Cada vez que mi mente viaja a India se remueven en mí todos los sentimientos contradictorios que sentí durante los 30 días que recorrimos el noroeste de aquel país. India es uno de los destinos más atractivos del mundo: su cultura, su historia, sus religiones, sus paisajes… Todo llama al viajero. Pero todo viajero sabe, antes de viajar a India, que deberá lidiar con muchas situaciones difíciles debido a los enormes desequilibrios sociales entre las personas que allí conviven. Los visitantes digieren estas situaciones de múltiples maneras: todas ellas son comprensibles y aceptables, probablemente todas son humanas. 

Para nosotras fue probablemente la experiencia viajera más dura, fue un esfuerzo psicológico permanente y, en absoluto fueron «vacaciones». Debió pasar mucho tiempo, tras nuestro regreso, para poder hablar sobre aquel viaje. En nuestro álbum fotográfico hay testimonio de un país fantástico, colorista, diverso, bello… Todo lo horrible y macabro sólo quedó en la retina de nuestros ojos, en nuestro cerebro.

Hoy he decidido hacer una nueva catarsis, creo que antes de escribir sobre aquellos lugares fantásticos, debo purgar el dolor que sentí, el sufrimiento que vi. Nunca me atrevería a recomendar a nadie a viajar a aquel país aunque sé que merece la pena hacerlo. No sé si regresaré, aunque me encantaría, pero no sé si seré capaz de pisar de nuevo aquellas calles, de cruzar la mirada con aquellas personas.
Hacía casi dos semanas que viajábamos por India. Habíamos recorrido una gran parte del enigmático Rajastan -pronto os describiré sus ciudades- y estábamos de nuevo en Delhi. Planeábamos la siguiente etapa de nuestro viaje y esta vez queríamos acercarnos a las estribaciones del Himalaya en busca de los pueblos de influencia nepalí. El Monzón llovía con fuerza y la lluvia nos paró los pies en Chandigarh. Estábamos cansadas, aturdidas por las sensaciones, por la visión de ese país hundido en la podredumbre, en la miseria, en el horror, en la negación de lo humano… Cuando los seres humanos perdemos nuestra capacidad de empatizar con el otro, nos depravamos hasta límites insostenibles, inimaginables. No hace falta ir hasta allí, no quiero decir que sólo ocurra allí, pero allí esto es evidente por todas partes…
Durante días intentamos asimilarlo, digerirlo, aceptarlo, entenderlo, pasarlo por alto, asumirlo… Acabamos por meternos en nosotras mismas, ni si quiera hablábamos de ello entre nosotras. Las tres reflexionábamos, cada una conversaba consigo misma, pero no fue hasta que subimos a aquel tren en dirección a Kalka que todo explotó. El Shatabdi Express era un tren cómodo que salía de Delhi a las 7:40. Esperábamos en el andén 1. Mucha gente esperaba mientras otros dormían en el suelo. Las vías llenas de porquería, ratas que buscaban alimento. Todos esperábamos allí, con normalidad… ¡menuda normalidad!
El tren se puso en marcha y entonces empezó nuestra bajada a los infiernos. Centenares de personas se apiñaban junto a las vías, vivían a la intemperie, bajo los puentes, bajo los plásticos, rodeados de basura y excrementos, de aguas negras. Perros tristes y pulgosos. Niños sucios que hacían caca junto a las vías, hombres que orinaban a la vista de todos, perdidos, solos, abandonados, olvidados, olvidados de ellos mismos… Fue entonces cuando rompimos a llorar y viajamos durante aquel tiempo desahogándonos. Purgando nuestro dolor e incomprensión. Poco a poco, como una fuente que vuelve a manar después de mucho tiempo, cada una de nosotras se fue desahogando, recordando anécdotas puntuales que le habían herido el alma.
Llegamos a Chandigarh y allí se detuvo el tren, durante demasiado tiempo. Llovía, seguía lloviendo. Nosotras ya no llorábamos. Finalmente comprendimos que no llegaríamos a tiempo a Kalka para tomar el tren Himalayan Queen hasta Shimla. Las lluvias habían arrancado una parte de las vías. Los corrimientos de tierra habían cubierto las carreteras. La región del Himachal Pradesh estaba incomunicada, debíamos detenernos y hacer nuevos planes. No teníamos prisa. Podíamos esperar, estos son los grandes problemas de nuestra vida. Por duras que sean nuestras experiencias personales, ninguna puede equipararse a las que viven tantas gentes en el mundo a cada instante.
Días más tarde logramos llegar a Shimla y allí disfrutamos de varias jornadas en un entorno inigualable acompañadas por gentes encantadoras que, alejadas del mundo urbano, vivían vidas duras y sencillas pero dignas. Esa fue otra etapa de aquel viaje tan especial…

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