EN LA PATAGONIA

EN LA PATAGONIA

El desierto patagónico no es un desierto de arena o guijarros, sino un matorral bajo de arbustos espinosos, de hojas grises que despiden un olor amargo cuando los aplastan. A diferencia de los desiertos de Arabia no ha producido ningún desborde espiritual dramático, aunque si ocupa un lugar en los anales de la experiencia humana. Charles Darwin juzgó irresistibles sus cualidades negativas. Al resumir El viaje del Beagle intentó explicar, sin éxito, por qué estos “eriales yermos” se habían apoderado con tanta fuerza de su mente, con mucha más fuerza, en verdad, que cualesquiera de los otros prodigios que había visto.

Bruce Chatwin

DIARIO DEL VIAJE DE UN NATURALISTA ALREDEDOR DEL MUNDO

DIARIO DEL VIAJE DE UN NATURALISTA ALREDEDOR DEL MUNDO

San Salvador (Brasil), 29 de febrero de 1832.- El día se me ha pasado deliciosamente; pero este calificativo no expresa con bastante fuerza los sentimientos del naturalista que por primera vez discurre a su albedrío en un bosque brasileño. La elegancia de las diversas clases de hierbas, la novedad de las plantas parásitas, la belleza de las flores, el verde lustroso del follaje, y, sobre todo, la general exuberancia de la vegetación me llenaron de admiración. La más paradójica mezcla de ruido y silencio envuelve las regiones sombrías del bosque. El zumbido de los insectos es tan fuerte que puede oírse en un navío anclado a varios centenares de metros de la costa; sin embargo, en los lugares retirados parece reinar un silencio universal. Para cualquier aficionado a la historia natural, un día como este procurará placeres superiores a todo cuanto puede esperar, cuya repetición buscará vanamente en lo venidero.

Tan hondas satisfacciones he gozado en mi viaje, que no puedo menos que recomendar a los naturalistas que aprovechen toda ocasión de viajar, por tierra, si es posible, y si no, emprendiendo una larga navegación. Seguros pueden estar de no tropezar con dificultades ni peligros excepto en raros casos, tan graves como los previstos de antemano. Por lo que hace al efecto moral, los resultados deberán ser adquirir paciencia jovial, libertad de sí mismo, hábito de obrar por cuenta propia y de hacer lo mejor en cada caso. Dicho en dos palabras: el viaje deberá comunicar parte de las cualidades que distinguen a la mayoría de los marinos. Otra de las enseñanzas consiste en ejercitar una prudente cautela; pero al mismo tiempo hallarán con grandísima frecuencia personas de buenos sentimientos a las que no habían conocido ni volverán a tratar, y que, no obstante, se apresurarán a ofrecer su desinteresada ayuda.

Charles Darwin

EL ÚLTIMO CONFÍN DE LA TIERRA

EL ÚLTIMO CONFÍN DE LA TIERRA

Talimeoat era un indio que se hacía querer, y yo pasaba muchas horas con él. Un sereno atardecer de otoño, poco antes de que mis negocios me llevaran a Buenos Aires, caminábamos cerca del lago Kami. Estábamos justo sobre el nivel más alto de los árboles, y antes de descender al valle, descansamos sobre la loma verde. El aire estaba fresco pues los días ya se acortaban, y con la atmósfera tan clara y serena era evidente que caería una fuerte helada antes del amanecer. Algunas nubes como irisadas de plumas plateadas rompían la monotonía del cielo verde pálido, y el bosque de lengas, que cubría las escarpadas orillas del lago hasta el borde mismo del agua, no había perdido aún su brillante colorido de otoño. La luz crepuscular daba a las lejanas cadenas de montañas un tinte purpúreo imposible de describir o pintar.

Talimeoat y yo contemplamos largo rato y en silencio los sesenta y cinco kilómetros de colinas cubiertas de bosques que se extendían a los largo del lago Kami, envueltos e los tintes del magnífico crepúsculo. Yo sabía que él buscaba en la distancia cualquier señal de humo de los campamentos amigos o enemigos. Luego se sentó a mi lado y olvidó su vigilancia y hasta mi propia presencia. Yo, al sentir el frío de la tarde, estaba a punto de proponerle que nos pusiéramos en marcha, cuando exhaló un profundo suspiro y dijo para sí, en voz queda, y con el acento que solo un ona puede dar a sus expresiones:
– Yak haruin! (¡Mi tierra!)
El suspiro que precedió a estas suaves palabras, tan poco usuales en un ona ¿lo motivaba a caso la visión de un futuro, no muy lejano, e que el cazador indio ya no recorrería la soledad de los bosques, la leve columna de fuego de sus campamentos habría sido reemplazada por la chimenea de los aserraderos, y las potentes máquinas y las ruidosas sirenas alterarían para siempre el secular silencio?
Si tales eran sus pensamientos, yo simpatizaba enteramente con él; impotente para detener la invasión inevitable de la civilización, decidí hacer todo lo que estuviera a mi alcance para suavizar el golpe. Me iba a Buenos Aires, pero volvería, no a Ushuaia o a Harberton, o a Camaceres, sino a Najmishk, en el corazón de la tierra ona, donde podía ayudar a los dueños primitivos de la tierra, a quienes yo podía llamar con orgullo mis amigos.

E. Lucas Bridges

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