La espiritualidad forma parte de nuestra vida desde el mismo momento en que nacemos. Un día tus hijos te preguntan sobre el momento de su llegada al mundo y, cuando menos te lo esperas, empiezan a preguntar por la muerte. Te sorprenden con profundas reflexiones propias de un experto maestro espiritual y te ayudan a cuestionarte tu propia existencia.
En nuestra sociedad vivimos muy desconectados de los ritmos naturales, La mayor parte de nosotros presenciamos el primer alumbramiento el día en que nuestro primer hijo decide llegar al mundo y, por lo general, tampoco acompañamos y aprendemos a recorrer el camino hacia la muerte hasta bien avanzada nuestra propia vida.

Burghead (Escocia, 2014)

Durante nuestro viaje a Escocia tuvimos la oportunidad de conversar en muchos momentos sobre la muerte. En los países anglosajones es inevitable meterte en un cementerio mientras paseas por cualquier ciudad pues forman parte del territorio cual jardines urbanos. Descansar entre las lápidas de sus antepasados o tomar un picnic es tan habitual como natural.
Cuando a nuestros antepasados empezó a importarles «el más allá», comenzaron a enterrar a sus seres queridos. Se iniciaron en los rituales de despedida y desarrollaron toda una serie de mitos que les ayudaban a responder a esas preguntas a las que todos nos enfrentamos en instantes de nuestra vida. Creer en la inmortalidad del alma era algo natural: sentían la presencia de los que se habían ido como si nunca dejasen de estar a su lado. El mundo estaba poblado de espíritus que convivían con naturalidad entre los seres vivos de «carne y hueso».

Elgin (Escocia, 2014)

Para los niños es igual de natural creer que la muerte no tiene la última palabra. Lo invisible e intangible no es algo irreal para ellos. Su mundo está poblado de seres que no pueden ver ni tocar pero cuya presencia se deja sentir sin lugar a dudas. Es como si fuesen poseedores de un «sexto sentido» que en nosotros los adultos, se ha ido adormeciendo.

Elgin (Escocia, 2014)

Igual de absurdo que hubiese sido pretender que un hombre primitivo aceptase nuestros intentos de desmitologizar su mente, es el hecho de intentar desarraigar a nuestros pequeños de su mágica visión del mundo. Es en esos primeros años de la vida cuando las hadas, los duendes, los gnomos, las brujas, los ogros, los trols y otros muchos seres les acompañan y pueblan la realidad.
Renunciar a ese mundo y eliminarlo de su imaginario es un error que limita el crecimiento espiritual y emocional, privándolos de gozar de la infancia y desarraigándolos de nuestra historia como especie.

Antigua catedral de Elgin (Escocia, 2014)

Los cuentos tienen entidad propia en nuestro desarrollo como seres humanos y eliminarlos del aprendizaje y nuestro crecimiento como individuos es sin duda incomprensible. Infravalorar lo emocional frente a la formación intelectual deja al futuro ser adulto huérfano de los pilares que edificarán su sensibilidad y su capacidad para entender sus propias emociones. La fantasía y la ingenuidad nos abren emocionalmente haciéndonos seres empáticos.

En la antigua catedral de Elgin (Escocia, 2014)

Según van creciendo la mente de los niños se siente atraída por el drama de la vida que reflejan los mitos y leyendas. La mitología facilita la comprensión de la dimensión conflictiva de la vida, la tensión que vive el individuo ante su destino, la importancia de la valentía y la fortaleza ante las adversidades o el valor de la inteligencia al encarar los retos, además de otras muchas cosas. Todo ello constituye una inestimable fuente de saber moral y emocional.

Con los pies en la tumba, Elgin (Escocia, 2014)

Tal vez vivamos demasiado encadenados a nuestro modo de ver el mundo y ello nos impide reconocer que los niños desde su ingenuidad poseen una mente mucho más libre. Su sabiduría consiste en comprender que la vida y la muerte son un misterio. Los adultos hemos sustituído el misterio por respuestas que encubren nuestros miedos, inseguridades y la ausencia de vitalidad.
No debemos renunciar a nuestras creencias, pueden evolucionar, pueden transformarse, pero no podemos «no creer en nada». Creer en la gente, en la Madre Tierra, en Dios… Puede que cuanto mayor sea el objeto de nuestras creencias, mayores sean las dimensiones de nuestra alma. Creer tan solo en lo pequeño y efímero es condenarse a ser pusilánimes.

Cementerio de Greyfriards, Edinburgo (Escocia, 2014)

Nosotros vemos en nuestros hijos su alma esplendorosa y queremos empaparnos de su espiritualidad. Muchos adultos ya no saben dónde está su alma pero todos reconocemos a ciertas personas envueltas por un halo de alegría, plenitud, conciencia, trascendentalidad y vitalidad que nos hacen sentir que conservan su alma infantil casi inalterada. Son personas que gozan de la vida, que creen en las hadas, las brujas, los duendes y los troles, los dioses y otros seres… mientras avanzan hacia el horizonte y escuchan a Walt Whitman en la brisa…

Burghead (Escocia, 2014)
¡OH, MI YO! ¡OH, VIDA!
¡Oh, mi yo! ¡oh, vida!… de sus preguntas que vuelven,
del desfile interminable de los desleales, de las
ciudades llenas de necios,
de mí mismo, que me reprocho siempre (pues,
¿quién es más necio que yo, ni más desleal?),
de los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos
despreciables, de la lucha siempre renovada,
de lo malos resultados de todo, de las multitudes
afanosas y sórdidas que me rodean,
de los años vacíos e inútiles de los demás, yo
entrelazado con los demás,
la pregunta, ¡Oh, mi yo!, la pregunta triste que
vuelve — ¿qué de bueno hay en medio de estas
cosas, oh, mi yo, oh, vida?

                                                                                                Respuesta

Que estás aquí — que existe la vida y la identidad,
que prosigue el poderoso drama, y que puedes contribuir con un verso.

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