Nuestro primer día en Chacao, en casa de Ariela, ha sido un regalo. Nos hemos levantado tras un largo descanso mientras seguía lloviendo. Nos esperaban en la cocina con el desayuno preparado. La blanca cocina de leña caldeaba la amplia estancia y en la mesa, pan, bizcocho y mermeladas caseras, café y leche solubles, té, queso y mantequilla. Hemos desayunado nosotros cuatro allí, mientras la luz entraba por los ventanales. Este día ha servido para dar los primeros pasos hacia el conocimiento y la confianza entre nosotros y estas señoras, el hecho de desayunar en su cocina y no en el comedor de huéspedes, ha sido el primer paso.

Como no paraba de llover hemos pasado el día entre la escuela y la casa. Jugando, leyendo, viendo «monos» en la tele (dibujos animados) y conversando con Ariela y su hermana. Por la tarde, nos han invitado a merendar milcao -tortas de patatas ralladas y hervida la masa-. Hemos tenido una conversación estupenda, hemos hablado de nuestras vidas, de este lugar, del viaje… Se ha creado un clima íntimo y agradable. Esas situaciones que se dan cuando las personas bajamos las barreras de la prevención y nos sentimos libres para dar a los demás un poco de nuestra vida íntima.

Mientras, ha dejado de llover y hemos decidido dar un paseo hasta la playa de Pulelo que está a unos dos kilómetros de aquí. El camino ha sido agradable mientras pasábamos junto a casas bonitas, algunas bastante sencillas, en cuyos campos pastaban vacas y borregos. Los manzanos llenos de frutos y la vegetación exuberante.

Esta playa es de verdad, llena de vida. La marea baja y multitud de aves buscan su cena en la arena de la orilla, entre las rocas o en el mar. El único elemento extraño las dos enormes estructuras con las redes que sirven de criaderos de salmones.

De pronto…algo que salta delante de nosotros, a escasos metros de la orilla, en el mar. Son toninas, delfines, que deben estar dándose un banquete con los descartes de la piscifactoría o con los peces que se acumulan con la bajada del nivel del mar. Es increíble. Son un par de docenas de ejemplares que saltan, corren, compiten y juegan mientras persiguen hasta cazar a sus presas. Todo un espectáculo poder ver a estos animales aquí, en su medio natural, disfrutando libres. Garzas, pelícanos, gaviotas, aves zancudas… Y en el suelo que pisamos infinidad de moluscos, algas y otros seres vivos que esperan el ascenso de la marea. En los acantilados la vegetación frondosa cae en un equilibrio inestable y en algunas zonas, las rocas se desprenden dejando ver la estructura geológica del lugar. Qué lugar para el estudio de las ciencias naturales, esta playa es pura vida, es auténticamente una playa.

Hemos decidido prolongar nuestra estancia en casa de la Señora Ariela. Estamos tranquilos. Aquí hay cosas extraordinarias…como un tractor enorme que Ernest y Ferran están arreglando… Hay vacas y un chancho -un cerdo-, además de una moderna serrería y, por supuesto, la escuela con sus columpios, una rudimentaria pista de basket y la clase de música.

Un señor viene a ayudar a Ariela con el huerto, la leña, los animales y el cuidado de la escuela. Está limpiando y adecentando todo porque en pocos días empieza el nuevo curso escolar. No me atrevo a preguntar pero creo que la pérdida del marido debió ser imprevista, parece que todo se detuvo de repente. Hay demasiadas cosas en «stand-bye».

Estos días le hemos pedido que nos prepare ella la comida. Prepara dos servicios, para Pau y para mí, pero son tan abundantes que comemos los cuatro y además son platos caseros, saludables y bien ricos. Es como si nos cocinara la Yaya María: sus caldos de gallina, su merluza rebozada con huevo y harina, excelentes guisos de carne, legumbres, ensaladas de lechuga y tomate y una compota de manzana riquísima. Además hace el pan y dulces caseros. Se abastece en gran medida de su huerto y de un invernadero en el que tiene un poquito de todo.

Ayer, sabiendo que no debíamos preocuparnos de prepararnos la comida, aprovechamos la mañana para recorrer la Punta de las Tres Cruces. Es el cabo situado al este de aquí. Salimos caminando desde casa y recorrimos los cuatro kilometros que nos separaban del cabo. El pequeño faro y la base militar estaban bastante abandonados. Sólo vimos a un gran cerdo retozando por allí, quizá era el comandante… Nos acordamos de «Animal Farm».

Para bajar a la playa tuvimos que atravesar un bosque espeso a través de un increíble túnel de vegetación. Ésta vez fueron los leones marinos los que nos dieron la sorpresa de la mañana. Regresamos a casa por la costa, por la orilla del mar. Casi tres kilómetros de playa virgen donde decenas de aves iban y venían sin parar.

En fin, tras ese paseo, la comida de Ariela y la siesta… Decidimos que teníamos suficientes motivos para alargar nuestra estancia aquí…

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