Hacía días que esperábamos el momento propicio para subir hasta el borde de la caldera de este enorme volcán. Mide más de diez kilómetros de diámetro y sólo es superado por el magnífico volcán tanzanés Ngorongoro. Lo destacable de éste es que está activo: la última gran erupción fue en 2005 y liberó una gran cantidad de lava que cubrió la mitad de la caldera con una capa de seis metros de espesor.

Isabela es la isla más grande del archipiélago y se ha formado por la fusión de seis volcanes submarinos que emergieron por separado de las profundidades del océano: Ecuador, Wolf, Darwin, Alcedo, Cerro Azul y Sierra Negra. Junto a la orilla occidental de esta isla encontramos hoy la isla Fernandina que, quien sabe si un día, emulando a los Reyes Católicos, acabará uniéndose a Isabela formando un único territorio en el cual convivan especies peculiares originadas por su historia evolutiva particular.
Un caso que muestra este proceso lo hayamos en la misma Isabela donde conviven especies que en su día surgieron en distintas islas, cuando éstas aún eran independientes. De las diez especies de tortugas galápagos que sobreviven en el archipiélago, cinco son endémicas de Isabela; cada una de ellas vivía asociada a uno de los cráteres que forman la isla actual.

Todo esto nos parecía muy interesante pero el problema fundamental era la meteorología. Excepto los tres meses más calurosos y secos del año (de enero a marzo), lo habitual es subir y no poder ver nada porque las densas nubes que suben por la ladera sur cubren completamente la caldera. Esta excursión hay que hacerla con guía y cuesta un dinero…, nosotros no teníamos prisa y sabíamos que el día bueno llegaría porque, según nos ha dicho Julio, hasta el momento ningún visitante ha permanecido en esta isla tanto tiempo como nosotros.

Hoy ha sido el día. No se nos hubiese ocurrido un mejor regalo para Pau en su aniversario. Tras un recorrido de 45 minutos en coche desde Puerto Villamil, atravesando una zona dónde se permiten actividades agrícola y ganadera, hemos llegado al inicio del sendero a unos 850 m.s.n.m. Hay varias rutas para alcanzar el borde del cráter y los guías eligen la más adecuada en función de la nubosidad. Nosotros hemos podido hacer la más directa y hemos alcanzado nuestro objetivo en apenas media hora de paseo cuando el sol ya conseguía abrirse paso entre la humedad.

A lo largo de este viaje hemos podido disfrutar de cinco o seis lugares majestuosos que captan tu mirada y todos tus sentidos. Son espacios que te atrapan y resulta difícil alejarse de ellos. Éste es uno de esos regalos que te ofrece nuestro planeta, probablemente, el último en nuestro viaje. Era como observar un enorme lago de aguas negras, de textura irregular y abrupta. Las orillas, las paredes verticales de la caldera, cubiertas de una densa vegetación verde brillante, contrastaban bellamente con el fondo. Las densas nubes blancas se enganchaban en la cara sur amenazando con dejarse caer en cualquier momento cubriendo la espectacular visión.

Hemos recorrido el borde de la caldera del volcán Sierra Negra. Ernest y Ferran corrían alegremente por el estrecho sendero y nosotros les seguíamos tranquilos. Este camino transcurre a unos 1000 metros de altura en dirección norte. Junto a nosotros venía la familia de Julio, lo que nos ha permitido, además, disfrutar de su compañía. Hemos almorzado y hemos regresado por otro camino, cuando las nubes ya nos impedían ver el volcán. Entonces ha empezado a lloviznar y hemos debido regresar a paso ligero.

En total hemos caminado 7,5 km y, aunque el sendero era suave, ha resultado bastante fatigoso pues la elevada humedad nos hacía transpirar intensamente. Esto hacia especialmente agotador el paseo a los niños porque al caminar debajo del estrato de vegetación ni tan siquiera sentían el alivio de la brisa.
Durante la caminata ha sido gratificante poder intercambiar con Julio, nuestro guía, curiosidades sobre la flora de la región. Ésto ha sido una novedad para él ya que, tal como nos decía, muy pocos visitantes se interesan por conocer los detalles de esta vegetación tan particular. Es sorprendente, por ejemplo, el hecho de que hay cinco géneros de plantas exclusivos de estas islas y son muchas las especies únicas que sólo pueden observarse aquí.

Realmente, si uno se detiene a observar es fácil experimentar la sensación que Darwin describía en su diario: «Viendo todas la colinas coronadas por sus cráteres, y perfectamente marcados todavía los límites de cada corriente de lava, hay motivo para creer que, en una época geológicamente reciente se extendía el océano donde se encuentran ellas hoy. Así pues, tanto en el tiempo como en el espacio nos encontramos frente a frente del gran fenómeno, del misterio de los misterios: la primera aparición de nuevos seres sobre la tierra«.

Pasamos un mes en las Galápagos y fueron muchas las experiencias que allí vivimos. En estos artículos puedes seguir descubriéndolas:

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