Las montañas hechizaban a Humboldt. No solo las exigencias físicas y las perspectivas de nuevos conocimientos. Había también algo más trascendental. Cada vez que estaba en una cumbre o un cerro, se sentía tan conmovido por el paisaje que dejaba volar aún más su imaginación. Una imaginación, decía, que aliviaba las «profundas heridas» que a veces causaba la pura «razón».
Haeckel decía que la diosa de la verdad vivía en «el templo de la naturaleza». […] Como ya había dicho Humboldt en su «brillante Kosmos«, escribió Haeckel, el arte era una de las herramientas educativas más importantes, porque fomentaban el amor a la naturaleza.
La amplitud de la perspectiva era incomparable a la de cualquier otra obra publicada. Y asombrosamente, era un libro sobre el universo en el que no se mencionaba ni una sola vez la palabra «Dios». La naturaleza de Humboldt estaba «animada por un aliento; de polo a polo, hay una vida que empapa las rocas, las plantas, los animales e incluso el pecho henchido del hombre», pero ese aliento procedía de la propia Tierra, no de ninguna entidad divina.
Agafeu vint-i-cinc munts de carbonissa escampats en un ras fora ciutat; imagineu-vos-en uns quants que es fan grossos com muntanyes, i que el ras és el mar: doncs així us feu una idea adequada de l’aspecte general de les illes Encantades. Un grup de volcans extingits més que no pas d’illes que fa pensar molt en com podria quedar a grans trets el món després d’una escarmentadora conflagració.
Charles Darwin demostró que el orden de la naturaleza que buscaban los taxónomos clásicos se encuentra en la filogenia, en las relacions genealógicas literales entre las diversas especies. Según sugirió Darwin, todas las criaturas -bacterias, robles, gusanos y seres humanos- pertenecen al mismo árbol.
El espectáculo es magnífico. Ningún escenógrafo […] ha podido, ni podrá, al igual que ocurre con los ocasos en el Serengeti, reproducir una puesta de Sol en las islas Galápagos. La recompensa está próxima, pero unos guardianes inesperados nos cierran el paso. Tras superar el descenso por las lavas, pisamos al fin arena de playa por un estrecho sendero dibujado entre la tupida vegetación arbustiva. Al otro lado del muro natural se encuentra el océano, en dos minutos habríamos de acariciar las aguas del Pacífico de no ser porque dos lobos marinos subadultos han escogido el camino para dejar descansar sus cuerpos con forma de submarino. Al verme, uno de ellos gira su cuerpo para protestar e indicar que se requiere peaje. […] Es cuestión de llegar a un pacto. Me agacho, para no asustar a los leones con mi posición bípeda de homínido jiráfido, y procedo a imitarles lo mejor posible con mi voz a la vez que golpeo las palmas de mi mano. Esta vez ha dado resultado. Con gran gentileza por su parte abren la barrera biológica…
A dar a conocer las grandes escenas de esta naturaleza dedico una parte del presente libro, en que atiendo más a pintar el contorno de las montañas, los valles que las surcan y las imponentes cascadas que forman la caída de los torrentes, que al efecto pintoresco que pueda resultar de la contemplación de este espectáculo. Son los Andes comparados con la cadena de los Altos Alpes, lo que ésta a los Pirineos, y cuanto he visto de romántico o grandioso en la Saverne, en la Alemania septentrional, en los montes Euganeos, en la cadena central de Europa, en la rápida pendiente del volcán de Tenerife, se encuentra reunido en las Cordilleras del Nuevo Mundo. No bastarían algunos siglos para observar las bellezas y descubrir las maravillas allí protegidas, en una extensión de 2.500 leguas, desde las montañas graníticas del estrecho de Magallanes hasta las costas próximas a Asia Oriental; pero pensaría tener cumplido mi propósito, si los modestos bosquejos que contiene este libro excitan a los viajeros amantes de las artes a visitar las regiones que he recorrido, para que estos majestuosos sitios, que no cabe comparar con los del antiguo continente, lleguen a pintarse con la fidelidad que piden.
Van tardar tres hores a recórrer la curta distància que els separava de la platja de sorra de la badia Fortuna per un fangar que els succionava les botes. Aquí també van trobar indicis de la presència de l’home, «l’obra del qual era com passa tan sovint de destrucció», segons Shackleton. El que van veure van ser cossos escampats d’unes quantes foques ferides de bala. Els van esquivar i es va dirigir a l’altre extrem de la badia. «No sóc gaire propens a les emocions – escriví Hurley -, però quan aquells nobles turons es van esvair en la boira, no vaig poder evitar el sentiment de tristesa per deixar per sempre la terra que ens havia donat els seus béns i havia estat la nostra salvació. La cabana, solitària relíquia de la nostra estada, es convertirà en un centre a l’entorn del qual els pingüins s’aplegaran, es miraran la construcció amb curiositat i discutiran sobre el seu origen. Beneïda illa Elefant!» .
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