La isla de San Cristóbal o isla de Chatham fue la primera en la que puso el pie Charles Darwin cuando el H.M.S. Beagle llegó a las por entonces llamadas Islas Encantadas. Por su mayor cercanía al continente, esta isla estaba llamada a ser uno de los lugares del archipiélago en donde primero se iba a dar un asentamiento humano estable. Y así fue, ya que, cuando el gobierno del Ecuador se planteó colonizar las islas para mantenerlas sujetas bajo su soberanía, ésta fue una de las que designó para ser ocupada por las primeras familias de colonos. Aquella, no obstante, fue una tentativa relativamente incierta y precaria. Por ello, el gobierno ecuatoriano varió su proyecto inicial y aprovechó este alejado emplazamiento para instalar una penitenciaría, como haría también en otras islas.

Es entonces cuando aparece en esta historia Manuel Julián Cobos, un hombre emprendedor y sin escrúpulos que funda un hacienda azucarera en la isla y convence a las autoridades ecuatorianas para que le transfieran la tutela de los presos. Instaura en su finca un régimen de trabajo durísimo, sometiendo a aquellos hombres como esclavos. Hace traer a sus esposas e hijos desde el continente y los somete igualmente. Después empieza a abusar de las mujeres, silenciando cualquier protesta con la fuerza del látigo. Hasta que tropieza con un preso colombiano que lo degüella. Su cuerpo sin vida es arrastrado hasta el exterior de la finca por una turba enardecida de reclusos que se levantan en rebelión hasta hacer desaparecer todo vestigio de aquella ignominiosa prisión.

Esta historia recuerda a aquella otra que relataba Herman Melville sobre un Rey Perro en Las Encantadas, las inquietantes y sugerentes memorias en las que el escritor norteamericano evocaba su paso por estas islas en un viaje a bordo de un ballenero que inspiraría, asímismo, Moby Dick, su extraordinaria obra maestra. El genio literario de Melville veía en aquella historia del Rey Perro una imagen ilustrativa sobre la dificultad de colonizar islas remotas cuando solo se cuenta con hombres sin principios. Pero lo cierto es que, a lo largo de toda la historia de la humanidad, el «Progreso» -así se llamaba la hacienda de Manuel Julián Cobos- ha sido protagonizada por hombres sin principios. Hombres desalmados, ávaros, pendencieros, traidores, delincuentes o sinvergüenzas, simplemente. Ésta es la calaña que agita el mundo y la hace «avanzar» hacia el abismo. Ante esta locura de mundo, cualquier navegante prudente haría como el capitán del que nos habla Melville, pues no se dejaría tentar por sus luces vacilantes en medio de la oscuridad y se alejaría dejando atrás aquel destello de mal agüero.

Frente a la miseria moral de los hombres, Melville, en Las Encantadas, nos relata fascinado su encuentro con las tortugas:
«Parecían las mismísimas tortugas sobre cuyos lomos pone el hindú esta esfera entera. Con una linterna las examiné detenidamente…Ese verdor mohoso que cubría las toscas hendiduras y curaba las fisuras de sus golpeados caparazones. Ya no veía tres tortugas… Me pareció ver tres coliseos romanos en su espléndida decadencia”.

Para él son el símbolo de una sabiduría inconmovible. Una sabiduría que no pertenece a los hombres, sino al ser mismo del universo. Ahora bien, una sabiduría a la cual pueden acceder los seres humanos, si están dispuestos a seguir los pasos de estas solemnes criaturas:
«…me imaginé la misma madriguera de donde salían: una isla de cañadas metálicas y quebradas, hundida insondablemente en el corazón de montañas resquebrajadas y cubiertas a lo largo de muchas millas por intrincados matorrales. Después imaginé aquellos tres monstruos enderezándose, tan lenta y pesadamente que no solo crecían hongos bajo sus patas sino que también brotaba sobre sus lomos un musgo fuliginoso. Con ellos me extravié en volcánicas maravillas, desbrocé innúmeras ramas de maleza podrida; hasta que como en sueños, me encontré sentado, con las piernas cruzadas sobre el delantero, con un brahmán sentado del mismo modo a cada lado, formando un trípode de frentes que sostenía la cúpula universal.»

Monumento a Darwin en el Cerro Tijeretas

Es difícil saber si también nosotros hemos aprendido algo de todo esto, durante nuestra estancia en la tierra en la que habitan estos formidables galápagos. En cualquier caso, como viajeros que sienten el anhelo de vivir libres y la sed insaciable de experimentar nuevas aventuras, nos quedamos, al menos, con el recuerdo de aquel epitafio que Melville situaba precisamente en la isla Chatman o San Cristobal. Es un grito -o quizá una plegaria- de un alma que supo, en su día, lo que es la vida y cómo hay que vivirla, al tiempo que es un llamado a vivirla en plenitud en este mismo instante:
«Oh, Hermano Jack, que vas de paso, como eres ahora, así fui yo una vez. Tan animoso y tan jovial, pero ahora, qué pena, han dejado de pagarme. Ya no puedo atisbar con mis ojos entornados, y aquí me tienes… ¡Cubierto de escoria!»
Aprovechemos, pues, el momento… el tiempo vuela y pronto, muy pronto, deberemos regresar al lugar del que vinimos.

 

Pasamos un mes en las Galápagos y fueron muchas las experiencias que allí vivimos. En estos artículos puedes seguir descubriéndolas:

Recuerda, puedes suscribirte a nuestro blog y también vernos en

Y si te gusta, comparte y así nos ayudas a difundir esta información.

Pin It on Pinterest

Share This