La mayor parte de los humanos vivimos vidas sencillas llenas de las emociones típicas de cualquier ser humano. Son vidas llenas de trabajo, de la compañía de nuestros seres queridos, de amor, de dolor, de alegrías y tristezas, vidas normales que un día se terminan. Sin embargo, a lo largo de la historia de la humanidad, encontramos biografías de personas únicas por haber tenido ideas únicas.

Muchas veces no podemos saber cómo fueron en su contacto con las personas que compartieron la vida con ellos -algo para mí importante y trascendental- pero sí podemos conocerles ahora por haber hecho algo único que dejaron para siempre al disfrute de aquellos que les precedieron.

Navegando por el Canal de Midi en primavera


Alguien así debió ser Pierre-Paul Riquet, cobrador de impuestos nacido en Besiers que, en el siglo XVII, fue capaz de resolver los problemas que planteaba el proyecto de construir un canal que comunicase el Atlántico con el Mediterraneo. Esta increible obra de ingeniería incluye diversos canales que recorren el sur de Francia y preciosas esclusas para poder superar las variaciones de altitud que se producen en el trayecto.

 

Jamás escuché hablar a nadie de este señor en mi época de estudios y jamás hubiese sabido nada de él de no ser por mi padre. Mi padre es una de esas personas con ideas geniales que casi nunca logró llevar a la práctica, probablemente porque nunca ha tenido los medios ni la paciencia para conseguirlos. Sin embargo, le recuerdo siempre haciéndome dibujos en servilletas de papel explicándome las maravillas de la Torre Eiffel, su proyecto para producir «calefacción casera» aprovechando la energía solar incidiendo sobre enormes depósitos de metal, el sistema de funcionamiento de las esclusas del Canal de Panamá o construyendome un pequeño globo de papel que se elevaba aprovechando el aire que él mismo calentaba con un mechero.

Nuestra barcanza era perfecta para alojarse 6 personas con amplitud

Por suerte, sí logró llevar a cabo grandes proyectos viajeros que en un alarde de «locura quijotesca» le hizo cruzar la Península en bicicleta con sus alumnos desde Valencia a Santiago en varias ocasiones. También se los llevó varias veces en sus velocípedos a conocer Francia y a recorrer el «País Valencià». Pero además fueron tantos los viajes en los que embarcó a su familia que probablemente es el culpable de que yo ahora me dedique a hacer estas crónicas. Él también tomaba nota de todo y escribía diarios pormenorizando hasta el último detalle de cada periplo, pero además añadía fantásticos sonetos inspirados en aquellas vivencias.

En nuestro último viaje como padre e hija -en el que yo ya era una futura madre- me llevó, junto a su mujer y mi pareja, a recorrer el Canal de Midí. Es uno de esos lugares maravillosos a los que espero llevar un día a mis hijos y a mis sobrinos. Probablemente sea Francia el país que él mejor conoce y tantas veces había cruzado mi padre este Canal -en bici, en bus o en coche- que era su gran asignatura pendiente. Allí nos dirigimos en marzo de 2008 y contratamos el bote Calypso9 con la Crown Blue Line para navegar unos 55 km desde Trèbes a Castelnaudary superando un desnivel de casi 90 metros de altitud gracias a 27 esclusas.

Maniobrando para subir las esclusas

Fueron tres días de agradable navegación. En aquel bote que me recordaba a mi barco de Playmobil, navegamos por entre la campiña francesas y sus preciosos bosques todavía sin hojas. Acompañados por la visión de coquetos pueblecitos y espectaculares murallas como la de Carcassone. Esta gran obra de ingeniería hidráulica fue inaugurada en 1681 y aún hoy, gracias a su buen mantenimiento, nos permite disfrutar en perfecta armonía de un lugar donde la naturaleza y la obra de los seres humanos coexisten plácidamente.

Es una experiencia fantástica para compartir con abuelos y niños. Además es posible descender, visitar los pintorescos pueblos e incluso, recorrer los márgenes en bicicleta. Acostumbrados como estamos a que nuestra vida y las actividades vitales transcurran a gran velocidad, esta experiencia nos permite descubrir que un «gran viaje» no requiere de un largo recorrido y que en unas pocas decenas de kilómetros en bote pueden aportarte una nueva visión del tiempo y del espacio. Si a esto le sumamos la convivencia entre generaciones, una experiencia como ésta sirve para constatar que no hay nada mejor que organizarnos la vida -y los viajes- de modo que todos tengamos cabida en ella. Hay que hacer esfuerzos pero son estos los que hacen que, al final, la vida valga la pena. Gràcies pare!

Cada tramo del canal es precioso

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