brazos hasta nuestra llegada a Isabela.

Hemos superado los islotes de los Cuatro Hermanos, la Tortuga y la Viuda. Antes de las diez de la mañana estábamos en Isabela, la isla más grande del archipiélago. La entrada a Puerto Villamil es espectacular: el mar de un verde turquesa transparente, los islotes de lava negra desperdigados por la bahía, las playas de arena blanca y los barquitos amarrados cerca del embarcadero hacen del conjunto un lugar de ensueño.

Ya en el muelle flotante, todavía sin habernos colocado las mochilas al hombro, nos hemos detenido a observar el espectáculo de los pequeños pingüinos de Galápagos que parecían volar en las aguas tras sus presas y los leones marinos que jugaban felices entre las barcas. Un curioso «camión-bus» nos ha traído hasta el hostal. Tras acomodarnos, hemos dado nuestro primer paseo de reconocimiento. Este lugar promete ofrecernos oportunidades inmejorables para disfrutar durante nuestra estadía aquí.

La playa de Puerto Villamil, promete…
Pasamos un mes en las Galápagos y fueron muchas las experiencias que allí vivimos. En estos artículos puedes seguir descubriéndolas:

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