Poco a poco, durante estos días, hemos empezado a pensar en la nueva etapa del viaje que pronto iniciaremos. Buena prueba de ello es que hemos empezado a preparar el equipaje, ya que en las Galápagos, previsiblemente, no nos hará falta nuestra ropa de abrigo y pensamos dejarla en Guayaquil, junto con otras pertenencias, con la intención de recogerlo todo en nuestro viaje de regreso a casa. De entre nuestro equipaje, no obstante, hemos apartado la ropa de abrigo de Ferran para dársela a Juani, nuestra vecina en Coyo, puesto que le vendrá muy bien para cuando su bebé de dos meses haya crecido y corretee por el ayllu entre juegos y caídas. Juani tiene una existencia humilde.

Jugando entre los bloques de adobe abandonados

Esta mujer ha sido nuestro contacto más cercano y agradable con la comunidad de Coyo y con el tipo de vida que viven aquí. Ella ha sido la que nos ha explicado cuáles son las preocupaciones y dificultades que pasan los vecinos de este lugar. Nos relató, por ejemplo, los daños que sufrieron el pasado mes de febrero, durante la última inundación. Asímismo, nos trasmitió su alegría con la llegada de las nieves, dado que el suministro de agua potable durante el año depende directamente de estas precipitaciones hivernales.

En general, los atacameños son reservados y retraídos con los visitantes, como hemos podido comprobar en diversas ocasiones, especialmente con nuestros anfitriones. Pero esta mujer, excepcionalmente, se ha mostrado bien dispuesta a conversar con nosotros y a establecer una cierta relación no exenta de simpatía.   Su modo de vida es muy humilde. Su vivienda son tres sencillas chozas de barro y techumbres de hojalata, rodeadas por multitud de escombros, máquinas en desuso y residuos de plástico y metal. Ahí vive de continuo con una anciana y su bebé. Pero por su casa pasa mucha gente: sus hijos adolescentes, vecinos, familiares…

Una mañana los Andes aparecieron nevados

También lo ha hecho su marido, que ha venido esporádicamente durante las últimas dos semanas. Este tipo de relación entre marido y mujer, marcado por la distancia y la ausencia, parece bastante habitual en este lugar. Las mujeres viven solas o se hacen compañía mútuamente, al tiempo que se encargan de todo.

Ayer aceptamos su reiterada invitación a visitar a sus dos cabritas, para que los niños pudiesen verlas. Cada mañana va con su bebé hasta el campo donde las tiene encerradas y las suelta para que pasten. Allí nos explicó orgullosa que durante el embarazo se había alimentado con la leche de estos animales, para fortalecer su cuerpo. Imaginamos que su alimentación no debe ser demasiado variada, ya que es evidente que no maneja dinero. Probablemente, ella y la anciana subsisten con lo poco que les da el campo y con los huevos de sus gallinas.

Momentos del día a día en nuestro alojamiento en el Ayllu de Coyo

Por mucho que los índices macroeconómicos apunten en el sentido de un claro desarrollo del país, lo cierto es que a lo largo de todo nuestro viaje  hemos visto muchas mujeres como ella, viviendo en condiciones semejantes, lo cual demuestra que el presunto desarrollo económico dista mucho de alcanzar a todo el mundo. Es una existencia humilde, muy humilde.

Pero no todo es negativo. Esta humilde y sencilla manera de vivir tal vez tenga algo intrínsecamente valioso: hace que el tiempo pase tranquilo pues los días se caracterizan por una serena rutina y si este modo de vida es aceptado profundamente, a pesar de sus evidentes limitaciones, puede ser razón suficiente para una existencia en paz.

Si queréis conocer más detalles de nuestro viaje por Chile, podéis consultar estos artículos:

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