Poco a poco vamos haciendo nuestro este lugar. La llegada, la noche que desembarcamos, fue deprimente. Habíamos apalabrado un alojamiento que resultó un asco. En mis anteriores viajes he tenido pocas ocasiones como ésta, recuerdo una casucha en la Ilha do Mel y un cuartucho en la India. Pero esta vez fue mucho peor porque íbamos con nuestros niños y, evidentemente, el plan de estar allí metidos con ellos 12 días era inviable. Ernest, con su inteligencia diáfana y sin tapujos, nos dejó claro que él era totalmente consciente de nuestro desconcierto.  

– Mamá, ¿por qué está todo tan viejo y sucio? Esta casa es un desastre, ¿verdad? Yo creo que mañana nos vamos a tener que ir de aquí…  

La basura y la chatarra se han convertido en un problema planetario

Nos acomodados como pudimos. Ellos se durmieron rápidamente, estaban agotados. Nosotros dormimos superficialmente mientras el viento con sus soplidos nos recordaba que debíamos salir de esa «casa» cuanto antes.   

A la mañana siguiente, mientras Pau entretenía a los niños, me fui a buscar un nuevo alojamiento. Lucía un buen sol, eran las ocho de la mañana y soplaba el viento. En la calle no había nadie. Se levantaba la tierra del pavimento sin asfaltar. La visión era deprimente. Casas de chapa con un aspecto decadente, perros en la calle, unos caballos pastando en la plaza… Fui localizando los hostales en mi plano y, a pesar de mis habituales vergüenzas que en ese momento eran superadas por mi instinto maternal, consulté otras opciones para hospedarnos. La mayor parte de las casas estaban abiertas pero no habia nadie en su interior. Los huéspedes aún dormían. El aspecto era mejor pero, en general, seguía siendo poco adecuadas pensando en los niños.  

Paseando por las calles de Puerto Williams (isla Navarino, Chile)

Continúe mi camino hacia la parte alta del pueblo, la vista era espectacular. Las montañas fueguinas al otro lado del canal eran mi aliciente para seguir buscando, para permanecer aquí el tiempo planeado. En la última calle del pueblo encontré el Hostal Miramar. Casi lo paso por alto, por fuera había bastantes trastos, leña, material de construcción… Bajé las escaleritas, la puerta estaba abierta y observé el interior de la casa. Luminosa, muebles de madera algo desgastados, se veían las montañas a través de los ventanales… Entré.   Un señor preparaba el desayuno en la cocina. El espacio era diáfano, ordenado y limpio. Le comenté que estaba buscando alojamiento para mi familia. Consultó con su mujer y en seguida llegamos a un acuerdo. Aquel era el lugar. Paseé un poco más pero regresé, no quería arriesgarme a perder esa oportunidad. Confirmé la reserva y le pregunté si podía bajar a recogernos.   

Caminaba… Más bien volaba de alegría, sobre todo de tranquilidad. De pronto sentí que tenía hambre, no había desayunado… Hasta ese momento no me había percatado. Regresé junto a Pau y los niños, les informé de todo. Me despedí de la inadecuada casera y pagué las cuentas pendientes mientras ellos salían a la calle con nuestros bártulos.  

Ya hace dos días que estamos alojados aquí. Iván y Nury nos ofrecen una atención familiar y agradable. Ernest y Ferran juegan con su nieta y ya están como en casa. Ernest se siente cómodo aquí. Por el momento nos hemos limitado a recuperar el sueño perdido y a pasear por el pueblo. Hemos hecho la compra y hemos visitado el parque de bomberos. Ya estamos empezando a hacer planes para conocer la isla. Ya hemos brindado por «el gran sur».  

 – Mamá -me decía hoy esbozando una sonrisa- esta casa si me gusta, no es como la otra que era «apestosa».

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