Las despedidas no son fáciles. No fue fácil despedirnos de nuestros familiares hace ya más de cuatro meses. La incertidumbre, lo desconocido, la emoción del viaje… hacían complicado soltar las manos, dejar los abrazos conocidos, para lanzarse a la aventura. Ahora, después 133 días de recorrido por Chile, conociendo este país de sur a norte, tampoco es fácil subir al avión. La mochila va bien llena, mucho más llena que cuando llegó. Llena de cosas inmateriales, de recuerdos, de historias, de imágenes. Cosas que no pesan, pero llenan el alma plenamente.
Nos vienen a la mente tantas cosas, tantos recuerdos. Paisajes, muchos paisajes de este precioso país: Chile. Personas con nombre y personas sin nombre. Quizá éstas últimas ocupan un lugar especial porque son todas las personas con las que sólo compartimos una mirada cómplice o una breve conversación, pero esos instantes sirvieron para saber que había una sintonía que nos hubiese encantado cultivar más tiempo.
En nuestro viaje hemos podido distinguir dos tipos de personas atendiendo a su mirada: unas con la mirada perdida y ausente, otras con la mirada despierta y curiosa. Curiosas ante nuestra presencia, ya que no es habitual encontrarse con dos adultos viajeros de nuestra edad cargados de dos mochilas y acompañados por dos niños de corta edad. La mayor parte de ellos reprimían su interés por preguntar, pero algunas otras se lanzaron a conversar y, en muchos casos, nos ayudaron con indicaciones y recomendaciones.
Realmente estamos muy satisfechos de nuestro periplo por tierras chilenas. Más allá de conocer la realidad social y cultural del país, nos ha impresionado la grandiosidad de la naturaleza y su variado contraste, de un extremo al otro de Chile. Desde la inmensidad de los bosques fueguinos hasta la amplitud del desierto atacameño, la geografía chilena nos ha seducido constantemente con sus encantos naturales. Ante la pregunta de qué nos ha gustado más, resulta imposible elegir, aunque haya lugares que, por circunstancias personales, ocupen un lugar especial en nuestro corazón, a saber, los lugares en los cuáles pensamos cuando pasa por nuestra mente la idea de volver a este país en un futuro. Muchas cosas quedan en el tintero, por supuesto.
Después de más de cuatro meses en Chile una de las impresiones más hirientes que nos deja este país es la de la inconsciencia: inconsciencia económica, social, cultural, política y ecológica. La ascendencia política, es decir, el poder que detentan ciertas corporaciones y empresas es tal que apenas puede uno imaginarlo cuando llega a Chile de nuevas. Este hecho condiciona absolutamente la vida social, cultural y política del país y tiene, además, unas consecuencias medioambientales especialmente graves.
Impresiona, sobretodo, la normalidad con la que asumen, la mayoría de los ciudadanos, la preponderancia económica de dichos poderes económicos, las profundas desigualdades que comporta la existencia de los mismos, la precaria dotación de servicios sociales básicos como la sanidad y la educación pública, la despreocupación con la que viven la explotación de los recursos naturales o la gestión de los residuos, etc.
Nada de todo esto puede entenderse sin una perspectiva histórica o, al menos, sin un cierto conocimiento de la historia reciente de Chile. Exactamente fue durante el período de la dictadura pinochetista cuando se instituyó el actual estado de cosas, al conceder el régimen la mayor libertad de acción a las grandes corporaciones económicas. Y nada de esto ha variado, sustancialmente, a pesar de la recuperación de la formalidad democrática que vivió el país a finales del siglo XX.
Aún así, hay excepciones, signos de resistencia y de oposición a la tendencia dominante a la inconsciencia. Un caso notable es la lucha centenaria de los mapuches por conservar su legado cultural y por exigir el reconocimiento de su identidad específica, una lucha que a menudo ha contemplado como válida la acción violenta. Algo semejante ocurre con los atacameños, aunque en menor medida. Y mucho menos aún con los chilotes. Por otra parte, hayamos el activo e intenso movimiento estudiantil, que en los últimos años ha llegado a tomar cuerpo como una auténtica revuelta estudiantil, aunque con un éxito más bien dudoso, en lo que respecta a su pretensión de forzar un cambio en las políticas educativas imperantes.
Además, nos ha llamado la atención la aguda consciencia ecológica de algunas personas que, como reacción al despropósito ecológico que vive el país, han optado por adoptar formas de vida tendentes a una mayor sostenibilidad. Su grado de compromiso con el medio ambiente es ciertamente envidiable. Por último, nos queda la duda de cuál será el papel que adopte, respecto a estas cuestiones, la nueva generación de chilenos. Cabe la esperanza que, poco a poco, la juventud chilena que ha nacido y crecido en este estado de cosas empiece a cuestionar el modelo vigente y lidere un movimiento de ruptura democrática. En este sentido, las revueltas estudiantiles podrían ser un indicio de los cambios que han de llegar con el paso del tiempo. Confiemos, por el bien de Chile, que así sea.
Tengo un ilusionante sentido de la vida. Estoy convencida de que las personas podemos cambiar el mundo trabajando personal y localmente a través de proyecto colaborativos. Me gusta compartir con mi familia experiencias motivadoras y enriquecedoras. Y difundir algunas de ellas en este blog sobre «nuestro viaje por la vida».
Empiezan las Galapagos ¡cuántas ganas teníais!Se hace camino al andar.