El viaje hasta La Serena, capital de la IV Región, desde Valparaiso es tranquilo. ¡La IV Región! Me parece increíble… Iniciamos nuestro viaje al norte desde la XII Región hace ya mas de tres meses y ahora empezamos a sentir que estamos entrando en el «otro» Chile: el país minero, el que extrae el cobre oculto que representa la principal tabla de salvación para la economía nacional; el país árido donde los estrechos valles son oasis para el cultivo de frutales; la costa agreste con preciosas playas de arena blanca; los Andes con sus salares y los volcanes activos más altos del mundo; la tierra de los petroglifos precolombinos y las historias de ovnis..,
El viaje en bus dura unas seis horas y la carretera Panamericana, aquí, es una buena autopista que introduce al viajero en un mundo desértico de colores marrones y grises salpicado de cactáceas. No podemos detenernos a fotografiar los increibles paisajes: preciosas bahías desérticas, playas de enormes olas, cactus con grandes flores rojas, inmensas dunas salpicadas de vegetación, casas de adobe azotadas por el viento…
En el trayecto se alternan momentos de intensa luz porque el sol luce espléndido, con otros en los que la niebla no nos deja ver más allá de la cuneta de la carretera. Todo depende de la distancia al mar y de la presencia, por tanto, de la camanchaca: una espesa niebla marina que cubre la costa. En esta tierra en la que apenas llueven 110 mm de lluvia al año (si no recuerdo mal, el promedio en Alicante ciudad es de 330 mm y eso ya es muy poco), esta humedad del mar permite sobrevivir a la vegetación que, sin embargo, no consigue mostrar colores verdosos.
Finalmente llegamos a La Serena y no deja de sorprendernos. En nuestra ignorancia imaginábamos una ciudad provinciana y apática, de casas envejecidas en medio de un ambiente hostil. Sin embargo, hemos encontrado una ciudad dinámica, con una excelente estación de autobuses y mucha actividad comercial. Mucho tráfico y mucha gente. Una ciudad muy limpia -viniendo de Valparaiso esto es aún más evidente-, ordenada y con preciosos edificios de estilo castellano.
La Serena fue la segunda ciudad fundada por los españoles en «Nueva Extremadura». Esto se nota. Preciosas iglesias de piedra clara aparecen en cada esquina: la catedral, la de Santo Domingo, la de San Francisco o la de San Agustín. Son cuatro ejemplos destacables de los 29 templos que pueden encontrarse en la ciudad. Podríamos decir que hay más iglesias aquí de las que hemos visto en todo el país… Las primeras sensaciones son muy positivas. Nos sentimos cómodos y relajados, ilusionados y con ganas de descubrir sus secretos.
Hoy visitamos el Museo Arqueológico de La Serena. Es un museo pequeño pero interesante para conocer un poco de la historia de los antiguos pobladores de esta región: los diaguitas. También se recogen vestigios de otras culturas precolombinas del actual territorio chileno. Como siempre que se visita un museo o un yacimiento del período prehistórico, impresiona la precariedad de la vida de aquellas gentes, como lo demuestra la importancia que otorgaban a los rituales funerarios, hecho que queda patente en sus enterramientos. En este museo hemos podido ver dos impresionantes mominas atacameñas y varios sepulcros, además de numerosas fotografías de antiguos cementerios. La región está plagada de yacimientos, seguramente porque la condiciones climáticas son ideales para su conservación, debido a la escasa humedad del medio.
Ernest, como es lógico, quedó muy impresionado -Ferran no tanto, dada su corta edad-, sobretodo porque la muerte es un tema que le preocupa desde hace un tiempo y sobre el que suele preguntar. En una de las salas del museo, hallamos una muestra interesantísima sobre la cultura de los rapa nui, es decir, sobre los pobladores de la isla de Pascua. La pieza estelar de la misma era uno de los gigantescos moais que se levantan orgullosamente bordeando la costa de aquella pequeña pero fascinante isla del Pacífico. Por supuesto que ésta acrecienta nuestra frustración al no haber podido visitar aquella isla… Quien sabe si algún día lo haremos, interés no nos faltará.
Tampoco nos faltan ganas de visitar otros lugares, como por ejemplo, Japón. Ya veis, aún no hemos regresado y ya estamos haciendo nuevos planes. Además tenemos compromisos: como la visita pendiente a New York a casa de Anita o a Paraiba, en Brasil, a casa de Francisco. ¡Qué le vamos a hacer! Viajar tiene sus peajes…
Como prueba de este interés, hoy hemos pasado la tarde tranquilos en el jardín Kokoro no niwa. Esta réplica de un jardín tradicional japonés permite acercarse a la cultura nipona gracias a sus plantas, los ríos y estanques, las linternas de granito, los puentes de madera… Mientras Ernest pintaba sentado en el embarcadero, nosotros nos entreteníamos mirando a los cisnes negros y los peces koi.
Es curioso que este jardín nació hace veinte años gracias a la empresa CAP (Compañía Minera del Pacífico), la cual dice esforzarse en mejorar el desarrollo sustentable y armónico en esta región. Es la principal compañía de extracción de hierro y tiene importantes relaciones comerciales con Japón. Justo al lado del recinto del jardín pasan los trenes cargados de roca triturada que llegan desde las minas del interior…
Nosotros no podemos dejar de ser críticos con este tipo de empresas. Desconocemos en gran medida detalles de su trabajo pero, tras leer diversas publicaciones y hablar con algunos chilenos, tenemos claro que hay mucho que mejorar, sobre todo en lo referente al uso del agua y la contaminación del medio, así como en las interesadas relaciones con la clase política del país.
Las campañas para mejorar la gestión y el uso del agua están presentes en todo los medios de comunicación. Chile es el país con un mayor consumo de agua por habitante en Sudamérica y las autoridades se empeñan en solicitar a la población que reduzca esta tasa. Sin embargo, no les dicen qué porcentaje de ese consumo corresponde a las empresas mineras que, además, son propietarias de los cauces.
En todo el país el agua no es un bien público, es propiedad privada, así como la explotación de la misma, y los poseedores de las fuentes, ríos y acuíferos no tienen obligación alguna de ceder una mínima parte del caudal a los habitantes del lugar o de garantizarles el suministro de agua potable. Aquí las propietarias del agua son las grandes empresas mineras, que utilizan el agua para limpiar la escoria y extraer los metales, mientras los habitantes de las zonas rurales no tienen agua para beber. Y no hablemos de qué pasa con el vertido de estas aguas de lavado, como sucede en algunos valles de la zona. Todo esto es justificado por la clase política por el beneficio de la minería, la gran riqueza del país, pero se obvia el hecho de que la mayor parte de la misma está en manos del capital extranjero…
En fin, son muchas las cosas que nos hizo pensar ese ambiente idílico del jardín japonés, mientras Ernest pintaba y Ferran jugaba con las piedrecitas de los caminitos.
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Tengo un ilusionante sentido de la vida. Estoy convencida de que las personas podemos cambiar el mundo trabajando personal y localmente a través de proyecto colaborativos. Me gusta compartir con mi familia experiencias motivadoras y enriquecedoras. Y difundir algunas de ellas en este blog sobre «nuestro viaje por la vida».
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