Hoy era el día. Partíamos de Isabela con la tristeza de saber que iniciábamos nuestra última semana de viaje. Abandonar Isabela no es fácil porque realmente es un paraíso, un remanso de paz, un lugar en el que la gente vive tranquila y te acoge con naturalidad. Estamos satisfechos de cómo planteamos nuestro viaje porque, llegar aquí después de tantas idas y venidas, es el regalo perfecto para quien quiere descansar y observar la naturaleza y dejarse influir por ella.

¿Cómo iniciar un viaje de regreso tras pasar 6 meses viajando en familia? En este post narramos nuestros últimos días en las islas Galápagos y nuestro delicioso y emocionante viaje en avioneta desde isla Isabela hasta isla San Cristóbal.

Después del anterior traslado en lancha desde Santa Cruz, pensamos que la opción de efectuar dos largas travesías en un mismo día para llegar a la isla de San Cristóbal resultaría demasiado agotador a estas alturas del viaje. Fue entonces cuando valoramos la posibilidad de un desplazamiento aéreo. Aunque los pasajes no nos parecían excesivamente caros, el inconveniente era que deberíamos realizar el vuelo en una avioneta bimotor para tan sólo ocho pasajeros que no era, precisamente, un modelo de última generación.

Mapa de las islas dibujado en una pared de Puerto Villamil

Estando en Ushuaia nos tentó la posibilidad de realizar un paseo aéreo con un pequeño aeroplano de un motor. En aquel momento no nos atrevimos. Fuimos demasiado conservadores y, además, queríamos eviatr gastar demasiado dinero al principio del viaje. Éste era el momento de quitarnos esa espinita clavada… En la página del Parque Nancional podéis encontrar información sobre los traslados aéreos entre islas.

Puntuales hemos llegado al aeródromo, llamado por los isleños, aeropuerto. Mientras descargábamos nuestras mochilas del taxi, los niños han entrado corriendo al recinto. Al momento han regresado y Ernest gritaba: «¿Dónde está la gente de este aeropuerto?». Efectivamente, allí no había un alma. El edificio estaba abierto de par en par porque no tenía ni puertas ni ventanas. No es que faltasen, es que por estas latitudes no son necesarios y muchos edificios se diseñan con amplios accesos y aberturas para facilitar la ventilación y la iluminación natural.

Hemos estado bromeando sobre si nosotros mismos deberíamos hacer el checking y el control de equipajes. De paso, hemos aprovechado para controlar nuestro propio peso, por primera vez en todo el viaje, y hemos salido a la pista para ver si encontrábamos nuestra avioneta. «Avioneta, avioneta ¿dónde estás?»- gritaban los niños. En el angar del combustible hemos encontrado a un hombre que nos ha dicho que el bimotor tardaría media hora en llegar. En ese tiempo han llegado las otras tres pasajeras y el personal de la aerolínea.

Por fin hemos escuchado el sonido de la avioneta y nos hemos asomado para verla. En el cielo nublado se distinguían las dos lucecitas de sus alas y rápidamente ha aterrizado. Al aproximarse a la zona de embarque, el piloto nos ha hecho señas para que nos apartásemos. Tras parar los motores, ha descendido el pasaje que llegaba a Isabela. Ernest y Ferran estaban entusiasmados por subir a la avioneta, pero aún hemos tenido que esperar un rato mientras llenaban los tanques de combustible.

Tras entregar el equipaje, nos hemos ido sentando en los asientos, a los que se accedía por las portezuelas situadas bajo las alas, a ambos lados del aparato. Ernest y yo nos hemos situado justo detrás del piloto y el copiloto, mientras que Ferran y Pau se sentaban en la parte posterior de la cabina. La avioneta lentamente ha empezado a moverse para dirigirse hasta el extremo de la pista. El piloto ha comprobado alternativamente el funcionamiento de ambos motores y, a continuación, hemos iniciado la maniobra de despegue con el sonoro ruido de los motores acelerándose.

Suavemente, a unos 100 km/h, nos hemos elevado. Ferran ya estaba dormido mientras Ernest observaba las hélices exultante de felicidad.
La emoción nos ha sobrecogido al observar los lugares en los que tantos buenos ratos hemos pasado estos días pasados. El muelle, las playas, las piscinas naturales de aguas turquesas… Los grandes campos de lava aparecían en su dimensión real, inmensos. Finalmente, nos hemos introducido en el manto de nubes y durante un tiempo hemos creído estar perdidos quien sabe dónde.

En el aerodromo de Puerto Villamil

Una vez hemos alcanzado los 4.500 pies de altura, unos 1.500 metros, el mar de nubes estaba bajo nosotros y la sombra de la avioneta se movía sobre él. El ruido de los motores era ensordecedor, sólo era posible hablar con el compañero a gritos. Nos ha llamado la atencion que el supuesto copiloto iba dando numerosas indicaciones al piloto. Así hemos deducido que este último estaba haciendo ejercicios de prácticas de vuelo.
Es una lástima que nuestra cámara de fotos se haya bloqueado. Las vistas eran preciosas, pero no podemos mostraros ninguna imagen de esta experiencia que, por este percance técnico, deberán permanecer grabadas sólo en nuestra retina.

Tras más de media hora de vuelo, las nubes se han abierto y hemos podido distinguir el mar. Poco después la isla de San Cristóbal ha aparecido ante nosotros y, junto a ella, al norte, la increíble formación rocosa del León Dormido. El piloto ha iniciado el aterrizaje disminuyendo la velocidad de la avioneta de unos 190 km/h a menos de 100.

Primeros pasos por la isla de San Cristóbal

Antes de posarse en la pista, el aeroplano ha dado unos bandazos que, por un momento, nos han hecho temer que tendríamos un brusco aterrizaje. Al fin, aunque hemos tomado tierra sin problemas, el copiloto ha hecho numerosas observaciones al piloto sobre cómo debería haber realizado la maniobra. Una vez en los angares hemos tomado nuestro equipaje y hemos salido del desierto aeropuerto hasta la calle. Un taxi nos ha llevado a nuestro hostal en Puerto Baquerizo y aquí nos hemos instalado dispuestos a afrontar ilusionados nuestra última semana de viaje.

Si quieres consultar información sobre los viajes aéreos entre las islas del archipiélago de las Galápagos puedes consultar:

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