Lo reconozco, creo que la primera vez que oí hablar de Venezia fue gracias a los Hombres G. Eso me delata. Hay datos en nuestra biografía tan simples como ese que dicen mucho de nosotros: nuestra edad, nuestro pais de residencia, el sistema educativo que cursamos la educación primaria, el tipo de juegos que compartíamos, las películas que veíamos o la música que escuchábamos.
La primera vez que viajé allí tenía 17 años y me fui con mi hermana y una amiga en un viaje de estudios organizado por un instituto de una ciudad cercana en el que sobraban plazas. Mi madre nos dejó: siempre nos dejaba. Mi madre era una mujer temerosa en otros aspectos de nuestra vida. Por ejemplo le costaba mucho dejarnos salir tarde por la noche, eso estaba casi prohibido. Pero viajar… hacer viajes… eso era posible siempre que la economía familiar lo permitiese. Y así hicimos un largo viaje en bus, en pleno invierno, para llegar al Lido veneciano. Humedad, brumas, frío y carnaval! Era carnaval! La ciudad tenía un aspecto misterioso y fascinante. Pasamos tres días comiendo bocatas de atún en cualquier rincón y descubrimos muchos rincones sorprendentes y mágicos.

Años después,  al acabar la carrera, regresé nuevamente a Italia para trabajar 6 meses en Cesena, cerca de Bologna. Y esa vez, no sólo descubrí Italia, también descubrí la vida, la mía. Como cualquier lugar del mundo, Italia tiene sus encantos y sus miserias pero no hay duda que es un país muy especial. Es un país que cautiva y muchos estamos enamorados de ella. Sus pueblos y sus ciudades -allí se inventaron las ciudades europeas-; su arte y su historia; de la costa a la montaña,  sus paisajes son increíbles; la gastronomía sabrosa y variada; el carácter de sus habitantes que, más allá de los estereotipos, es amable y cercano, alegre y rotundo.
Durante aquella estancia visité nuevamente Venezia y en aquella ocasión la encontré inundada por «le acque alte». La Piazza de San Marco inundada era un espectáculo.  El Campanille y la catedral se reflejaban en las aguas que cubrían el pavimento. Aquella imagen quedó plasmada en algunas fotos de mi cámara analógica, en el negativo de esos carretes que ya han pasado a la historia y en algunas diapositivas que conservo en cajas porque no sé muy bien qué hacer con ellas…
He regresado varias veces después y la más reciente fue al poco de nacer Ernest. Fue nuestro estreno como familia viajera y entonces hice realidad uno de mis sueños: pasar unos días viviendo en el centro de Venezia, junto a un canal, para saborear el ambiente de la ciudad cuando la mayor parte de los turistas ya no están. Nos dimos el lujo de alquilar un apartamento en Ca’Foscolo por una semana y allí llegamos navegando. Tomamos un acqua-taxi en el aeropuerto que nos llevó por las marismas y el Gran Canal hasta nuestro alojamiento en una calle de Venezia. Recuerdo el primer tramo de la navegación vertiginosa, saltábamos sobre las olas y yo asustada miraba a Ernest en brazos de su padre. Sólo tenía 8 meses y parecía disfrutar del vaivén,  así que me relajé. Como las estrellas de Hollywood cuando acuden al Festival de Venezia, allí íbamos navegando los tres con nuestras mejores galas de «viajeros con mochila». Estupendos!
Vivimos la ciudad, la vivimos de verdad. Temprano acudíamos al mercado y callejeábamos. Cada día, una zona diferente de la ciudad, o repetíamos aquello que más nos gustaba. Nuestro bebé marcaba nuestro ritmo con sus siestas y, en las horas de mucho calor, regresábamos a casa para descansar. Subimos al Campanille y visitamos San Marcos. Ernest disfrutaba deliciosamente en su mochila sonriendo a todo el que se cruzaba en nuestro camino. Siempre quería que caminásemos más: todo le encantaba!
Así pasamos los días y después continuamos nuestra ruta en tren hacia Bologna. Bologna, conocida también como La Signora, tiene una personalidad única. Es una ciudad que no suele formar parte de las principales rutas turísticas en Italia pero, no porque no valga la pena, supongo que es porque el país tiene mucho que ofrecer y los paquetes turísticos no dan para tanto. La historia de la ciudad, su universidad, sus edificios y jardines, la piadina y la pasta rellena, el buen vino….
Necesitáis más motivos para apuntarla en vuestra lista de destinos? El ambiente de la ciudad, su solera, impregnan la vida del que se detiene en ella. Bologna es una ciudad que invita a pasear. Incluso cuando llega el verano húmedo y caluroso, las estrechas calles de los barrios antiguos y los soportales de las avenidas, ayudan a disfrutar de cada rincón. Vale la pena subir a sus torres inclinadas,  poco conocidas, pero que sufren la misma enfermedad que la archiconocida torre de Pisa.
Y para acabar esta ruta por la región os recomiendo acercaros a conocer el Lago di Garda. Allí donde limita al norte la Llanura Padana o Valle del Po, brúscamente  se elevan las montañas de los Alpes meridionales. A poco más de 170 km al norte de Bologna, cerca de Verona, aparece este enorme lago de origen glaciar que mide más de 50 km de largo y tiene una anchura máxima de 17 km.
Para mi es casi un mar, un mar interior de aguas dulces. El enclave es un lugar ideal para difrutar de la naturaleza y de los deportes náuticos, para descansar y relajarse tras varias jornadas haciendo turismo. Descubrir los bellísimos pueblos como Malcesine o Sirmione. El clima es ideal y el entorno es perfecto para hacer senderimo o disfrutar de las playas que suelen estar llenas de turistas en pleno verano. Bien merece la pena buscar un alojamiento en sus alrededores y retirarse allí unos días a ser feliz.
Y muy cerca está Verona. No olvides acercarte a la ciudad en la que Shakespeare enmarcó la historia de Romeo y Julieta. Puedes acudir para disfrutar de su Festival de Ópera en la Arena o solo visitar su precioso anfiteatro romano que data del siglo I a.C. Pasear relajadamente, comprar frutas y verduras en la bella Piazza delle Erbe y subir a la Torre di Lamberti para ver las bellas panorámicas de la ciudad. Visitar la supuesta casa de Julieta y acercarse al río Adige para esperar la llegada del atardecer junto a algunos de sus bellos puentes o el Castillo Castelvecchio. Verona no deja indiferente a nadie y es un buen lugar para reforzar un pacto de amor.
Verona Opera Festival
Aquí nos despedimos y os deseamos un feliz verano y unas felices vacaciones. Porque qué otra pretensión podemos tener en la vida además de ser felices? Disfrutemos de las vacaciones que están por llegar y seamos felices, seamos conscientes del hecho de vivir, estar vivos es una oportunidad que debemos aprovechar al máximo. Viajemos pues por nuestra vida, valoremos cada instante y, si además puedes regalarte esta ruta por el noreste de Italia, seguro que no te arrepentirás. Venezia, Bologna y Verona con el Lago di Garda: otro plan perfecto para vivir conscientemente.
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