En el avión que nos trajo desde Caldera entendimos que estábamos llegando a un mundo diferente: el de las minas, un mundo de hombres. En la nave íbamos menos pasajeras que azafatas… Prácticamente los doscientos pasajeros eran hombres, esperando las maletas sólo hombres y una imagen inédita: los baños de mujeres vacíos y una cola enorme en los de caballeros….
Tras un viaje excelente y eficiente, con un «transfer» directo desde el aeropuerto de Calama, llegamos anoche a San Pedro. En el trayecto pudimos sentir que por primera vez atravesábamos parte de un desierto. El paisaje evidenciaba que sólo el viento lo ha modificado, pocas nubes han debido dejar caer algunas gotas a lo largo de su historia. Algunos cauces arrastran agua en época de deshielo. Se puso el sol y disfrutamos de un cielo de colores cambiantes: del naranja al rosa, del rojo al violeta. La noche completamente oscura nos ofrecía miles de estrellas. Llegamos a San Pedro y la imagen de sus calles marrones poco alumbradas con decenas de paseantes disfrutando del frescor de la noche nos pareció acogedora.
Estamos aislados de todo. Hemos viajado desde Puerto Williams en el paralelo 80, cerca del Círculo Polar Antártico, hasta San Pedro, en el paralelo 23, superando el Trópico de Capricornio. Vamos a pasar aquí dos semanas, un tiempo similar al que estuvimos allá, en el sur, y esperamos disfrutar tanto como lo hicimos allí. Las coincidencias son muchas. Allí estábamos aislados de todo por kilómetros de canales de frías aguas, aquí son grandes extensiones de arena y piedras.
El paisaje es distinto, pero la capacidad del ser humano para adaptarse es la misma. Sin embargo, hay una gran diferencia, San Pedro es una pequeña aldea pero un gran centro turístico, y se nota en sus calles. Por todas partes hay hostales, tiendas de souvenirs y agencias de actividades de aventura. A pesar de ello, mantiene su encanto: sus casas de adobe encaladas, la iglesia con techo de madera de cactus y barro, las calles de tierra humedecidas al amanacer, la frescura de las sombras de los árboles en la plaza, sus habitantes de marcados rasgos aimaras y, en esta época del año, no demasiados turistas…
Esta mañana hemos visitado el fantástico Museo Arqueológico Gustavo Le Paige. A parte de ofrecer una extraordinaria muestra de vestigios de la civilización que pobló antiguamente está región, nos ha sorprendido descubrir que existe un movimiento social y cultural que lucha por mantener vivo este legado. Un ejemplo insólito de ello es la polémica que ha promovido para exigir la retirada de las momias atacameñas que se exhibían en el museo, como señal de respeto hacia sus ancestros.
Además, hemos visitado el sorprendente Museo del Meteorito, ubicado dentro de un domo de diseño vanguardista, en el cual se exhibía una fabulosa colección de meteoritos recogidos en la zona. De hecho, esta es una de las mejores regiones del mundo para hallar estos cuerpos celestes y, año tras año, se recogen centenares de estos cuerpos, que son enviados a la NASA para su posterior estudio. Los niños han disfrutado mucho -sobretodo Ernest-, admirando y manoseando los meteoritos. Esta visita, además, les ha dado tema de conversación para el resto de la mañana y para el rato de la comida.
Si queréis conocer más detalles de nuestro viaje por Chile, podéis consultar estos artículos:
Tengo un ilusionante sentido de la vida. Estoy convencida de que las personas podemos cambiar el mundo trabajando personal y localmente a través de proyecto colaborativos. Me gusta compartir con mi familia experiencias motivadoras y enriquecedoras. Y difundir algunas de ellas en este blog sobre «nuestro viaje por la vida».
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