Hoy, por fin, nos hemos lanzado a la carretera para hacer nuestros los increíbles paisajes de esta región. Nos hemos dirigido hacia el sur, para visitar el salar de Atacama, en donde se encuentra la Reserva Nacional de los Flamencos. Hacía días que esperábamos este momento y, por fin, hemos podido salir a descubrir. Desde nuestra casa en el Ayllu de Coyo, a las afueras de San Pedro, hemos salido con nuestro coche alquilado hacia el norte. Habíamos planeado un día tranquilo en familia y ha comenzado de maravilla.
Salar de Atacama (Chile, 2013)
Nuestra primera parada ha sido la Laguna de Chaxas, un singular hábitat que llama la atención por la presencia de los bellos y elegantes flamencos, pero que se sustenta gracias a la Artemia franciscana, un pequeño crustáceo que vive en el agua y que constituye el elemento fundamental de la cadena trófica de la laguna. El lugar es espectacular y sorprende el inesperado aspecto, irregular e intransitable, de la llanura salada.
Esta mañana Rubén, nuestro anfitrión, nos acompañó temprano al Pukara de Quitor, una antigua población fortificada que se levanta sobre un cerro que hay a las afueras de San Pedro. Sus orígenes se remontan a hace casi mil años, cuando los pobladores atacameños sintieron la necesidad de dotarse de una infraestructura defensiva, por vivir en una época de creciente hostilidad.
Posteriormente, esta ciudad fue ocupada por los incas, cuando extendieron su imperio hasta estas tierras, allá por el siglo XVI, justo un poco antes de que llegasen a esta región los primeros conquistadores españoles. Diego de Almagro, primero, y luego Pedro de Valdivia y Francisco Aguirre, trataron, sin éxito, de asaltar este enclave defensivo estratégico.
Ayer llegamos a nuestro alojamiento atacameñoen el Ayllu de Coyo para los próximos quince días. Es sorprendente cómo hay lugares en los que fácilmente te sientes como en casa. Éste es uno de esos lugares, sin duda. El alojamiento en sí es sencillo: unas pocas chozas de adobe con techos de cañas, cubiertos con algún tipo de gramínea de la zona. Pero Rubén, su propietario, ha procurado incorporar algunas mejoras para hacer más confortable la estancia a sus inquilinos.
El entorno, la verdad, lo hace muy agradable, ya que se encuentra enclavado en el Ayllu de Coyo, una especie de oasis en medio del polvoriento desierto de Atacama a 7 km de San Pedro. Pasar las horas más calurosas a la sombra de las acácias resulta tan placentero… ¡Quién lo diría viendo sus minúsculas hojitas!
En el avión que nos trajo desde Caldera entendimos que estábamos llegando a un mundo diferente: el de las minas, un mundo de hombres. En la nave íbamos menos pasajeras que azafatas… Prácticamente los doscientos pasajeros eran hombres, esperando las maletas sólo hombres y una imagen inédita: los baños de mujeres vacíos y una cola enorme en los de caballeros….
Tras un viaje excelente y eficiente, con un «transfer» directo desde el aeropuerto de Calama, llegamos anoche a San Pedro. En el trayecto pudimos sentir que por primera vez atravesábamos parte de un desierto. El paisaje evidenciaba que sólo el viento lo ha modificado, pocas nubes han debido dejar caer algunas gotas a lo largo de su historia. Algunos cauces arrastran agua en época de deshielo. Se puso el sol y disfrutamos de un cielo de colores cambiantes: del naranja al rosa, del rojo al violeta. La noche completamente oscura nos ofrecía miles de estrellas. Llegamos a San Pedro y la imagen de sus calles marrones poco alumbradas con decenas de paseantes disfrutando del frescor de la noche nos pareció acogedora.
Hemos llegado hasta Caldera haciendo diversos desplazamientos en bus. La verdad, nos gusta viajar en bus por Chile. Decidimos hacerlo así para poder tener una sensación real de las distancias y de los cambios en el paisaje. Hoy, sin embargo, tomamos un avion para volar hasta Calama, una ciudad minera situada en las estribaciones de los Andes a 2250 m de altitud. Inicialmente pensábamos alojarnos allí una noche dada nuestra reticencia a pasar por encima de lugares importantes aunque no tengan «atractivo turístico».
La carretera a través del parabrisas del bus
Queríamos tener un fugaz contacto con ese lugar que nació para alojar a los habitantes de la cercana ciudad de Chuquicamata, los cuales tuvieron que ser desalojados de allí por la contaminación provocada por su famosa mina de cobre. Hablar de Chuquicamata es hablar de vidas miserables y de negación absoluta de humanidad. Hoy la maquinaria pesada ha transformado la vida de los mineros pero el trabajo allí sigue siendo duro y asfixiante. Aquellos que hayáis visto el film Diarios de motocicleta quizá recordaréis las impresiones que provocó el lugar en Ernesto Guevara y en su compañero de viaje, y la trascendencia de esta visita en la evolución de la conciencia social y política del primero. (más…)
Caldera. ¿Por qué se llamará Caldera? Tal vez sea por el calor asfixiante y húmedo que hace aquí la mayor parte del año… O por los metales que extraen de las montañas situadas al interior… Es este un lugar extraño, un puerto creado para dar salida a esos tesoros ocultos bajo la arena, el polvo y las costras de sal. Si no fuera por esos metales, aquí no viviría nadie.
Museo al aire libre de formaciones de arena fósil
La primera línea férrea de Sudamérica fue construída en 1850 precisamente aquí y unía Caldera con Copiapó. Hoy no queda nada de ella, excepto la vieja estación restaurada y reconvertida en un museo y espacio cultural. Tampoco el puerto, hoy decadente y adormecido, permite hacerse una idea del intenso tráfico de buques que tuvo antaño. (más…)
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