Cuando esta mañana hemos salido de La Serena de camino a la ciudad de Vicuña no esperábamos que el día fuese a ofrecernos tanto. Hemos viajado en colectivo (taxi compartido) a lo largo de una serpenteante carretera que bordea el cauce del río Elqui. Las montañas son secas y parecen inmensas pirámides debido a la enorme pendiente de sus laderas esculpidas.

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De camino al valle del Elqui desde Vicuña

De nuevo colores marrones, grises y violaceos contrastan con los intensos verdes y rojos de las vides que ya otoñean. El cultivo de uva es la base para la producción de pisco. A medida que nos alejábamos de la costa la camanchaca se iba diluyendo y podíamos ver el cielo azul. Un clima más seco y soleado permite el cultivo de papayas que se mezclan con higueras y naranjos.

Para acceder a Vicuña hemos cruzado un largo y estrecho puente que a Pau le ha recordado a L’Orxa porque sólo permite circular en un sentido. Ha sido como llegar a un pueblo de la Mancha cuando el verano ya ha quedado atrás y las mañanas son frescas y soleadas. Sus casas de una planta, bien juntas, cerradas a la calle pero con un patio interior donde la vida florece. Hechas de gruesas paredes de adobe para protegerlas del recio calor del verano.

La Plaza de Armas está cubierta por enormes pimenteros de troncos retorcidos. Mucha gente iba y venía, los comercios bien surtidos, la Casa de la Cultura y la Iglesia abiertas de par en par. Muy buenas vibraciones por todas partes y, al llegar a nuestro alojamiento, la confirmación: ¡qué bien se vive en los pueblos! Nos hemos sentido a gusto desde el primer momento.

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Acceso a la casa-museo de Gabriela Mistral

Tras pasar un rato en la Plaza espantando palomas y corriendo como locos, Ernest y Ferran han accedido a que les llevásemos al sencillo Museo de Historia Natural en el que, sin embargo, hay una interesante colección entomológica, fósiles de dinosaurios y otros especímenes destacables. Desde allí hemos ido a comer en el Club Social, un restaurante familiar que ocupa una antigua casona en la que hemos disfrutado del menú del día acompañados por la agradable música de los boleros. Así hemos viajado de la Mancha a México y no he podido evitar pensar en mi padre, en como hubiera disfrutado del momento canturreando entre sorbo de vino tinto y bocado de pan con pebre.

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Museo de historia natural de Vicuña

Aunque después de comer siempre hay que hacer un esfuerzo para no irse directamente a echar una siesta, nos hemos animado a visitar el Museo Gabriela Mistral ubicado en lo que debió ser su casa natal.  No puedo describir adecuadamente la emoción que nos ha provocado esta visita. Partiendo de nuestra completa ignorancia respecto a sus escritos, la vida y obra de esta mujer nos ha llegado directamente al alma: quizá por identificarnos con ella en tantos aspectos. Su amor por la ruralidad, por los árboles y las piedras, su respeto hacia el desarrollo natural del niño, su entrega y dedicación como maestra, su sensibilidad espiritual y su heterodoxia religiosa, la sencillez de su estilo literario y la modernidad de algunas de sus ideas.

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«A los pies de Gabriela…»

El museo consigue transmitir todos estos aspectos de la vida de Lucila Godoy y, lo que es más increíble, su presencia. Recoge objetos, sus libros y describe su biografía, pero sorprendentemente lo que permite transmitir quién era esta mujer son los espacios vacíos, la luminosidad del lugar, el movimiento fluido que provoca en el visitante, la continuidad entre el recinto interior y el exterior… Parece como si se acabara de levantar de su silla, hubiese dejado allí el tablero que utilizaba para escribir apoyándolo en sus piernas y hubiese salido a regar el huerto del jardín.

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Recorriendo la casa-museo de Gabriela Mistral en Vicuña

Para terminar la jornada Pau ha acompañado a Ernest al observatorio Mamalluca. Allí han disfrutado de la observación del cielo nocturno y ahora Ernest muestra en su libreta de dibujos todo lo que le ha inspirado esta visita.

La primera sensación que uno experimenta cuando uno visita estos valles es la dificultad, cada mañana, de salir de la cama porque fuera el frío es intenso. Como aquí no hay bosques, no hay calefacción, así que uno opta por acurrucarse bajo el edredón -si es que lo tiene, como es nuestro caso- hasta que la necesidad le obliga a salir del nido. Los catarros afectan a más de la mitad de la expidición y empezamos a acobardarnos frente a la perspectiva de pasar quince noches en el desierto de Atacama…

Sin embargo, cuando el sol consigue alzarse por encima de estas cumbres de más de 4.000 metros, todo el valle se ilumina, aumenta la temperatura rápidamente, los pájaros empiezan a piar y nosotros nos activamos de inmediato. Al mediodía, caminar por sus polvorientos caminos resulta asfixiante, sobre todo para los niños.

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Nuestra cabaña en el alojamiento del Valle de Elqui

Estamos contentos por haber venido en esta época del año porque hacerlo en febrero, en pleno verano, hubiera sido absolutamente inviable. Seguro, nos hubiéramos visto obligados a cobijarnos como hacen los escorpiones, eso sí, con un refrescante jugo de papaya y naranja, junto a una piscina y un buen libro, la mayor parte del día. Nuestro alojamiento El Tesoro de Elqui es una delicia: como un vergel en medio de las montañas desérticas.

Ahora hemos podido recorrer el valle y descubrir sus encantos. Por suerte aún quedan retazos de la vegetación de rivera que hace unas décadas debía delinear el cauce del río. Esta vegetación asociada al río (juncos, cañaverales, álamos, chopos….) ha ido desapareciendo para dejar paso a las vides que ocupan casi toda la ribera del Elqui. Las terrazas escalan las laderas de este estrecho valle y los sistemas de riego permiten el cultivo de uva para producir pisco, si bien algunos lugareños ya empiezan a hablar de sobreexplotación.

Valle del Elqui: visita a Montegrande

Lo más impresionante del lugar es imaginar el tiempo en que este remoto valle vivía con un ritmo propio y desconectado del mundo. No es difícil entender por qué Gabriela Mistral quiso ser enterrada aquí, en Montegrande, en la tierra en la que vivió su infancia y en donde despertó su sensibilidad poética y maduró su vocación docente. Tampoco nos extraña que decidiese legar parte de los beneficios derivados de su obra a los niños de este pueblo.

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Paseando a caballo por Montegrande

Para nosotros el lugar nos ha brindado la ocasión de vivir un experiencía nueva, venciendo miedos e inseguridades. El señor Ramón Luis, tras una tranquila y sencilla lección, nos ha llevado a pasear con sus caballos. Su viejo «Barataso» ha servido de montura a Ernest y ha conseguido que disfrutara alegremente de este paseo. Mientras, Ferran charlaba por los codos y se quejaba de la «rapidez» de su caballo.

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